
FAROS SINIESTROS
1
Todavía sigo vivo, aunque estoy muerto.
Cada mañana desde hace tres años me despierto con esta frase marcada a fuego en
mi mente. El psiquiatra dice que tengo que superarlo, que no puedo seguir
arrastrando ese lastre durante el resto de mis días, pero yo sé que nadie va
quitarme de la cabeza que mi vida terminó aquel 13 de octubre. Sí, soy
consciente de que se ha convertido en algo obsesivo... Cuando sientes el
aliento de la muerte rozándote la espalda, ya nunca nada vuelve a ser
igual. Cuando te has asomado al precipicio que divide existir y morir, algo
sucede en tu cerebro que te hace ver la existencia de otra manera.
En el centro de rehabilitación los días son un calco de sí mismos. Aquí
tengo todo el tiempo del mundo para dar rienda suelta a mis pensamientos. Eso
me permite discernir de forma metódica cada detalle, cada momento de aquella
fecha en la que el destino me precipitó al vacío... Pero no sólo fue el
accidente de coche. La ruptura con Estela también marcó mi destino para
siempre. Durante aquellos meses de desamor llegué a adelgazar casi veinte
kilos. Todo vino encadenado de manera sibilina, como si la suerte hubiera decidido
darme de lado ensañándose conmigo.
Han pasado más de mil días desde entonces. Ahora mi existencia es tan amarga
que me refugio de manera irremediable en el pasado. Los recuerdos de mi vida
son todo lo que tengo para huir de estas cuatro paredes, aunque sólo sea por
unos instantes. Cuando te han hipotecado el futuro, echar la vista atrás es la
única salida posible para volar con la mente lejos de aquí.
2
Antes
de que Estela me dejase aquella nota diciendo que nuestra relación había terminado,
tan sólo parecía la típica discusión de siempre donde se pronuncian frases
como: «Se acabó, no aguanto más». Cuando alguien permanece inmerso en la droga
que produce la dependencia afectiva de otra persona, no asimila que eso puede
suceder en realidad, hasta que un día sucede. Y suele ser de la manera más
fría, con palabras precisas, calculadas, sin apenas subir el tono. Las frases
comedidas tienen mucho más veneno que cualquier grito lanzado al aire en
caliente: «¡Te odio! ¡No quiero volver a verte!». Nadie termina de creerse esas palabras si te las arrojan con la
mirada encendida, con toda la pasión rezumando por las venas. Pero cuando te
dejan una fría nota sobre la mesa o te dicen en voz baja y sin mirarte a la
cara: «Recoge tus cosas y márchate», comprendes que eso tiene más fuerza que
mil discusiones frente a frente.
En
esta ocasión no iba a ser igual que otras veces: discutir, reprocharnos,
insultarnos, estar unos días sin vernos, empezar a valorar todo lo que has
perdido, llamar con tono suave y conciliador, preparar una cena íntima de
reencuentro, hacer el amor con pasión, relajarte, caer en la rutina, bajar la
guardia, faltar al respeto, discutir de nuevo y otra vez a repetir el ciclo...
Así durante meses, incluso años.
Sí, lo
sé, yo tengo gran parte de la culpa. Uno cae en el error de siempre. Haces
pagar a tu pareja las tensiones del trabajo, los problemas con tu familia, tu
dolor de cabeza, tu falta de sueño... Y precisamente la persona en la que te
puedes apoyar es la que se lleva toda la mierda encima. Somos así, no valoramos
las cosas más importantes hasta que nos faltan. Damos por hecho que están ahí
porque nos las merecemos sin más. El respeto se esfuma en cuanto empiezas a
coger confianza.
3
Odio
este maldito carácter que me traiciona. Nunca supe contar hasta diez antes de empezar
una discusión con Estela, pero ella tampoco era una mosquita muerta a pesar de
su aspecto angelical. Aquella vez que me dejó la marca de los dientes grabados
en la muñeca descubrí por primera vez sus arrebatos de ira. Y todavía conservo
en un bote de plástico el manojo de pelos que me arrancó de la cabeza. No sé
por qué demonios me dio por guardarlos allí. Quizás como advertencia de lo que
podía sucederme. Y qué decir de aquella vez que me encerró en el balcón en
pleno invierno; lo recuerdo como si lo estuviera viviendo en este instante...
Ese fin de semana fuimos al piso que los padres de Estela tenían en la sierra.
Por aquel entonces nos hallábamos en una profunda crisis sentimental. Entre
otras muchas cosas, Estela me reprochaba que nunca le demostrase mi amor en
público; que sólo era cariñoso en la intimidad como si pretendiera esconder lo
nuestro. Pero esa actitud formaba parte de mi manera de ser y no podía
cambiarla. Siempre he detestado las parejas que se besan a un palmo de tu cara.
Me parece tan grotesco airear tus sentimientos íntimos...
Aquel
reproche era algo superficial que no debería afectar a una relación sólida,
pero esa noche habíamos bebido más de la cuenta y empezamos una discusión
estúpida que fue creciendo en intensidad por momentos. Yo tenía un cigarro
encendido y fumaba junto a la puerta de la terraza. Estela odiaba el olor a
tabaco en el salón, no le gustaba nada que fumase dentro. Ésa era otra de
nuestras discusiones favoritas y debo reconocer que en aquel punto ella tenía
toda la razón. Desde los catorce años soy un fumador empedernido que ha llegado
a consumir más de tres cajetillas diarias de Camel sin filtro. Aquel fin de
semana, en plena vorágine sentimental, estaba superando mi propio récord…
Estela me dijo que ya no podía aguantarlo más. Con gesto provocativo, di
una calada profunda al cigarro y le eché el humo en la cara. Sabía que no podía
soportar eso... Entonces me pegó un manotazo y pisoteó el cigarro en el suelo.
La miré desafiante, y sin decir ni media palabra cogí otro cigarro de la
cajetilla. «No se te ocurra encenderlo», me advirtió. Haciendo caso omiso,
saqué el mechero del bolsillo y lo encendí. De pronto me empujó con fuerza
hasta hacerme retroceder afuera. Echó el pestillo de la puerta que da a la
terraza y me dejó allí a tres grados bajo cero, con una camisa de manga corta y
las pantuflas de andar por casa. Por fortuna tenía una cajetilla recién abierta
para esperar que amainase su enfado. Pero no fue una cuestión de minutos, como
yo imaginaba. Ante mi incredulidad, aquello duró más de dos horas. Ciento
veinte minutos que se me hicieron eternos. El tiempo es algo tan subjetivo, que
los segundos de un reloj dejan de tener sentido en tu mente si algo trastoca lo
que se considera normal. No hay nada como una situación angustiosa para saber
que un solo minuto se puede hacer interminable… Por suerte mi estado etílico me
hizo más llevadero aquel gélido castigo.
Nunca se lo
tuve en cuenta porque ella también estaba borracha como un odre, pero aquella
reacción tan agresiva me impactó mucho. Admito que yo a veces provocaba de
forma inconsciente las discusiones. Estela se ponía guapísima cuando se
enfadaba conmigo. En esos instantes en los cuales la adrenalina se apoderaba de
su rostro reflejaba una belleza salvaje. Había algo de felino en su expresión
que me hipnotizaba hasta subyugarme; algo que me atraía como atrae el fuego a
una polilla, y ese tirón de pelos o ese bocado en mi muñeca, bien valían
contemplarla en aquel estado de feminidad caníbal… Estela es una chica con
mucho carácter, aunque nadie lo descubre nada más conocerla, pues la dulzura de
sus facciones te impide atisbar el más remoto episodio desagradable junto a
ella. Cómo engañan las apariencias...
Al principio de una relación nadie sospecha que con el tiempo pueda vivir
escenas de ese tipo. Bueno, he de confesar que yo sí puedo hacerlo. Debido a mi
profesión de guionista tengo la capacidad de recrear en mi mente lo más sórdido
del ser humano… Los que inventamos historias muchas veces cometemos el error de
pensar que nuestras vivencias son un buen guión adaptable para el cine, aunque
no se puede negar que a veces la realidad supera con creces lo que uno pueda
sacar de su imaginación. No me gustaría llegar hasta el punto de pensar que un
guionista vive con una libreta de apuntes en la cabeza, lo cierto es que a
veces es inevitable no caer en esa deformación profesional y proyectamos en
nuestra mente algunas situaciones de la vida como si se tratara de una filmación
cinematográfica. También influye en tu comportamiento las experiencias que
hayas ido acumulando a lo largo del tiempo. La capacidad de adaptación te va
marcando pautas a seguir en tu manera de actuar y de percibir las cosas. Si estás
resabiado por los golpes que te has llevado en el amor, al conocer una chica
con la que intuyes que puede suceder algo especial te adelantas al futuro y
piensas: «¿Cómo será nuestra primera pelea?». O incluso: «¿Cuánto durará esta
historia?», porque sabes que las relaciones tienen fecha de caducidad y das por
hecho que todo terminará antes o después... Es terrible pensar así, incluso es
probable que dicha actitud te lleve precisamente a eso. Pero en el fondo sabes
que no, que por un camino u otro siempre se llega a ese punto sin retorno del
desengaño.
La persona que al principio te miraba a los ojos susurrando «Eres un cielo»
seguramente sin merecerlo, al cabo del tiempo te clavará la mirada con gesto de
ira gritando «¡Eres un cabrón!», seguramente sin merecerlo también. Todas esas
virtudes y atributos que veía en ti por donde quiera que pisaras se desvanecen
para convertirse en defectos y reproches. Frases tales como «Estamos hechos el
uno para el otro» terminan por trocarse en «Tú y yo no encajamos absolutamente en
nada». La empatía que proyectaba hacia ti se transforma en rencor y ya nadie en
el mundo puede cambiarlo. Supongo que es un mecanismo de defensa para olvidar a
tu expareja y autoconvencerte de que era la persona equivocada. Eso te allana
el terreno para seguir caminando hacia delante. Pura supervivencia.
Durante algún tiempo llegué a pensar que Estela me había dejado por otro y que
se alejó de mi vida de aquella manera tan cobarde porque no tenía el suficiente
valor para decírmelo. Muchas veces me he preguntado la razón por la cual
infinidad de parejas rompen su relación al entrar un tercero en discordia. Fue
aquí en el centro de rehabilitación mientras veía un documental del zoo por la
tele cuando intuí el porqué de esa forma de actuar. Un empleado se dirigía al
foso de los caimanes junto con la periodista para echarles comida. Su ración
consistía en varios huesos y un pedazo de carne: «Primero se echan los huesos»,
dijo el cuidador sacándolos de una bolsa grande. «¿Por qué primero los huesos?»,
preguntó la reportera intrigada. «Porque si les echo primero la carne después
los huesos no quieren ni probarlos». Algo parecido es lo que pasa con nuestras
relaciones de pareja. Siempre acudimos hambrientos al encuentro de una relación
sin pararnos a pensar que en el fondo pueda ser un hueso duro de roer. A nadie
se le ocurre esperar con paciencia hasta que llegue otra oportunidad mejor
porque el ansia de amar y el miedo a la soledad nos empuja a coger la
pieza sin pensar en nada más. Pero si en el camino se presenta frente a
nosotros un pedazo de carne, el hueso deja de tener valor y vamos en dirección
opuesta a por la ración que siempre habíamos deseado.
Sin duda el mundo está lleno de relaciones con huesos que se atragantan
en el pescuezo.
4
A pesar de todos nuestros problemas de convivencia pensaba que Estela iba a ser
la mujer con la cual envejecería. Sin embargo, todo lo que habíamos compartido
durante más de diez años se había esfumado de un solo plumazo con aquella fría
nota que me dejó sobre la mesa del recibidor. A veces lo más triste no es que
te dejen, sino cómo lo hagan. Una hoja tamaño folio pillada bajo el cenicero de
murano que compramos juntos en Venecia fue suficiente para ella. Ese detalle en
apariencia trivial me hizo mucho daño. Guardaba un recuerdo entrañable de aquel
viaje donde nos prometimos amor eterno. Ese cenicero era el símbolo de nuestra
relación. Fue testigo de nuestros sueños, de nuestros secretos más ocultos…
Compartió la estancia donde fuimos entrelazando nuestras almas... Aquella forma
de proceder me pareció vulgar y ofensiva. Da igual que la hoja estuviese
emborronada por sus propias lágrimas. Hubiera preferido verlas caer frente a
mí... En la nota decía que era la única manera de poder alejarse de allí; que
no habría tenido valor de irse diciéndomelo a la cara. Para suavizar aquel
mensaje de ruptura, al final dejaba abierta una posible relación amistosa entre
nosotros: «Pase lo que pase, te daré mi apoyo. Y con el tiempo tendrás mi
amistad». Pero tan sólo eran palabras huecas; una forma dulce y engañosa de
rubricar su felonía. El tiempo lo único que trajo fue silencio y distancia... Y
así, sin más, con unas simples líneas escritas en un folio, abandonó el piso
donde vivíamos juntos desde hacía años; el piso donde compartimos risas,
alegrías, inquietudes, cariño, sexo, amor... Desde entonces no puedo escuchar
aquella canción de Leonard Cohen Esa no es forma de decir adiós porque
se me hace un nudo en el estómago. La oímos tantas veces acariciándonos en el sofá
del salón... «Te amé por la mañana,
nuestros besos profundos y calientes. Tu cabeza sobre la almohada como una
tormenta dormida». Jamás pude imaginar que aquella letra estaba relatando
un episodio futuro de mi propia vida.
Y ahora me hallo aquí solo rodeado de paredes desnudas, de armarios vacíos y de
noches sombrías… Como único vestigio de nuestra relación Estela me dejó su gata
en el dormitorio. Ella misma fue quien la trajo a casa con toda la ilusión del
mundo. Pero después no le importó marcharse y abandonarla... Tras leer esa
infame nota me derrumbé sobre la cama llorando a lágrima viva. Diamanda y yo
compartimos incrédulos la fuga y la traición de aquella persona que nunca más
quiso volver a vernos. La gatita a veces me miraba triste preguntándose lo
mismo que yo: «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?»
Después de vivir algo así te sientes hundido y sin fuerzas para seguir luchando
por rehacer tu vida de nuevo; sin motivación para buscar otra persona a la que
amar y a la que entregar tu corazón porque tienes miedo de volver a tropezar
con lo mismo... También está el temor a que no te acepten como eres, a que
pongan en tela de juicio tu manera de ser. Por eso cuesta tanto empezar otra
vez... Lo único que te apetece es cerrar tu alma al exterior y permanecer
exiliado de las relaciones durante mucho tiempo. Nunca he entendido a aquellos
que son capaces de rehacer su vida sentimental al instante, tras una ruptura
después de muchos años de relación. Se me hace tan sospechosa esa sustitución
inmediata... A veces pienso que para algunos cambiar de pareja es como
cambiarse de calzoncillos o de bragas.
Cuando sufres el mayor desengaño de tu existencia, la autoestima baja hasta el
suelo y llegas a pensar que te lo mereces. Poco a poco empiezas a asumir que
nadie querrá compartir su vida contigo. Das por hecho que la convivencia en una
relación de pareja es algo sumamente complicado. Y es que es tan difícil
convivir con otra persona día tras día bajo el mismo techo y en la misma
cama... Volver a empezar desde cero para mostrarle a alguien lo mejor de ti
ocultando lo que puede traerte problemas como fumar a todas horas, apretar el
tubo dentífrico por el medio, dejar las tapas del inodoro subidas, no recoger
los platos tras la comida, poner la ropa en cualquier lado... es igual que
presentarse de nuevo a una entrevista de trabajo para conseguir empleo. Me
pregunto si no sería mejor comenzar siempre por lo malo dejando claro lo que es
susceptible de molestar al otro. Incluso puede llegar a ser divertido y le
quitaría tensión a ese primer encuentro en el cual todo tiene que ser
impecable. A decir verdad, tan sólo es cuestión de tiempo que uno vaya saliendo
del envoltorio edulcorado de las primeras citas para irse mostrando como
realmente es... Si cada pareja que inicia una relación confesara sus defectos
desde el principio se ahorraría todo el tiempo invertido de manera absurda en
idealizar a la persona deseada para luego tener que desandar el mismo camino.
Resulta un esfuerzo ímprobo tener que dar una imagen perfecta que en realidad
es una farsa pues nadie se escapa de lo vulgar o de lo sórdido, ni siquiera la
persona más intachable que pueda existir en el mundo… Si a mí me hubieran dicho
mientras cenaba entre velas que esos dientes perfectamente alineados o esas
manos largas y estilizadas dejarían mella en mi cuerpo, no lo habría imaginado
ni en lo más remoto de mis pensamientos. Sin embargo, ahora, por un impulso visceral
que ni yo mismo logro entender, guardo esas experiencias como algo de lo que no
reniego, y pienso que en ese tirón de pelos o en ese mordisco desbocado había
pasión; y si había pasión, es que había vida. Todo, menos frialdad, porque sin
duda lo que más duele en el alma es la distancia; la indiferencia de una
persona a la que has amado con todo tu corazón.
5
Dice el psiquiatra que el período de desamor entre una pareja dura dos años,
pero ya han transcurrido más de tres y todavía sigo estancado en mis
sentimientos... No sé por qué me martirizo día tras día con el pasado; el caso
es que hay algo en mi interior que me impide evitarlo. Quizás porque desde
aquel 13 de octubre mi existencia se ha detenido convirtiéndose en una rutina constante,
y este centro de rehabilitación sin duda es el sitio ideal para
reflexionar sobre la vida y el amor. Tengo tantas horas para divagar con mis
pensamientos... Tumbado sobre la cama me vienen a la cabeza mis antiguos amores
como si fuera un álbum de fotos viejo y desgastado... Enciendo un cigarro y
dejo que la mente viaje al pasado para revivir esos momentos ya tan lejanos……
A dos manzanas de mi casa en el barrio de Moncloa vivía Freya, una sueca que llegó a España con su familia por asuntos de trabajo del padre. Yo tan sólo era un niño de nueve años y ella también tenía mi misma edad. Con Freya fue la primera vez que sentí algo especial por una chica. No puedo expresar con palabras lo que notaba dentro de mí cuando me cruzaba por la calle con ella. Era como un hormigueo recorriendo el estómago que no sentías igual jugando con tus amigos a policías y ladrones en el recreo. Aquella niña de cabellos dorados parecía una princesita de los cuentos de hadas y despertó en mí algo que ya nunca más me abandonó… De la misma forma que vino, un día Freya desapareció del barrio para regresar a su país natal. Jamás después supe ya nada de su vida… A veces cuando deambulo por su antigua calle me pregunto qué habrá sido de Freya y vuelve a renacer en mí esa sensación de hormigueo que me invadía siendo un niño.
Con doce
años conocí a Marta en la escuela. Ni siquiera puedo considerar que fuese mi
novia pues éramos dos adolescentes, pero fue la primera chica a la que besé y
aquello tuvo mucha importancia para mí, aunque en realidad aquel primer beso no
me gustó nada. Me supo a saliva seca y resultó ser una decepción. He de
confesar que a esa edad yo tenía más intriga que deseo por saber lo que era una
chica. Siendo totalmente sincero, a los doce años prefería jugar al fútbol o a
las canicas que ir de la mano por la calle con Marta. Recuerdo que la trataba
como un a amigo más de la pandilla sin hacer ningún tipo de distinción por ser
una chica. Siempre agradeceré haber ido desde pequeño a un colegio mixto y
vivir con naturalidad el trato con el sexo femenino. Algunos de mis amigos no
tuvieron esa suerte y para ellos una chica venía a ser algo así como un
extraterrestre... A Marta y a mí los fines de semana nos gustaba ir al Parque
de Atracciones para montarnos en el Pasaje del Terror y en la Montaña Rusa.
Luego solíamos comprar pipas, gominolas o algodón dulce y nos íbamos paseando
hasta el lago de la Casa de Campo. Allí alquilábamos un bote para remar y
echábamos de comer a los patos y a las carpas. La espontaneidad y la inocencia
de aquellos primeros años es algo que vas perdiendo para no recuperarlo nunca
más…
Poco tiempo después se cruzó por mi vida Piluca. Aquel curso había
llegado a Madrid desde Málaga con toda su familia. Compañera inseparable de
pupitre, nos gustábamos y los dos lo sabíamos, pero a esa edad el pudor ante la
evidencia de los sentimientos puede ser una barrera infranqueable. Lo cierto es
que el mero hecho de estar sentado junto a ella en las horas de clase repasando
lecciones me llenaba plenamente. La complicidad que existía entre nosotros era
algo que pocas veces he vuelto a sentir con la misma intensidad a lo largo de
mi vida… Recuerdo que una mañana en el recreo me caí al suelo torciéndome la
mano. Piluca me la cogió y la retuvo hasta que se me pasó el dolor. No me
hubiese importado caerme cien veces más por volver a sentir sus dedos sobre mi
piel. Aquel contacto físico entre nosotros destapó en mi interior un torbellino
de emociones totalmente desconocidas... Poco después de aquella caída fortuita
le dejé en la cajonera de su pupitre un trozo de papel con la letra de una
canción: «Yo no te pido que me bajes una
estrella azul, sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz». Cuando
Piluca fue a sacar sus libros de texto se encontró aquel mensaje furtivo escrito
con mi caligrafía. No se me olvidará nunca la expresión de su rostro al leerlo
y cómo se ruborizó invadida por la timidez… Tan sólo era un niño de trece años,
pero creo que estuve enamorado de Piluca. Sentí algo muy especial por esa
chica, aunque todo se quedase en un amor meramente platónico. A menudo sigo
pensando en ella y me pregunto qué habrá sido de su vida.
Dos años
después con Belén todo fue mucho más intenso. Por aquel entonces yo estaba
experimentando en mi físico cambios constantes. El vello, la voz, el deseo…
Cada mañana se levantaba de la cama otra persona diferente. Día a día comenzaban
a brotar en mí nuevas sensaciones... Belén con catorce años era una niña dentro
del cuerpo de una mujer. Morena con los ojos verdes, las curvas de sus caderas
me ponían un nudo en la garganta. Recuerdo aquel lunar suyo sobre el labio,
sensual y seductor… Durante la excursión del colegio a Sigüenza en aquella primavera
surgió entre Belén y yo una atracción que siempre recordaré como algo puro y
sincero. Por casualidad en el autocar nuestros asientos coincidieron muy
cercanos, de manera que podíamos vernos a poca distancia intercambiando
miradas. Cuando llegamos a Sigüenza, aquella especie de cortejo visual
prosiguió entre los dos. Una vez dentro de la Catedral, mientras el profesor
nos explicaba la historia del Doncel, las miradas mutuas ya iban acompañadas de
gestos y sonrisas. A mediodía los alumnos compramos unas botellas de sidra y
nos fuimos a comer bajo un pinar sombreado en las afueras del pueblo. Por la
tarde la mayoría del grupo se puso en círculo para jugar a la botella, pero
Belén y yo decidimos dar un paseo siguiendo un sendero del bosque. Le pregunté
si le hubiese gustado quedarse jugando con el resto de la clase. Me dijo que
prefería estar conmigo porque casi todos los chicos eran tontos y le habría
dado asco besarse con ellos. Al cabo de un rato nos sentamos frente a un arroyo
y nos pusimos a charlar de muchos temas. Nunca hasta entonces en toda mi vida
había hablado en serio de tantas cosas con una chica… Envalentonado por los
efectos de la sidra, al final le insinué que cómo se desahogaba sexualmente.
Responder a tal pregunta quizás era demasiado embarazoso para una chica de
catorce años, pero en esos momentos la conexión que había entre nosotros hizo
que se lo tomara con mucha naturalidad. Belén me dijo de forma implícita que se
desahogaba con fantasías… Para un chico aquella respuesta resultaba algo
imprecisa, pero no quise insistir en que me diese detalles a pesar de mi
curiosidad adolescente. Ella por su parte no me preguntó nada, porque las
chicas nunca hablan de cosas tan íntimas, aunque sin duda las piensan y las
sienten.
Nada más
llegar a Madrid, Belén y yo dejamos al resto de compañeros y nos fuimos a dar
un paseo por las calles del barrio. Ninguno de los dos deseaba que terminase
aquel día y continuamos prolongando nuestras conversaciones sobre el asfalto de
la ciudad. A las once de la noche la acompañé hasta el portal de su casa y nos
despedimos. Hubiera dado lo que fuese por besarle en los labios, pero no me
atreví… Ella esperaba paciente a que lo hiciese mientras sujetaba la puerta
entreabierta. Me quedé allí delante de ella mirándola con expresión de timidez.
Belén era realmente bonita. Aquel lunar sobre su boca me parecía como una fruta
prohibida que en esos momentos estaba a mi alcance… Le dije que me lo había
pasado muy bien y sonrió. Luego nos despedimos con dos besos en la cara. De camino a casa me reprochaba a mí mismo por
qué no me había lanzado; pero creo que en el fondo fue mejor así. En el deseo
contenido también hay placer y belleza… Recuerdo que nuestros padres nos
castigaron a los dos por llegar tarde. Recuerdo también que nunca un castigo me
supo tan dulce. Aquella noche la pasé reviviendo todos los momentos de la
excursión en compañía de Belén. Creo que esa madrugada me desperté con la
imagen de su lunar perdido entre mis labios.
Estuvimos
escribiéndonos cartas en verano y a partir de septiembre iniciamos una relación
que recordaré durante el resto de mi vida... Después de hacer los deberes ella
venía a mi casa y nos pasábamos las tardes escuchando la música que mi hermana
ponía en los guateques con sus amigos, sobre todo discos de Bob Dylan, Cat
Stevens, Leonard Cohen, Simon & Garfunkel, Don McLean, Roberta Flack o Carole
King. No puedo recordar la cantidad de veces que dimos la vuelta a esos vinilos
sobre el plato, pero seguro que fueron muchas. Por aquellos tiempos escuchar un
disco acompañado de alguien venía a ser como una especie de ritual. Había algo
de mágico en el hecho de sacar el vinilo de la funda, ponerlo sobre el
tocadiscos y pincharlo con la aguja. Todos esos álbumes podías abrirlos para
compartir sus fotos con quien tuvieras al lado. Nada que ver con la frialdad de
los cedés y sus portadas en miniatura. Supongo que cada generación se identifica plenamente con su tiempo
y piensa que es el mejor, pero no me cabe la menor duda de que en aquellas
décadas se hicieron canciones que nunca se igualarán… El mundo se llenó de color y alegría con la llegada de los Beatles y el
resto ya fue la continuación de todo ese estallido. En los años setenta
podíamos pasarnos horas y horas poniendo vinilos sin parar. Una tarde con
cuatro amigos escuchando discos y bebiendo cerveza siempre era un buen plan. No
necesitábamos Youtube para ser felices. La clave estaba en que compartías las
canciones en vez apoltronarte tú solo frente a la pantalla del móvil o del
ordenador como un autista... Puede parecer exagerado, pero algunos compañeros
del instituto cuidaban más las discografías de Rock que a sus propias novias. «Un buen disco nunca te fallará»,
solían decir convencidos mientras les
pasaban la gamuza por encima. Y ciertamente había bastante de verdad en
eso. La chica con la cual escuchabas Year
of the Cat abrazado en el sofá, antes o después terminaba por desaparecer
de tu vida. Sin embargo, el disco de Al Stewart permanecía fiel en la colección
de la estantería dispuesto a hacerte pasar un buen rato sin necesidad de tener
que sufrir alguna decepción con el paso de los años. Por desgracia las
relaciones de pareja siempre se rallaban antes que los discos a pesar de que
las cuidaras con todo tu corazón.
Había lecciones
ocultas en los microsurcos de los vinilos imposibles de aprender con los libros
de texto o con las explicaciones de los profesores durante las clases. Gracias
a la audición de todos aquellos álbumes experimentabas sensaciones que
alteraban tu vida de manera irreversible. La primera vez que escuchabas a Jimi
Hendrix, Pink Floyd o Led Zeppelin, tu mente sufría una metamorfosis parecida a
un shock cerebral. En cuanto te hacía
efecto el veneno inoculado por el aguijón del Rock quedabas marcado para el
resto de tu vida… Desde ese instante tu percepción del mundo cambiaba
para siempre. Ya no había vuelta atrás. A partir de ese momento era otra
persona la que se sentaba a comer en la mesa con sus padres. Ningún pasaje de la Biblia tenía tanta influencia sobre nosotros
como un buen disco de Rock. Canciones como Stairway
to Heaven o Bohemian Rhapsody
eran más sagradas que cualquiera de los Diez Mandamientos… Es difícil de
expresar con palabras lo que se sentía cuando con la paga de varias semanas
comprabas un vinilo y lo ponías en el tocadiscos. Aquellos discos de Yes, de Genesis, de King Crimson, de Santana, de
los Who, de Jethro Tull, de Supertramp o de Mike Oldfield, eran capaces de
hacerte volar hasta lugares imaginarios… Para los que amamos el arte por encima de todas las cosas, la
música es algo de lo cual nos sería imposible prescindir. Puede que resulte utópico,
pero a muchos nos gustaría encontrarnos de forma habitual en la vía pública con
nombres tales como Plaza de los Beatles o Avenida de los Rolling Stones, pues
han contribuido a hacer más feliz a la Humanidad que un general vencedor de
cualquier batalla o un obispo magnánimo canonizado por el Papa.
Nunca se me
olvidarán los primeros besos con Belén oyendo el Tapestry de Carole King… Por desgracia, ya no se hacen canciones
tan sinceras y emotivas como aquéllas. Escuchar You’ve Got a Friend en un día de desánimo te calaba hasta los huesos.
Antes una buena canción era algo
sagrado; algo que iba más allá del disfrute de una melodía. Los que de verdad
amamos la música podemos sentir una canción hasta que nos duela. Temas como Suzanne o Vincent eran capaces de desgarrarte por dentro si te sorprendían en
una tarde lluviosa y melancólica… De la misma manera, una canción te podía
elevar hasta las nubes cuando todo estaba perdido o al menos así te lo parecía.
Escuchar algo tan bello como Carpet Crawl
de Genesis te hacía resurgir de tus propias cenizas y en esos momentos pensabas
que realmente merecía la pena vivir.
Recuerdo que Belén y yo paseábamos a menudo por los jardines de Rosales
descubriéndonos a nosotros mismos. Un atardecer de primavera tumbados en la
hierba del parque mis manos se deslizaron por primera vez sobre sus pechos
duros y pequeños. Creo que todavía sigue latiendo en mí la sensación de vértigo
de aquel instante... No sé cómo se sentirían los conquistadores al llegar por
primera vez a una tierra inexplorada, aunque supongo que esa mezcla de temor y
excitación por lo desconocido se asemejaría bastante a lo que yo sentí en esos
momentos... Sin embargo, al regreso de las vacaciones Belén no permitió que
aquello volviera a suceder. Me dejó completamente frustrado. No entendía nada…
Al cabo del tiempo y tras mucha insistencia por fin me dio una explicación.
Aquel verano había estado durante dos semanas haciendo ejercicios espirituales.
Belén confesó todas nuestras experiencias de pareja a un sacerdote. Tras narrarle
los momentos más íntimos el cura le dijo que eso que hacíamos a escondidas era
pecado mortal. El odio que sentí por la Iglesia desde aquel instante fue algo
que no me ha abandonado hasta hoy. Mi libido había quedado reprimida por las
doctrinas arcaicas de una religión que castraba los deseos de los adolescentes.
Y así terminó de forma tajante mi primera incursión en un cuerpo femenino:
enterrada bajo los designios de una sotana retrógrada e inquisidora. A partir
de entonces las fantasías sexuales de Belén comenzaron a marchitarse sometidas
por los castos consejos de un viejo cura. Pero la sensación de haber acariciado
esos pechos es algo que jamás olvidaré. Fue como rozar el paraíso tumbado sobre
el césped húmedo de aquel parque cercano a Rosales... Tengo que confesar que
todavía conservo la rosa roja y el colgante de plata que Belén me regaló como
muestra de amor. Creo que los guardaré mientras viva pues representan la pureza
de aquellos años en los que comenzaba a descubrir los enigmas que cada mujer
encierra en su interior.
6
Al año siguiente trasladaron a mi padre a Bélgica y toda la familia tuvo
que emigrar. Por fortuna en aquel país no había curas amargados que daban
consejos castos a las chicas. Allí nadie se sentía culpable por el mero hecho
de haber nacido como en la religión católica, ni por dar rienda suelta a los
estímulos de tu cuerpo de manera natural. Allí no existían conceptos tan
perversos como el del Pecado Original ni remordimientos estúpidos por
disfrutar del placer. Lo más repugnante fue conocer tiempo después todos esos
casos de pederastia que se destaparon en el seno del a Iglesia. Y no eran
sucesos aislados, sino una práctica habitual entre aquellos predicadores de la
palabra de Dios. Era tremendo saber que mientras esos curas rancios reprimían
nuestros impulsos naturales ellos por detrás abusaban de criaturas inocentes a
las cuales dejaban frustradas de por vida. Era totalmente repulsivo, y lo más indignante
es que nunca hasta hoy han pagado por ello.
Fue al poco tiempo
de llegar a Charleroi cuando conocí a Kathy, una belga rubia de ojos azules que
me hizo volar sin alas… Con Kathy hice por primera vez el amor. Mal, claro
está. Con los nervios del que quiere demostrar que sabe hacer muy bien algo que
nunca ha hecho. Pero Kathy... Kathy era un cielo, y me llevó en volandas
aquella noche de verano. Kathy me hizo descubrir cuerpo a cuerpo lo que era una
mujer. El tacto de su piel desnuda sobre las sábanas fue algo maravilloso... Mi
regreso a España dos años después resultó ser un fastidio. Con lágrimas en los
ojos, Kathy me dijo al despedirse: «Siempre que mires la luna piensa en mí». Y
yo miré la luna muchas veces pensando en Kathy, pero sabía que eso no podía
durar toda la vida... No hay amor posible que sea capaz de salvar la distancia
por mucho sentimiento que haya puesto en él. Lo cierto es que todavía hoy me
acuerdo de Kathy. Creo que por personas tan dulces como ella merece la pena
haber nacido.
De nuevo en España, tras unos meses en Madrid, nos fuimos a vivir a Alicante.
Y allí conocí a Ana. La afabilidad del carácter mediterráneo me sedujo... A su
lado compartí el mar y las poesías de Miguel Hernández. Ana era una criatura
encantadora. Para ser feliz tan sólo necesitaba tener un libro abierto entre
sus manos o escuchar viejas canciones de Silvio Rodríguez. Estuve muy enamorado
de esa chica. Su sonrisa espontánea sin duda era lo más bonito que tenía...
Pero veníamos de dos mundos completamente distintos. Ana y yo disentíamos de
manera radical en nuestros principios y eso antes o después tenía que hacer
aguas. Es difícil compaginar una relación con alguien que tiene ideas vitales
opuestas como por ejemplo la creencia en Dios. Es probable que sea un
prejuicio, pero yo nunca podría compartir mi vida sentimental con una persona
religiosa. Choca de frente con mi manera de ver la vida. Creer en Dios me
parece una cobardía, un refugio estúpido que no lleva a ningún lado; tan sólo
al consuelo ingenuo de la prolongación de nuestra existencia en algún lugar
idílico. La religión no es más que un espejismo producto del miedo que nos
subyuga desde que el hombre fue consciente de la muerte como el final de todo.
Al ser humano no le basta con existir hasta el último latido de su corazón.
Necesita el autoengaño de la inmortalidad en otro mundo imaginario donde
transcender eternamente.
Después llegó Cristina. La conocí una noche de agosto en Torrevieja tras la
barra de un pub sirviendo copas. Al cabo de varios días nos hicimos amantes.
Aquel verano se juntaron nuestros mundos como dos torbellinos de brisa fresca…
Cristina es la mujer más atractiva que ha pasado por mi vida. Recuerdo que era
sensual hasta para vestirse. Una mujer exhala belleza cuando se desnuda, pero
también puede ser femenina poniéndose la ropa o haciendo cualquier cosa.
Simplemente verla comiendo una fruta jugosa resultaba persuasivo… Cris me enseñó
lo que era el sexo de verdad sin tapujos ni rodeos. Nuestro primer encuentro en
la cama fue un acto iniciático para mí. Aquella noche de estío permanecimos
varias horas en la playa besándonos como dos gatos en celo arrullados por las
olas del mar. En mitad de la madrugada decidimos ir a mi casa para estar más
cómodos. Subimos las escaleras de puntillas y antes de meter la llave en la
puerta, le dije en voz baja: «No podemos hacer ruido. Están mis hermanas
durmiendo en la habitación de al lado». Entonces Cris me susurró al oído
mientras me besaba dulcemente por el cuello: «No te preocupes, confía en mí». No
cabe duda de que el mundo está lleno de promesas incumplidas… Pero en aquella
ocasión incluso me alegré de su palabra quebrantada, porque verla gemir conmigo
dentro de su cuerpo ha sido una de las experiencias más bonitas que he sentido
nunca. A partir de entonces, Cris y yo hicimos el amor mil veces por pura lujuria
y de todas las formas posibles. Lo suyo era verdadera pasión por practicar el
arte de Eros. Recuerdo la fugacidad de nuestros encuentros como algo excitante
y morboso por nuestra condición de amantes… Cierto verano hicimos un viaje por
la costa de Almería visitando diversos pueblos de la zona. Al final de cada
jornada siempre esperábamos con ansia volver al hotel de Mojácar para hacer el
amor. Podíamos estar una noche maravillosa en Garrucha comiendo una ración de
gambas, pero antes de terminar ya nos mirábamos con cara de lascivia pensando
en hacerlo. «Me siento como un águila herida deseando llegar al nido», solía
decirme con sonrisa de complicidad antes de regresar al hotel. La
clandestinidad de nuestros encuentros a veces desembocaba en situaciones comprometidas.
Su novio era un profesor de francés que viajaba constantemente por asuntos de
trabajo. En varias ocasiones estuvimos a punto de cruzarnos a la salida de su
casa... Cris y yo apurábamos nuestras citas hasta el último instante desafiando
al destino. Con las sábanas todavía húmedas tras una noche insaciable de sexo,
él llegaba minutos después para sustituirme en la cama… Una vez llegamos a
hacer el amor mientras ella hablaba con su novio por teléfono. Cris sostenía el
auricular apoyando los codos sobre la mesilla, mientras yo la penetraba por
detrás cogiéndola de las caderas. Pero aquella situación acabó por convertirse
en algo demasiado arriesgado como para que durase mucho tiempo. Cris me dijo
que se había planteado dejar a su novio y venirse conmigo, que yo tenía la
última palabra... Sin embargo, no me sentí con el valor suficiente para
destruir una pareja, así que decidimos dejarlo. Por fortuna todavía conservo su
amistad. Tiempo antes de tener el brutal accidente de coche, paseaba con ella y
su hija por el malecón del faro cuando nos veíamos en Torrevieja. Una sensación
extraña me invade al pensar que esa niña tan preciosa podía haber sido mía… La
última vez que estuvimos juntos, Cris me dijo: «Recuerdo los días de Mojácar
como los mejores de mi vida». Esas palabras me llenan de orgullo… Haber hecho
feliz a una criatura como ella es lo mejor que me ha sucedido desde que nací.
7
De nuevo enciendo
un cigarro y sigo mirando hacia atrás. Con la perspectiva del tiempo, pienso en
lo diferentes que han sido algunas de mis parejas. Dicen que no se debe
comparar y puede que hasta cierto punto sea verdad. Sin embargo, el contraste entre dos
personas o situaciones muchas veces te quita la venda de los ojos y te muestra la realidad. Las comparaciones son odiosas, pero a menudo te hacen darte
cuenta de las cosas. Recuerdo que mi hermano era un tullido de la afectividad;
una persona imposibilitada para demostrar sus sentimientos. Prefería arrancarse
los dientes antes que tener una muestra de cariño hacia algún ser querido.
Todas sus actitudes se centraban en su propio yo con una egolatría recalcitrante.
No fue hasta que pude comparar la relación que tenían algunos de mis amigos con sus
hermanos, cuando por fin me di cuenta de cómo era él en realidad. Mis amigos
compartían con sus hermanos momentos entrañables: viajes, música,
conversaciones… Salían juntos de acampada, tocaban la guitarra, disfrutaban de
charlas… Yo jamás tuve nada de eso con mi hermano. Era un tipo insípido y
escueto en el trato, únicamente preocupado por mejorar su estatus social y
aumentar los números de su cuenta bancaria. Recuerdo que mientras mis amigos y
yo rivalizábamos por tener en nuestra colección tal o cual disco de Rock, mi
hermano competía con los suyos por ver cuál tenía mejor coche o mayor sueldo.
Esa actitud ante la vida le definía perfectamente como persona.
Años más tarde regresé de nuevo a Madrid con la familia. Recuperé viajes amistades, entre ellas a unos asturianos que conocía del barrio. Un verano me invitaron a su caserón de Asturias en Vegadeo para pasar allí la Noite Celta. Esa noche la gente del pueblo se reúne en la campiña, donde preparan suculentas barbacoas de carne y beben sidra hasta el amanecer mientras suena música celta por todas partes... Fue entonces cuando Carolina entró en mi vida. Carolina era una asturiana de pelo negro que besaba como los ángeles. El dibujo hipnotizador de sus labios me tuvo atrapado durante un largo otoño. Por su sangre corría esa bravura campechana de los norteños que enseguida se hace querer. Carolina se vino a Madrid para estudiar la carrera de biológicas en la Universidad Complutense. Todavía recuerdo aquella tarde que se presentó en mi casa después de haber estado sin vernos desde el verano... Antes las cosas surgían así, y creo que tenía mucho más encanto. No hacía falta enviar un mensaje al móvil ni nada por el estilo. De repente llamaban al timbre de tu puerta y aparecía alguien por sorpresa. Recuerdo que una vez fui a Valencia para ver a una amiga sin avisarla. Me presenté por la tarde en el barrio del Carme donde vivía Rosana y subí a su apartamento. Sorprendida, me dijo que pasara al salón; entonces me enseñó lo que estaba escribiendo justo en ese instante en su diario: «Estoy sola en casa. Hoy nadie vendrá a verme...» Situaciones así hoy en día son inconcebibles en la era del teléfono móvil, ese artilugio siniestro que mediatiza y cuadricula nuestras vidas.
No se me
olvidará nunca aquella tarde de otoño con Carolina. Llevaba puesto un vestido
amarillo que dejaba al aire las piernas más allá de sus muslos. El contraste de
su cabello largo y negro con esa prenda me sedujo por completo. Estuvimos
charlando en mi habitación rodeados de pósters y vinilos. Le dije que eligiera
un disco y pusimos a Dire Straits. Aquellos besos cálidos mientras sonaba Once
Upon a Time in the West fueron algo así como levitar sobre el sofá de mi
cuarto... A Carolina y a mí nos gustaba hacer el amor en sitios comprometidos.
A veces lo hacíamos en el parque de algún pueblo después de tomar unos vinos,
en la encimera de la cocina corriendo el riesgo de que saliera de su habitación
alguna roomie, o en las escaleras de su portal entre dos pisos con la
excitación añadida de que pudiera bajar cualquier vecino... Durante ese otoño
proyectamos algunos planes juntos, todos ellos fuera de Madrid. Por aquel
entonces yo tenía una aversión visceral a la gran ciudad. Mi ilusión era
construir un refugio de montaña para vivir en plena naturaleza lejos del ruido
y la polución. Me imaginé viviendo con Carolina en un caserón asturiano con
tejado de pizarra gris y ventanas de madera. Pero el destino es caprichoso y
aquella relación no duró demasiado... Meses más tarde Carolina me dejó por un
piloto de avión que se llamaba igual que yo. Parecerá una tontería, pero eso
fue lo que peor me sentó. Por suerte aquella mezcla de rencor y desengaño
se disipó con el paso del tiempo. Los años me devolvieron la imagen más
entrañable de aquella chica a la cual tengo como una buena amiga. Ahora
está casada y tiene dos hijos. Pero eso no impide que a veces en sueños
agitados su imagen vuelva a aparecer frente a mí con aquel vestido amarillo...
Tiempo
después Silvia apareció en mi vida. Era una chica de los suburbios de Madrid
con muchas ganas de comerse el mundo. Nuestro primer encuentro tuvo algo de
místico y ceremonioso. Yo iba por el Parque del Retiro con una carpeta llena de
guiones que pensaba releer sentado en algún banco frente al Palacio de Cristal.
Silvia estaba con un grupo de amigas tumbadas sobre la hierba. Habían consumido
ácido lisérgico y se encontraban muy receptivas con el entorno. Tras repasar
los textos durante un par de horas, decidí volver a casa. Atardecía y el sol
empezaba a ocultarse por el horizonte. Al verme pasar ensimismado por un
sendero del parque, Silvia me llamó dando voces. En un principio no la hice
caso, simplemente sonreí continuando el camino. Pero Silvia insistió: «¡Hey,
chico, acércate!» Al final pude
vencer mi timidez y di la vuelta dirigiéndome hacia donde estaban. Me
preguntaron qué hacía allí solo en el parque. Les comenté lo de los guiones y
Silvia se sintió intrigada por ellos como si fuera algo excepcional. Le dije
que tan sólo eran borradores, pero que más adelante los tendría listos para
poder enseñarlos. Al ver que se mostraba tan interesada, le di mi número de
teléfono y me marché a casa. Pasó el tiempo olvidándome por completo de aquella
curiosa anécdota... hasta que un día me encontré un mensaje en el contestador.
Era Silvia. Me sorprendió la llamada, sobre todo porque habían transcurrido
muchos meses. Quedamos al día siguiente en la Plaza de España y nos dimos un
paseo bordeando la ribera del Manzanares. Le dije que me extrañaba aquel
interés por unos vulgares guiones de cine de un simple aficionado. Entonces me
confesó el estado alucinógeno en el cual se encontraban todas... Aquella tarde
me vieron llegar por el sendero entre árboles como si fuera una aparición, con
mi carpeta en la mano y mi parsimonia habitual. «Fue un momento mágico», dijo
Silvia. «Los últimos rayos de sol entre las ramas de los árboles brillaban en
tu pelo largo y me quedé fascinada. Puede que fuera el efecto del tripi, pero
todo nos parecía sublime». Incitado por aquel comentario, le propuse ir a mi
casa para ver en vídeo el musical Hair.
Compramos varios litros de cerveza y viendo aquellas imágenes de hippies
bailando en el Central Park de Nueva York enseguida conectamos en gustos y
opiniones. A la media hora parecía como si nos conociésemos de toda la vida…
Después de Hair puse la película de
Led Zeppelin The Song Remains the Same y
se quedó totalmente alucinada viendo a Jimmy Page rasgar el arco de violín
sobre las cuerdas de su guitarra… Antes de marcharse aquella noche, Silvia me
pidió los guiones de cine para leerlos. Cogí una carpeta de la estantería y
metí varios al azar. «Llévate también este libro», dije sacando una biografía
del cineasta sueco Ingmar Bergman. «¿Quién es?», preguntó mirando las fotos del
interior con curiosidad. «El mejor director de cine de todos los tiempos»,
respondí categórico. A partir de ese instante, comenzamos a vivir una aventura
durante varios meses muy intensos. La mezcla de nuestras personalidades vino a
ser algo así como una especie de cóctel molotov donde todo lo que nos
sugeríamos el uno al otro siempre resultaba atractivo y excitante…
La primera
vez que fui a casa de Silvia me quedé sorprendido con la decoración de su
cuarto. Las paredes estaban literalmente cubiertas por fotos y pósters de los
Doors. No había ni un solo hueco que no estuviera reservado al grupo de Rock
californiano. Silvia era una auténtica fanática de Jim Morrison, al igual que
el resto de sus amigas. Recuerdo que todas eran muy peculiares. Su modus
vivendi venía a ser como un revival de los años sesenta donde todo giraba en
torno al movimiento hippy de aquella fascinante década. A menudo se iban de
acampada a la sierra para practicar ritos que podrían definirse como aquelarres
de brujas modernas. Durante toda la noche bebían alcohol, fumaban marihuana,
ingerían setas alucinógenas y al final danzaban desnudas alrededor de la hoguera
en algún claro del bosque…
Si algo
definía a Silvia era su desenvoltura para llevar la iniciativa en cualquier
circunstancia. A menudo me proponía situaciones extravagantes, a cada cual más
sugerente y transgresora. Cuando la conocí su objetivo prioritario era perder
la virginidad por encima de cualquier matiz sentimental que pudiera surgir entre
nosotros. A veces bromeaba diciendo que desde el principio me había utilizado
como hombre objeto. Yo me dejaba llevar viendo todo aquello como algo divertido,
aunque el hecho de caminar siempre al borde del abismo me producía sensación de
vértigo... Silvia deseaba experimentar con cada centímetro de su cuerpo hasta
las últimas consecuencias, sacando partido a sus zonas erógenas mediante toda
clase de juegos y artilugios. Lo cierto es que rebasó con creces cualquier
gesto de intrepidez que mi fantasía como guionista de cine hubiese podido lograr.
Pasaron los
años y no volví a saber nada de Silvia, hasta que un día viendo la tele
pusieron el videoclip de una banda de Electropop cuya cantante iba paseando
desnuda por la Gran vía. Al principio no le presté demasiada atención, aunque transcurridos
unos segundos observé que la cara de esa chica me era familiar. Cuando
acercaron un primer plano, no me lo podía creer. Era Silvia. Me pareció estar
soñando, pero aquella imagen era real. Entonces rebusqué por los cajones mi
vieja agenda de teléfonos y la llamé para asegurarme de que no había tenido una
alucinación… Silvia se sorprendió de mi llamada casi tanto como yo de su aparición
desnuda en la pantalla de mi televisor. Me dijo que había formado un grupo de
música llamado Cycle y que aquellas imágenes eran de su último videoclip. Decidimos
citarnos aquella misma noche para ponernos al día de nuestras vidas.
Desempolvamos juntos antiguos recuerdos y a última hora hicimos el amor en su
casa, quién sabe si homenajeando los viejos tiempos, a pesar de que aquellos
pósters de Jim Morrison ya habían desaparecido de su habitación…
Tras aquel
revuelo de la Gran Vía, Silvia se hizo famosa en la escena underground y una
canción de su primer disco fue elegida por las revistas especializadas como el
mejor tema Pop del año. Meses más tarde nos encontramos en una fiesta nocturna
que se celebró en el Círculo de Bellas Artes. Nada más verme, exclamó
sonriendo: «Sabía que te iba a encontrar aquí». Y es que Silvia tenía algo de
bruja… Después hemos vuelto a coincidir en varias ocasiones, aunque ya parecía
otra persona. Ahora alterna con individuos que pertenecieron a esa estafa
musical de los años ochenta llamada Movida Madrileña; ese montaje fútil y vacío
de contenido que muchos se empeñan en ensalzar a cualquier precio. Todos los
personajes de aquel movimiento artificioso llevaban el símbolo de la frivolidad
como bandera. Recuerdo que cualquier cosa
susceptible de ser expuesta en un museo moderno la consideraban como una
manifestación artística. A una sala repleta de dentaduras postizas sujetas por
hilos colgando del techo lo llamaban entusiasmados arte vanguardista; sin
embargo, un disco de Pink Floyd, una sinfonía de Mahler o una película de
Bergman no cabía dentro de su mente superficial y les parecía algo aburrido.
Hace varios
años Silvia posó desnuda para una revista y después realizó otro videoclip
subido de tono junto a un famoso actor español del cine porno. Sin duda alguna
Silvia no tiene límites y se atreve con todo… Pero a pesar de esa imagen
impostada de cara a la galería, estoy seguro de que bajo su piel todavía sigue
refugiada aquella intrépida chica de barrio rebelde e insurgente. Ojalá que en
el fondo de su corazón aún permanezcan guardados todos aquellos discos de los
Doors que escuchábamos juntos.
8
Después de Silvia se cruzó Ruth por mi vida, y tengo que decir que ha sido una
de las experiencias más intensas que he experimentado jamás... La vi por
primera vez en un antro oscuro llamado La Cueva del Alquimista. Me la presentó
Javi El Largo, un amigo de la pandilla fanático de los Beatles. Yo estaba
charlando con alguien en la barra y Javi se acercó. «Hay una chica que quiere
conocerte», me dijo al oído. Al principio pensé que era una broma, pero al cabo
de unos segundos Javi regresó con Ruth y nos presentamos. «Me han dicho que
escribes guiones de cine», susurró con timidez. Luego añadió: «A mí también me
gusta escribir, pero relatos cortos. Me he apuntado a un taller de
literatura...» No había terminado de hablar, cuando la interrumpí diciendo: «Si
quieres ser tú misma, salte lo antes posible del taller. Allí sólo te enseñarán
a escribir como los demás». Nos quedamos juntos charlando mientras bebíamos y
la conversación se prolongó hasta la madrugada. Le conté mi pasión por el cine
clásico de toda la vida; por aquellas irrepetibles películas en blanco y negro,
desde El acorazado Potemkin, Metropolis, Nosferatu, El gabinete del doctor
Caligari..., pasando por El ladrón de bicicletas, La ley del silencio,
El séptimo sello, La piel suave, Psicosis, Repulsión, Manhattan, El cielo sobre
Berlín... Salimos juntos de aquel garito y la acompañé hasta el búho en
medio de una complicidad que se palpaba en el ambiente. Mientras hablábamos por
el camino la observaba embelesado. Ruth era morena con los ojos castaños.
Reflejaba una placidez en su rostro que transmitía sosiego. Su mirada era
profunda e inteligente. Tenía la voz preciosa y serena. Antes de
despedirse, me dijo: «Eres una persona muy interesante». Creo que esa noche
llegué a casa tropezando con todas las farolas que encontraba a mi paso... Días
más tarde fuimos juntos al cine para ver Cinema Paradiso. En mitad
de la proyección sentí que algo muy intenso estaba surgiendo entre
nosotros. Dos horas después salí de la Filmoteca enamorado de ella y de la
película. Recuerdo que acompañándola hacia su casa hizo un comentario sobre el
argumento: «Es una historia nostálgica que critica a la nostalgia.» Y tenía
toda la razón... Ruth era brillante en la apreciación de las cosas. Aquel
comentario perspicaz tan sólo fue el inicio de un largo intercambio de
conversaciones sugerentes… Al poco tiempo, casi sin darme cuenta, me encontré
viviendo con Ruth en una buhardilla de Malasaña.
Esa etapa de
mi vida fue realmente intensa. Juntos disfrutamos un montón de experiencias muy
enriquecedoras. Viajamos mucho por España y nos gustaba acampar en los sitios
más recónditos: Calatañazor, Pedraza, La Alberca, Pelegrina, Lesaka... Nunca
olvidaré aquella noche de luna llena junto a la Laguna Negra donde se sinceró
contándome todos sus secretos bajo un firmamento limpio y estrellado... Ruth y
yo compartimos inquietudes artísticas en todos los terrenos. Planificamos entre
los dos varios guiones de cine, algunos de los cuales recuperé con el tiempo.
Ruth escribía bastante bien, aunque le faltaba constancia. Empezó una novela de
intriga muy interesante sobre una niña que había sido emparedada en el interior
de una iglesia durante la Edad Media. Le ayudé con algunas ideas, pero al final
desistió de seguir con la historia. Decía que la escritura era una ardua tarea
y que encima no estaba suficientemente valorada. Sé muy bien a lo que se
refería. Juntar letras para construir frases puede hacerlo cualquiera, pero
hilar línea tras línea hallando a cada momento la palabra precisa, ya es otra
historia… Yo me reafirmaba en mi escepticismo respecto a los talleres
literarios argumentando que las mejores enseñanzas están en las obras de
autores clásicos, por encima de los consejos a menudo cargados de prejuicios
que coartan tu espontaneidad como escritor. Si Kafka, Joyce o Cortázar hubiesen
ido a uno de esos talleres, jamás se habrían escrito obras tan vanguardistas
como La metamorfosis, Ulises o Rayuela… Le dije a Ruth que
para mí escribir era cuestión de ritmo y equilibrio, pero sobre todo tener algo
que decir y saber expresarlo bien. Un texto perfecto vacío de contenido puede
resultar tedioso, y una buena idea mal reflejada es como perderse entre la
niebla... Aparte de su interés por la
literatura, Ruth era actriz de teatro y actuaba de maravilla. Fui a verla
ensayar un montón de veces en La Farándula. Su compañía representaba siempre en
noviembre Don Juan Tenorio. Yo me emocionaba al contemplarla en escena
con todo su talento a flor de piel.
Existía
entre nosotros algo mágico; algo que traspasaba las barreras de lo mundano.
Ruth ha sido la chica más especial que he conocido en toda mi existencia. Había
dentro de ella un lado misterioso y enigmático... A veces parecía vivir inmersa
en otra dimensión, como abstraída fuera de este mundo. Tenía un halo de
tristeza en su mirada que me conmovía. Su padre murió cuando era pequeña y no
pudo superarlo nunca. Recuerdo que le gustaba permanecer a oscuras en la
habitación durante horas... Aunque cueste creerlo, Ruth tenía poderes
paranormales. Desde pequeña era capaz de mover pequeños objetos como lápices o
gomas de borrar. Podía incluso hacer saltar los plomos de la luz si se lo
proponía… Estaba dotada de aquello que se conoce como telequinesia. No se puede
negar que existía un aspecto lúgubre en su personalidad, pero todos sin
excepción tenemos nuestros claroscuros. A medida que vas cumpliendo años, te
das cuenta de que las cosas en la vida no son blanco o negro, sino que hay
infinidad de matices que influyen en nuestro juicio hacia los demás. Ese
radicalismo adolescente con el tiempo se va curando y tras la cortina de la ofuscación
descubres que dentro de cada individuo hay mil contradicciones que se
complementan a sí mismas, aunque en un principio no parezcan lógicas ni
coherentes. El ser humano es demasiado complejo como para definir a cada
persona con un solo adjetivo. Incluso hasta el hombre más insospechado nos
puede sorprender, tanto para bien como para mal. Nadie en la vida podría
imaginar jamás que el delicado Concierto
para Piano nº 23 de Mozart era la pieza musical favorita de Stalin, con la
cual se emocionaba profundamente en un alarde supremo de sensibilidad, incluso
habiendo aniquilado sin compasión a veinte millones de personas durante su
mandato en el poder. Nadie diría tampoco que tras el instinto cruel y
sanguinario de Hitler, capaz de apilar con indolencia a miles de cadáveres en
los campos de concentración nazis, se ocultaba un exquisito vegetariano que
repudiaba todo tipo de carne y que además era un pintor de paisajes bucólicos.
Nadie sospecharía que una mente tan cuadriculada como la suya pudiera diseñar
ese simpático vehículo de aspecto rechoncho llamado escarabajo. Todos habríamos creído sin dudarlo ni un instante que
la pieza favorita de Stalin sería Una
noche en el Monte Pelado de Mussorgski, que a Hitler le encantarían los
entrecots de carne poco hecha, que le importaría un bledo el arte y que habría
inventado el más letal de los cazabombarderos… Pero el mundo tiene estas paradojas.
Resulta impredecible saber cómo vamos a actuar a cada momento y en cualquier
circunstancia de nuestra vida. Por eso no culpo a Estela de todo lo que pasó
entre nosotros, aunque sí creo que al menos yo merecía una explicación frente a
frente en vez de encontrarme una mísera y fría nota bajo el cenicero de murano.
Tampoco la culpo de no ser capaz de venir a verme al hospital tras sufrir el
accidente de coche, pero reconozco que a una parte de mí todavía le cuesta
asimilarlo...
Con el paso de los años mi relación con Ruth languideció. Nos fuimos
distanciando y el amor que existía entre los dos se diluyó para siempre. Al
poco tiempo de dejarlo, ella conoció al cantante de Mägo de Oz. Más tarde me
enteré de que tuvo una hija con aquel tipo. Mi intuición me decía que no
duraría demasiado con el cantante, y acerté. Poco después ya lo habían dejado.
Quise recuperar su amistad, pero es tan difícil ser amigo de alguien a quien
has amado... Quedan tantas cosas flotando en el recuerdo, tantas vivencias
intensas compartidas... Quizás la mujer sea más dura que el hombre en ese
sentido. Llegada a un punto en el cual atraviesa una línea, elude volver la
vista atrás y no quiere saber nada del pasado.
Nunca se me olvidarán unas palabras suyas cuando estábamos en pleno auge de
nuestro amor. Ruth me susurró con voz suave: «Eres puro, tío». No sé
exactamente a qué se refería, pero es lo más bonito que me han dicho en toda mi
vida. Muchas veces me duermo con la letanía de esa frase revoloteando en mi
cabeza para evadirme de la realidad que me ha deparado el destino entre estas
cuatro paredes bajo las cuales me hallo prácticamente inmóvil.
9
Durante
algún tiempo estuve atravesando lo que podría definirse como una especie de
barbecho emocional. Tras la ruptura con Ruth mis sentimientos se bloquearon y
rehuía todo contacto femenino para evitar caer de nuevo en las garras del amor.
Pero el destino escribe los guiones más caprichosos que cualquier narrador
pueda imaginar y una vez más me puso delante otra aventura de la cual me fue
totalmente imposible huir. Nunca he sabido si el universo se rige bajo las
leyes de un determinismo férreo o si queda algo de margen para el azar, lo
cierto es que algunas veces por más que intentes dirigir tus pasos en dirección
opuesta a un camino, si la vida se empeña en llevarte hacia él, sin duda lo
hará…
Aquellos
meses posteriores a mi desamor con Ruth en los cuales yo me encontraba
taciturno e insociable, un amigo cercano me pidió un favor al que no pude
negarme a pesar de mi escasa disposición para ayudarle debido a mi estado
anímico. En un par de semanas mi colega Enrique iba a recibir en Madrid la
visita de una prima suya gallega que era gimnasta. Estaban a punto de
celebrarse unos campeonatos en la capital y su prima Raquel formaba parte del
equipo de gimnasia rítmica. Enrique Baena por aquel entonces andaba muy ocupado
con un trabajo sobre leyendas escocesas y apenas tendría tiempo para atender a
su prima. Raquel se iba a alojar en una residencia de atletas cercana a la
Ciudad Universitaria. Enrique me pidió que por favor quedase alguna tarde con
Raquel para hacerle más llevadera su estancia en Madrid entre sesión y sesión
de entrenamientos antes del inicio del torneo. Tuve que acceder a su solicitud
con bastante fastidio; el caso es que tiempo atrás él me había hecho muchos
favores y darle una respuesta negativa habría sido muy poco ético por mi parte.
El
propio Enrique se encargó de preparar mi primer encuentro con Raquel citándonos
a los dos en la heladería Häagen Dazs de Alonso Martínez. A pesar de mi
absoluta desidia ante aquel compromiso, procuré tomármelo con filosofía viendo
el lado positivo de la cuestión: nunca había tenido una cita a ciegas con una
chica y eso podría darme pie a un futuro guión cinematográfico. Para que no
hubiese lugar a dudas, Enrique me dijo que su prima Raquel estaría a las siete
de la tarde en el Häagen Dazs tomando un barquillo de frambuesa y
stracciatella, sentada en cualquier mesa de la heladería. Enrique me rogó que
fuera puntual conociendo mi escasa disciplina a la hora de llegar pronto a las
citas. Le pregunté la edad de su prima para poder afinar más en el momento de
buscarla por las mesas. Me confirmó que tenía dieciocho años recién cumplidos.
El
mismo día de la cita Enrique me llamó a casa para asegurarse de si estaba al
tanto del asunto en mi calendario. Sin duda hizo bien porque yo andaba
enfrascado en los retoques de un guión al que no sabía cómo dar el desenlace y
aquel encuentro con su prima era algo que había quedado totalmente relegado en
mi memoria. De no ser por esa llamada oportuna creo que le habría dado plantón
a Raquel. El caso es que tampoco llegué puntual pues me presenté allí pasadas
las siete y cuarto. Al entrar en el Häagen Dazs hice un barrido con la mirada
por las mesas, hasta que mis ojos toparon con un helado de frambuesa y
stracciatella… Me quedé boquiabierto al contemplar la criatura que sostenía
entre sus dedos aquel barquillo de dos bolas. Raquel era algo así como una
princesa nórdica de los cuentos de hadas: rubia con trenzas doradas, la piel
blanca, los ojos claros y las facciones perfiladas. Me acerqué despacio hasta
su mesa ubicada en una esquina y me presenté sin dar crédito a aquella aparición
celestial que tenía delante de mí. «¿Eres… Raquel?», pregunté. Entonces me contestó con un escueto «Sí» envuelto en
una dulce sonrisa. A partir de esos instantes fui consciente de que el camino
sosegado por el cual pretendía dirigirme en mi etapa de barbecho emocional
confluiría sin poderlo remediar con el otro camino del que huía como gato
escaldado…
Estuvimos
charlando frente a frente mientras la observaba relamiendo el helado entre sus
labios rojos y brillantes. Me puso al corriente de su actividad gimnástica y de
todos los sacrificios que debía hacer para mantenerse en forma sin añadir a su
figura ni un ápice de grasa. Me confesó que aquel capricho del helado era algo
totalmente prohibido y ajeno al conocimiento de su entrenador. Lo cierto es que
cuando se levantó para ir al servicio pude comprobar que sus medidas eran
perfectas, por no decir embaucadoras… Unos insignificantes gramos de más bajo
su piel no habrían afeado ese cuerpo esbelto que parecía haber sido tallado por
el mejor de los escultores renacentistas. Raquel tenía una figura seductora y
se movía con la elegancia propia de cualquier gimnasta, que siempre parece
caminar frágilmente de puntillas.
Mientras me
miraba a los ojos con el barquillo entre las manos, no sabía de qué manera tratarla:
si como niña o como mujer. Cuando quería convencerme de que era una niña, me
atravesaba con una mirada felina dándome cuenta de que no lo era. Pero cuando
pensaba que tenía delante de mí a una mujer, algunos gestos infantiles
delataban cierta inmadurez. Aquella primera tarde juntos en el Häagen Dazs
permanecí oscilando sin cesar en mi mente subyugado bajo aquel pensamiento
turbador. Y durante el resto de las citas siguió sucediéndome lo mismo. A veces
me sentía paternal con ella dándole alguno consejo y otras ruborizado como un
niño por sus encantos. Cuando me rozaba con su cuerpo o me cogía la mano para
que la prestara atención, un ligero vaivén dulce y suave rondaba por mi
cabeza... Voces irreconciliables acechaban sobre mi conciencia, haciéndome caer
una y otra vez en la contradicción. De alguna manera sentía que le estaba
fallando a Enrique, el cual había dejado su prima a mi cuidado; pero mi deseo
por Raquel era cada vez más tentador e irresistible… Para agravar las cosas,
empecé a intuir que había reciprocidad entre los dos. Durante todos esos días
en los que nos citamos a solas poco a poco fuimos estrechando los lazos hasta
que la atracción mutua surgió sin poder evitarlo. Entonces me di cuenta de que
estaba caminando por un terreno peligroso sobre el cual era difícil mantener el
equilibrio… Sabía que si en algún momento comenzase un idilio entre nosotros,
todo se complicaría hasta provocar una situación realmente embarazosa. Mi amigo
Enrique era un tipo con el corazón de oro, pero tenía unos arranques de mal
genio insufribles producto de sus conflictos psicológicos en la infancia. Dudo
que hubiera podido aceptar de buen grado una relación entre su prima y yo.
Por fin se
celebró el campeonato de gimnasia en el Palacio de los Deportes al que asistí
acompañado de Enrique. Y fue allí sentado en primera fila de las gradas cuando
sucumbí de manera irremediable ante sus encantos… Comenzaron a sonar las notas
de una pieza de Satie mientras ella giraba sobre sí misma como una peonza.
Verla deslizarse por la pista al compás de la música con aquellos movimientos
gráciles consiguió seducirme totalmente. Raquel inclinaba su cintura de manera
sutil elevando las piernas con una flexibilidad propia de la mejor bailarina.
Aquellas contorsiones imposibles del cuerpo y los jeribeques de sus brazos
sosteniendo la cinta de colores era algo digno de contemplar. Su ejercicio
individual fue calificado por los jueces con la máxima puntuación posible.
Tras la
conclusión del torneo, el entrenador dio permiso a todas las gimnastas para
salir a celebrarlo por el centro de Madrid esa misma noche. Ciertamente sentía
pena al tener que despedirme de Raquel, pero por otro lado estaba orgulloso de
haber sabido permanecer en mi sitio como un hombre sensato y responsable de sus
actos. Al día siguiente la acompañé hasta la estación de tren todavía aturdido
por la madrugada anterior en la cual el champán y la cerveza corrieron por
todas partes. Entonces fue cuando antes de subir al vagón Raquel acercó sus
labios a los míos y me besó. En aquel instante comencé a sentir ese ligero
vaivén de los primeros encuentros, pero esta vez como si estuviera flotando
entre nubes… Aquellos labios rojos que saboreaban el helado de frambuesa y stracciatella
el día que la conocí se fundieron con los míos en un beso cálido y prolongado.
Cuando el tren inició la marcha con destino a Ribadeo suspiré aliviado y me
sentí orgulloso por no haber caído de lleno en la tentación.
Prometimos escribirnos
para saber de nuestras vidas y así lo hicimos. Durante bastante tiempo
mantuvimos la correspondencia de manera regular, aunque poco a poco las cartas
se fueron distanciando en el calendario. De vez en cuando me venían a la mente
algunos recuerdos suyos, hasta que llegó un momento en el cual me olvidé por
completo de ella. Pero al cabo de los años mi amigo Enrique me llamó para
decirme que Raquel iba a venir otra vez a Madrid y que quería verme. Al
principio me pareció una broma; sin embargo, no lo era… Antes de citarme con
ella, todos esos momentos vividos a su lado regresaron de golpe. Después de
tanto tiempo separados por la distancia, aquello venía a ser como retomar el
capítulo de un libro que había permanecido cerrado durante años. Debo reconocer
que me hallaba muy inquieto por aquel reencuentro y más tarde pude comprobar
que no era para menos… Quedé con Raquel en la piscina del lago de la Casa de
Campo pues ya comenzaba la época estival y el calor apretaba con fuerza en
Madrid. Al verla allí tumbada sobre la toalla con su bikini azul celeste volví
a experimentar una sensación de asombro parecida a la que tuve cuando la conocí
en la heladería, aunque esta vez no había lugar a dudas, tenía frente a mí a
toda una mujer con sus curvas pronunciadas y la sensualidad rezumando a flor de
piel. Raquel estaba más atractiva si cabe que seis años atrás… Permanecimos
charlando durante horas tumbados sobre la hierba de la piscina evocando con
ternura nuestros encuentros de antaño. Hablamos con nostalgia de aquellos
agradables paseos que dábamos al atardecer por los jardines del Museo de
América. Los dos disfrutábamos embelesados y abstraídos de todo lo que nos
rodeaba… La intención implícita entre nosotros era algo así como querer
solventar una asignatura pendiente que había quedado adormecida en el pasado.
Salimos de
la piscina y fuimos de nuevo al Häagen Dazs para rememorar nuestra primera
cita. Las mesas estaban ocupadas, así que decidimos llevarnos una tarrina de
helado con la intención de tomarla en mi casa. Nada más llegar nos duchamos
para quitarnos el cloro y en cuestión de segundos todo se desató… Al verla
salir del baño con la toalla anudada a su cintura y los pechos desnudos, la
tentación reprimida durante años brotó de golpe entre los dos. Las toallas
cayeron al suelo en mitad del pasillo y nos fundimos en un abrazo pasional.
Estar rodeado de ese cuerpo esbelto me trajo de nuevo aquel dulce vaivén de
otros tiempos, pero esta vez totalmente desbordado por la excitación. Sentir su
piel fresca y suave pegada a la mía me pareció como un sueño en aquellos
instantes… Nos besábamos de pie con fuerza devorando nuestros labios
enrojecidos por la avidez del deseo. Su lengua se movía en mi boca con una
calidez que me hizo subir la temperatura en cuestión de segundos. Empujado por
una especie de instinto animal, saqué del frigorífico la tarrina de helado y la
llevé a la habitación. Humedecí todo su cuerpo con frambuesa y stracciatella
ante el deleite de Raquel, que se dejaba hacer tumbada sobre la cama con los
brazos extendidos. Relamí su piel con mi lengua desde los hombros desnudos hasta
sus muslos mojados. Las gotas de helado resbalaban por los pechos y las caderas
mientras ella gemía entre suspiros. Su vientre temblaba bajo mi lengua con
pequeños espasmos que arqueaban su cintura. Al final me detuve en su pubis
afeitado que parecía una fruta madura a la espera del placer. La sensación de
esos instantes era algo parecido a la de abrir el cofre de un tesoro que
acababas de descubrir… Aquella noche hicimos el amor como dos criaturas
salvajes que hubieran permanecido sumidas durante siglos en un encierro eterno.
Pero mi
sorpresa fue mayúscula cuando a punto de amanecer Raquel confesó entre lágrimas
algo que me dejó perplejo. Dos meses más tarde iba a casarse… Yo no sabía de
qué manera reaccionar. Esa revelación inesperada parecía un relato surrealista.
Tras vivir todos esos momentos mágicos durante la noche aquella noticia fue
como un jarro de agua fría. No hubo tiempo para aclarar las cosas ya que ese
mismo día por la mañana Raquel regresó a Ribadeo. A las pocas semanas me llegó
una carta en la cual se sinceraba totalmente conmigo. Decía que aquella
experiencia en el pasado junto a mí la había marcado. Verme de nuevo hizo brotar algo muy fuerte en
su interior. Raquel me insinuó que si yo se lo pedía anulaba el compromiso… Por
unos instantes creí enloquecer. Otra vez me veía envuelto en un buen lío con
ella seis años después. En esta ocasión no se trataba de la edad, pero no
dejaba de ser un asunto complicado. Contesté a su carta diciéndole que estaba
cometiendo un error; que quizás en la distancia me había idealizado en exceso
distorsionando la realidad. Por lo demás, le hice ver que su actitud me parecía
una huida hacia delante provocada por el miedo a enfrentarse a aquella decisión
tan seria que había tomado con su novio. Sé que la herí el orgullo, pero yo no
quería ser partícipe de un drama conyugal arruinando una relación de pareja que
ya tenía fecha de boda… Decidí quedarme con el recuerdo de aquella noche en la
cual nos amamos por primera y última vez con toda la pasión del mundo.
10
Después de mi
insólita aventura con Raquel tuve uno de esos amores fallidos que lamentas para
siempre... A veces la vida se empeña en dificultar las cosas hasta el punto de
poner trabas a cada momento para que no consigas tus objetivos. Y eso fue lo
que me pasó con Alejandra. La conocí en una fiesta al aire libre en un chalet junto
al parque de la Fuente del Berro. Enseguida congeniamos y estuvimos conversando
un buen rato mientras bebíamos una infusión de té con flor de azahar. Alejandra
era una bailarina de danza árabe que tenía un carisma especial. Había en su
personalidad un halo exótico que la hacía irresistible... Cuando terminó la
fiesta, varias de sus compañeras de la escuela de danza le pidieron que actuase
bailando con música oriental. Alejandra accedió y todos pasamos dentro de la
casa para contemplar el espectáculo. La anfitriona colgó una sábana blanca bajo
el techo del salón entre el público y la bailarina. En el suelo situó un flexo
enfocando hacia arriba y eligió una música adecuada para la danza del vientre.
Luego encendió varias ramitas de sándalo hindú que esparcían una fragancia
dulce y embriagadora. Los que aún permanecíamos allí tras la fiesta nos
quedamos sorprendidos... Alejandra empezó a contonearse moviendo las caderas en
una especie de trance propiciado por la música arábiga. Nosotros tan sólo
veíamos su silueta reflejada en la sábana blanca como si aquello fuera una
representación de sombras chinescas. Su cuerpo y su largo cabello negro se
dibujaban sobre la tela con toda la sensualidad del mundo. Los brazos
serpenteaban entrelazándose con movimientos que hacían girar sus manos de manera
sinuosa igual que una cobra encantada...
Tras
presenciar aquel baile tan sugerente me quedé prendado de Alejandra y tuve la
fortuna de iniciar una amistad enriquecedora con ella. A decir verdad, lo que
había entre nosotros era algo más especial que una simple amistad... No hacía
falta ser muy observador para darse cuenta de que saltaban chispas por la
atracción que surgía al estar juntos. Pero la realidad es que ella tenía novio
desde hacía tiempo y su relación parecía bastante sólida, aunque él vivía lejos
de Madrid y eso era algo que acusaban en su armonía como pareja. El caso es que
cuando yo la preguntaba cómo le iba con David, ella siempre me decía que muy
bien. Aquella respuesta suponía una barrera infranqueable en mis pretensiones
con Alejandra. Sin embargo, mi intuición me decía que algo no cuadraba entre
ellos pues su actitud conmigo a menudo era persuasiva y seductora. Con su
manera de tratarme Alejandra provocaba que mis sentimientos deambularan
perdidos por un laberinto del cual no sabían salir. A última hora de nuestras
citas cuando el alcohol nos inundaba por completo yo notaba que había deseo en
su mirada... Entonces me sentía confundido y tenía que hacer verdaderos
esfuerzos para reprimir la libido. Cuando nos despedíamos en la parada del
autobús miraba sus labios deseando besarlos, pero no quería interferir en su
relación con David por nada del mundo. Ya había tenido suficiente con la experiencia
de Raquel y no me cautivaba en absoluto presentarme como segundo plato de
nadie.
Más adelante
supe que no todo era un camino de rosas entre David y Alejandra. Él la era
infiel con otras mujeres y ella lo sabía, aunque yo me enteré de eso mucho más
tarde, cuando el tiempo de la atracción mutua se había marchitado. Sin duda
Alejandra esperaba que yo diese un paso hacia delante demostrándole mi amor,
pero su noviazgo con ese chico me cohibía, sobre todo por decirme siempre que
les iba muy bien. Su actitud ambigua fue lo que por desgracia impidió que
tuviésemos un bonito idilio entre los dos. Alejandra y yo vivimos lo que en
términos cinematográficos se definiría como una tensión sexual no resuelta… Al
menos me queda el consuelo de saber que el baile de aquella fiesta nocturna me
lo había dedicado a mí, según me confesó tiempo después. Ahora aquí, postrado
sobre la cama, pienso en lo maravilloso que es el hecho de poder transmitir
sensaciones con la expresión del cuerpo en movimiento… Perdidos en algún
lejano rincón de mi memoria, los brazos estilizados de Alejandra todavía
serpentean al ritmo cadencioso de una música oriental.
Aquel fue un
amor fallido y lo lamenté durante mucho tiempo, pero al menos cada cual pudo
seguir su camino en busca de otros derroteros. Por desgracia no puedo decir lo
mismo de mi dramática experiencia con Laura, otro amor fallido que el destino
se empeñó en cercenar y que al final terminó en tragedia… Conocí a Laura en una
emisora de radio donde yo solía ir a colaborar en un programa de Rock
Progresivo. Por aquel entonces comenzó a emitirse en Radio Kaos un programa nuevo
llamado En un segundo. La voz dulce y
sensual de la locutora te embaucaba por completo. Su manera de expresarse
íntima y sugerente, sus palabras profundas y cálidas, su música envolvente y evocadora,
recreaban una atmósfera que lo volvía todo mágico y atractivo. Durante los
sesenta minutos que duraba la emisión te imbuías en una burbuja sonora de la
cual no querías regresar ya nunca más… Desde un principio quise poner rostro a
esa voz que volaba por medio de las ondas penetrando en mi casa todas las
noches. Pero aquella chica enigmática hacía su programa y luego desaparecía sin
que nadie en la emisora supiese quién era.
Pasaron los
meses de invierno, hasta que un sábado a finales de marzo Radio Kaos organizó
una fiesta para conmemorar su vigésimo aniversario en antena. Fui invitado al
evento en el cual todos los locutores hicieron acto de presencia. Con mi
cerveza en la mano, apenas prestaba atención a las conversaciones de turno que
se terciaban en aquella celebración. De reojo miraba de un lado a otro
intentando adivinar la silueta de la nueva locutora de Radio Kaos. Pasaba el
tiempo y no se atisbaba su figura por ningún lado. Transcurrían las horas y al
final pensé que no vendría. Resignado, pedí la quinta cerveza procurando
olvidarme de ella. Entonces de repente apareció Laura con su vestido rojo. Ahí
la tenía, frente a mí... Supe al instante que era ella por la sensualidad de su
voz. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de punta a punta. Por primera vez pude
contemplar esos labios sensuales a través de los cuales salían sus palabras en
mitad de la noche. Recuerdo que Laura iluminó la estancia con su sonrisa. Su
personalidad era totalmente seductora… Después de la fiesta varios locutores de
la emisora nos fuimos al Cocodrilo Rock Bar, un garito regentado por el
cantante de Burning. Poco a poco, sin apenas darme cuenta, me fui enredando en
los encantos de Laura. Horas más tarde nos volvimos solos en el Metro. Atento a
su conversación y embelesado por sus labios, las estaciones pasaban una tras
otra sin importarme. La única estación donde yo quería bajar tenía el nombre de
Laura. Sin duda caí rendido ante la voluptuosidad de aquella locutora
enigmática…
Estuvimos varias semanas sin vernos, aunque la escuchaba puntualmente todas las noches cuando iniciaba su programa en la radio. Aquellos momentos nocturnos eran un refugio de evasión para mí; una burbuja en mitad del bullicio insufrible de la urbe. Por aquel entonces Laura era el centro de atención donde rondaban todos mis pensamientos. Entre su voz sensual y la incipiente primavera mis deseos se habían desatado de manera incontrolable. Durante todo aquel tiempo Laura y yo nos intercambiamos emails y a veces sus respuestas ambiguas me confundían: «¿Qué tal, Laura?», le escribía. «Yo estoy muy descentrado con este tiempo primaveral. Por un lado, apetece el sol radiante; pero por otro, se agradecería un poco de lluvia.» Y ella me contestaba: «Estate tranquilo… Seguro que aparecen las tormentas no tardando mucho. Es lo que tiene la primavera…» ¿A qué se refería con esa expresión? ¿Era algo literal o escondía un sentido metafórico? El deseo me empujaba a creer que se trataba de lo segundo…
Lo cierto es
que estaba ansioso por verla de nuevo. Ya no me satisfacía el mero hecho de
escuchar su programa en Radio Kaos. Oír su voz a través de las ondas resultaba
insuficiente para mí, necesitaba sentirla en tres dimensiones… Y por fin un día
quedamos en la Casa de Campo para dar un paseo. Enseguida la conexión entre
nosotros fue absoluta. Recuerdo que Laura caminaba despacio, como si para ella
el tiempo no existiera… Eso me encantó. En estos tiempos de trasiego encontrar
una persona capaz de detenerse a contemplar un pájaro posado en la rama de un
árbol era algo insólito, pero ella lo hacía con toda la naturalidad. Estuvimos
sentados frente al lago charlando sin prisas. Hablamos mucho de música y yo le
recomendé algunos discos imprescindibles del Rock. Un par de horas después atravesamos
la Casa de Campo en dirección a la Puerta del Ángel donde ella vivía. Laura me
invito a comer en su piso y allí preparamos unos espaguetis a la carbonara
mientras escuchábamos Radio 3. Luego hicimos unas infusiones de poleo y empezamos
a charlar en su habitación mientras uno tras otro iban sonando los discos de su
estantería. Recuerdo que en las paredes tenía puestas varias fotos de Patti
Smith y PJ Harvey. Sobre la cama había un póster de la película Quadrophenia. Me dijo que con veinte
años decidió irse una temporada a Brigthon para rememorar el ambiente de los
Mods.
Aquella tarde Laura y yo conversamos de lo humano y lo divino hasta el amanecer bajo la luz de las velas. Con ella tenía la sensación de conocernos desde siempre, como suele suceder con las personas que conectas cuando surgen afinidades. Todo eran buenas vibraciones entre nosotros... Me confesó que nunca llegó a conocer a su padre y que aquello fue un hecho que le marcó de por vida. Eso me acercó a Laura de forma inmediata. Verla sincerarse ante mí de aquella manera entrelazó nuestros sentimientos. Por unos instantes pasó por mi mente una cita de Bukowski: «Me gustan las personas desesperadas, con mentes rotas y destinos rotos. Están llenas de sorpresas y explosiones. Me encuentro bien entre marginados porque soy uno de ellos.» La consolé diciendo que el hecho de conocer a tu padre no garantizaba nada; que mejor no haberlo conocido nunca que conocerlo si resultaba ser un tirano como sucede en muchas ocasiones. Eso sí que era una verdadera lacra y una tortura psicológica. Le dije que en mi caso todo lo bueno que tenía lo había heredado de mi madre y todo lo malo de mi padre. En un momento dado hablamos de la muerte, del misterio por saber qué habría al atravesar el umbral... También charlamos acerca de los libros de Castaneda llegando a la conclusión de que en la sociedad lo mejor es vivir en tu burbuja para protegerte de toda la inmundicia que nos rodea... Aquella entrañable madrugada me despidió en la puerta con un abrazo sentido que nunca olvidaré y que todavía siento en mi costado. Desde ese instante me enamoré profundamente de Laura. De la noche a la mañana se convirtió en una obsesión flotando sobre mis pensamientos. Algunos días después, me encontré con este email en mi correo: «Me encanta haberte conocido. Eres sincero, interesante, amable, inteligente, sensible y creativo. He empezado a escuchar algunos de los discos que me has recomendado.»
Estuve varias semanas flotando entre nubes… hasta que de repente sucedió algo imprevisible. Laura me escribió diciendo que tenía que dejar el piso en la Puerta del Ángel, que si no me importaba que pasase una temporada en mi casa. Por supuesto le dije que sí, aunque me invadió la incertidumbre al pensar cómo iban a desarrollarse los acontecimientos. Desde el primer día en que se instaló conmigo estaba impaciente por que apareciesen tormentas de deseo precipitándose sobre nuestras cabezas… Sin embargo, Laura me gustaba tanto que era incapaz de reflejar nada acerca de mis sentimientos. Una especie de extraño pudor bloqueaba mi naturalidad haciéndome sentir inseguro. Eso era algo que solía sucederme cuando una chica me llegaba al corazón. A menudo no podía evitar mostrarme torpe y vacilante.
En aquellos
días de convivencia en mi piso Laura empezó a interesarse por la literatura. Ella
escribía relatos cortos y después yo los corregía retocando su estilo,
añadiendo frases o haciéndole sugerencias sobre el argumento. Por las noches
solíamos ver películas de vídeo como si fuera un ritual. Pasaban los días y yo
no me decidía a expresarle mis sentimientos. Solamente era capaz de compartir
con ella momentos de la pantalla como si fuesen nuestros. Recuerdo que observaba
sus gestos ante las escenas que iban surgiendo frente al televisor. Al terminar
las películas nos gustaba comentar nuestras impresiones acerca de la trama o de
los personajes. Nada más ver Jules et Jim
de Truffaut tuvimos una conversación intensa sobre los triángulos amorosos
y las parejas; sobre hasta qué punto la fidelidad debía prevalecer en una
relación y si debía acotarse el deseo en pos del compromiso al que nos obligaba
la vida conyugal, dando por hecho que una relación era un acuerdo de mutua
posesión física y moral imperturbable. Durante nuestra etapa de convivencia todo
siempre se basaba en la teoría; yo era incapaz de dar un paso más allá que
pusiera en evidencia lo que sentía por Laura… Pero ante mi sorpresa fue ella la
que se insinuó una noche cuando menos me lo esperaba. Acabamos de ver Matrimonio de conveniencia, una delicia
de film protagonizado por ese ángel
llamado Andie McDowell y el indómito Gerad Depardieu. Tras comentar nuestras
sensaciones acerca de la película decidimos ir a mi habitación para escuchar un
poco de música. Recuerdo que estaba sonando Father
and Son de Cat Stevens. Laura me dijo que solía ponerse esa canción desde
la adolescencia cuando tenía que tomar decisiones importantes en la vida. Le
dije que para mí Cat Stevens era un icono, que sus discos Tea For the Tillerman y Teaser
and the Firecat eran dos joyas de los años setenta. Estábamos sentados en el
sofá imbuidos en la música, cuando de repente me susurró con su voz persuasiva:
«Todavía no he probado tu cama…» Me
quedé atónito. Ahí lo tenía: el deseo frente a mí al alcance de la mano… Pero
no supe decir nada. Solamente sonreí con cara de circunstancias sin mover un
solo músculo de mi cuerpo. No sé si aquella actitud de pasividad ante sus
palabras resultó ser algo ofensivo para ella; lo cierto es que dejé escapar una
oportunidad que ya nunca jamás se volvió a repetir.
Poco tiempo
después Laura me dijo que había decidido volver a Valencia con su familia; que
iba a mudarse de mi apartamento en unos días. Aquello me dejó totalmente
frustrado. «Estás
segura?», le pregunté incrédulo. «Sí, totalmente segura», respondió tajante. Al decirlo, me
miraba como insinuando: «Tuviste
tu oportunidad y la has desaprovechado…»
La verdad es que no resulta fácil para un chico adivinar cuál es el momento
adecuado en el que debes mostrar abiertamente tus intenciones. Si te precipitas
puede resultar grotesco y se pierde el encanto de la incertidumbre, pero si por
el contrario te demoras puede llegar a parecer una muestra de desdén hacia la
otra persona. No son buenos ninguno de los dos extremos, ni un exceso de ímpetu
ni una pasividad prolongada. Hay que saber hallar el equilibrio entre los dos
puntos, aunque no siempre es fácil manejar esos tiempos. Lo cierto es que yo en
esta ocasión no había sabido manejarlos… «¿Volverás?», pregunté casi con miedo. Laura me cogió las manos y susurró con
voz dulce: «Seguro que nos volvemos a ver
en algún momento; quizás regrese a Madrid más adelante. Mientras tanto, podemos
escribirnos.» Antes
de irse me comentó que quería seguir con la literatura; que tenía algunas
historias rondándole por la cabeza. Y así fue cómo en la distancia empezamos a
preparar juntos sus relatos. Ella esbozaba alguna idea y luego me enviaba por
email un borrador de la misma. Yo le aconsejaba en los adjetivos, el tono y la
construcción de las frases retocando todo lo necesario para darle fluidez a la
narración. «Aquí tienes el relato para que lo revises», me decía por email. «¡No
sé qué hacer! Me subo al tejado para ver si me inspira...» Recuerdo que al principio sus textos eran
armoniosos y espontáneos, pero con el paso del tiempo fueron derivando hacia
tesituras más turbias y farragosas. Al final empecé a preocuparme seriamente… Algunos de sus escritos eran desoladores; provocaban
un tremendo desasosiego:
«Me observo
en el espejo de la pared. Las piernas apenas me sostienen. Me veo tan frágil y
me siento tan débil... Permanezco inmóvil contemplando mi reflejo: mi cabello
enmarañado deja entrever mis hombros. Mis pechos se transparentan a través del
camisón que antes me sentaba bien. Soy una figura transformada en un espectro
con el paso del tiempo... Examino mis ojos que me escrutan y me desafían.
Siento no ser yo la que mira fijamente desde el fondo de mis pupilas… ¿Quién es
ésa que me devuelve la mirada con desprecio, que va vestida igual que yo, que
imita mis movimientos y escudriña mi alma?
El ánimo y
el empuje duran tan sólo un instante, un pensamiento; luego vuelvo al
inframundo… Me rindo, me castigo... El ascensor del infierno me conduce una y
otra vez al aislamiento, al mutismo, al sufrimiento... Los oídos me zumban como
el viento que hace enloquecer. Un pitido penetrante se apodera de mi cabeza
clavando agujas afiladas en lo más profundo de mi mente perturbada. Estoy harta
de luchar contra mí; contra esa parte que me va devorando por dentro.»
De repente Laura dejó de enviarme emails y eso
me extrañó muchísimo. No quería molestarla intentando comunicarme con ella, aunque
no dejaba de preguntarme cómo se encontraría. Permanecí a la espera por no
importunarla, pero me sentía realmente inquieto. Ese texto desnudo reflejaba el
sufrimiento de una persona abatida en lo más profundo de su interior. Leer
aquellas palabras tan desalentadoras era algo que traspasaba el corazón de
cualquiera. No cabía la menor duda de que su estado de ánimo estaba por los
suelos… Al cabo de las semanas recibí un email que me hizo sentir más
intranquilo todavía por lo escueto y desesperanzador del mensaje: «Me siento perdida y vacía.» Esa frase era devastadora... Tras
aquellas lacónicas palabras, se hizo el silencio absoluto. Una oscura premonición invadió todos mis
pensamientos. Algo de mí presentía lo peor… Lo cierto es que no me atrevía a
escribirla y menos a marcar su número de teléfono.
Al cabo de
algunas semanas un amigo de la emisora me llamó diciendo que tenía que hablar
conmigo. Colgué el teléfono sintiendo un nudo en el estómago. Aunque no me dijo
nada en concreto, por el tono intuí que se trataba de algo fatal. Quedé con él
en un bar y por fin me lo contó. Laura se había suicidado. Se tiró desde el
mismo tejado donde a veces subía para inspirarse. Allí decidió poner punto y
final a la historia de su vida. No se despidió de nadie. Se duchó por la mañana
en silencio y subió a la azotea. Una cascada de ilusiones rotas se precipitaron
al vacío. En un segundo, como su programa, todo terminó para ella… A partir de
ese momento mi percepción de la vida dio un giro de ciento ochenta grados. Jamás
volví a sentir las cosas como antes de su muerte. Una crisis existencialista
invadió por completo mi apreciación de los valores en este mundo. Cada escena
cotidiana me parecía trivial e insignificante. Todo lo que hacía moverse a la
humanidad para mí era un completo despropósito sin sentido alguno.
A menudo
recuerdo aquel día en su casa hablando de la muerte en la penumbra de la noche...
Que Laura haya traspasado el umbral de la vida para habitar en otra dimensión
es algo que me supera por completo. Ya nunca nada después volvió a ser igual para
mí.
11
Tras
aquel brutal revés del destino Estela apareció inesperadamente en mi vida. Por
aquel entonces yo pensaba que ya nada sería capaz de estimular nunca más mis
sentidos; que después de esa dura experiencia vital quedaría sumido para
siempre en el limbo alejado de cualquier iniciativa mundana que se presentara
frente a mí; pero ella fue capaz de ponerme de nuevo en pie tras aquella
profunda crisis existencialista... Estela era una aprendiz de pintora que había
hecho la carrera de Bellas Artes en la Universidad Complutense. Nos tropezamos
en su facultad mientras yo pinchaba en el corcho de la entrada un anuncio para
guionistas y dibujantes de cine. Se interesó por un curso de iniciación sobre
storyboards y la invité a tomar un café en el bar de la facultad para
comentarle de qué iba todo. El flechazo fue inmediato. Una vez más el
arte me unía a una mujer. Si Ruth me ayudaba con el borrador de mis guiones,
Estela era capaz de dibujarlos sobre el lienzo. Eso me cautivó. Eso, y la
bondad que reflejaba su sonrisa. Todavía quedaban lejos aquellos ramalazos
temperamentales que más tarde tuve ocasión de descubrir. Lo cierto es que había
en Estela una fragilidad que me enternecía. Era un ser humano a quien de
alguna manera te sentías en la obligación de proteger. Cuando estaba triste
parecía como una doncella elfa bella y desvalida… Durante la infancia tuvo
problemas de convivencia que afectaron a su vida para siempre. Su padre era un
alcohólico incurable que maltrataba sin piedad a toda la familia. Estela sufrió
mucho por ello. Quizás fue lo que le estimuló a refugiarse en el arte como
catarsis para curar aquel trauma. Desde pequeña dibujaba montada a lomos de su imaginación
creando obras que emocionaban al que las contemplara.
Cuando dos
personas están a gusto juntas de forma sincera las cosas fluyen con naturalidad
y el mundo se convierte en algo maravilloso… Recuerdo que nos levantábamos por
la mañana y tras el desayuno poníamos música clásica. Mientras Mozart sonaba en
la estancia inundándolo todo de alegría, ella perfilaba una figura fantástica
sobre el caballete y yo construía relatos de suspense en un bloc de notas. Era
estupendo darle ideas acerca de la composición de un lienzo y que ella opinara
sobre algún pasaje de mis guiones o me sugiriera nuevas frases para los
diálogos. Los unicornios y las hadas de sus bosques encantados se
entremezclaban con mis personajes oscuros de los bajos fondos. Sin duda Estela
y yo formábamos un tándem artístico perfecto.
Tengo
infinidad de recuerdos en mi cabeza junto a Estela, algunos alegres, otros no
tanto... Fueron diez años de compartir nuestras vidas hasta aquella noche de
principios de verano en la que encontré esa triste nota sobre el recibidor.
Todavía siento en mis manos el tacto del papel y la sensación de mis ojos
extraviados releyendo palabras que me condenaban para siempre a la soledad. No
lo podía creer... Lloré sin consuelo durante toda la madrugada tumbado sobre la
cama empapando las sábanas de lágrimas. Diamanda se acurrucaba junto a mí sin
saber qué me pasaba. Hundía su hocico bajo mi rostro y lamía mi cara humedecida.
Así permanecí toda la noche hasta que la luz del amanecer empezó a clarear la
habitación. Bajé todas las persianas de la casa y estuve encerrado sin salir a
la calle durante varios días. Sentía como si el techo se hubiera
desplomado sobre mi cabeza. Deambulaba a oscuras por el pasillo igual que un zombi
recién salido de su tumba. Encendía velas y me sentaba en el suelo mirando
fijamente la pared blanca mientras consumía uno tras otro mis cigarrillos sin
filtro. Era capaz de permanecer en silencio durante horas observando las
sombras oscilantes que la luz de la llama proyectaba sobre el tabique. Poco a
poco tuve que acostumbrarme al espacio vacío de la cama. A veces me despertaba
en mitad de la noche abrazando la nada... La almohada se convirtió en mi único
consuelo para no sentirme desolado en la oscuridad. En mitad de aquellas noches
interminables de insomnio me abrazaba a ella con fuerza.
Permanecí
durante dos semanas aislado del mundo rumiando mi tristeza y mi incredulidad.
Al principio tan sólo era capaz de levantarme para hacer café o para ir al
baño. La simple idea de pensar en prepararme algo de comer me producía náuseas.
Al cabo de varios días me di cuenta de que antes o después tendría que hacer un
esfuerzo para bajar a la calle a comprar tabaco en el estanco. Lo que más
sentía era transmitirle mi sufrimiento a Diamanda; sin duda captaba mi estado
anímico y yo era incapaz de disimularlo. La gata se acurrucaba a mi lado
en la cama intentando llenar el vacío que había dejado Estela. A veces se
pasaba las tardes enteras maullando sobre el alféizar de la ventana esperando
el regreso de su ama. Pero Estela nunca regresó. Y Diamanda empezó a dejar de
comer. Le dio por meterse debajo del sofá días enteros sin salir de allí. Había
temporadas en las cuales se escondía desapareciendo durante una semana. Estaba
convencido de que Diamanda ya no quería vivir y yo entendía esa actitud
como si fuera algo mío pues también la compartía. Aquel sentimiento de vacío
infinito en el corazón era un dolor incrustado en lo más profundo que te iba
destrozando el alma. Durante aquellos días pude comprender lo que debe sentir
una persona mayor al perder a su pareja. Cuando muere alguien que ha
permanecido junto a ti durante décadas sabes que la mitad de tu vida se va
también con esa persona. Resulta ser algo que ya no tiene remedio... Con veinte
años es inconcebible que te plantees eso ni de lejos. Con treinta años tan sólo
es cuestión de superarlo y mirar hacia adelante. Con cuarenta años, incluso con
cincuenta, todavía tienes la esperanza de rehacer tu vida y reponerte de una
pérdida tan dura. Pero cuando ya eres un anciano das por hecho que parte de ti
se va con aquel ser y lo único que deseas es poder reunirte con él en algún
lugar.
Por fin una
tarde haciendo un esfuerzo bajé a la calle para comprar varios cartones de
tabaco y latas de comida. Aquella misma noche guardé en varias bolsas todas las
pertenencias de Estela que aún quedaban por la casa. Las metí revueltas
en un armario mientras lloraba sin parar. Luego quité la foto ampliada que
tenía de ella en la pared. Durante años estuvo sobre el cabezal de la cama.
Muchos días de mi vida fue la primera imagen que contemplaba al subir la
persiana nada más despertarme. Aquella foto era preciosa. Estela aparecía de
pie asomando la mitad del cuerpo desnudo tras el marco de la puerta mientras se
insinuaba... Recuerdo que le hice una sesión con la luz del atardecer entrando
en nuestro dormitorio. Colgué sábanas azules en las paredes para darle un
aspecto de jaima al ambiente. No hizo falta esfuerzo alguno por mi parte. La belleza
de Estela se reflejó sobre el papel en aquellas imágenes eróticas. Sus cabellos
rubios se tornaban dorados con los rayos del sol. Sus ojos azules brillaban
intensos reflejando una mirada persuasiva. Su cuerpo desnudo sobre la cama
transmitía toda la sensualidad del mundo. Sus pechos y su sexo se insinuaban
entre las sábanas como un manjar prohibido que sólo pertenecía a los dioses.
Al final
decidí quitar la foto de la pared al empezar a darme cuenta de cómo afectaba a mi
estado mental. Cada vez con más frecuencia dirigía mi mirada hacia ella
reprochándole su manera de irse. «Me merezco algo mejor, ¿no
crees?», le increpaba con los brazos
en jarra. «Me dejas tirado como a una colilla y ni siquiera eres capaz de
llamarme para preguntar por tu gata». Pasaba horas enteras en la habitación
discutiendo con la foto. Sin duda aquel era un comportamiento enfermizo... Tenía
que arrancar de mi corazón los recuerdos de Estela y para ello resultaba
imprescindible deshacerme de los objetos que nos unieron durante el pasado. Sin
embargo, no tardé en darme cuenta de que aun ocultando todas sus cosas mi mente
siempre se deslizaba por algún resquicio para seguir teniéndola presente. De
nada sirvió quitar aquella foto y esconder el resto. Mi cerebro utilizaba
recursos que escapaban a mi propia voluntad induciéndome a recordarla. Era
obvio que el pasado tenía mucho más peso que aquel presente tan desolador… Al
menos de aquellos lúgubres meses surgieron las mejores poesías que he escrito
en mi vida. No se lo merecía, pero todas llevaban el nombre de Estela.
Lo curioso del amor es que
cuanto más intensamente quieres, más te duele. Sí, a veces amar duele, igual
que cuando respiramos el oxígeno más puro nos inflama los pulmones. Pero si
duele amar es porque sentimos, y si sentimos es porque estamos vivos. Para qué
vivimos, eso ya no lo sé, pero mientras vivamos es mejor sentir, aunque
duela...
12
Durante aquel terrible verano me refugiaba en las canciones que solíamos oír juntos, aunque sólo ponía en el tocadiscos las más tristes. Las que estaban repletas de alegría y vitalidad me hacían un daño infinito. Guardé en el fondo del armario todos esos discos de los Beatles que tantas veces disfrutamos juntos en otros tiempos rebosantes de felicidad... Prefería escuchar cualquier letra con sabor a derrota que estuviera en consonancia con mi estado anímico. El Muro de Pink Floyd pasó a ser mi disco de cabecera durante aquella etapa infernal. Incluso llegué a pensar en raparme la cabeza como el protagonista de la película… De manera obsesiva ponía una y otra vez temas de cantautores que hablaban de ruptura, desamor y nostalgia. Había una canción que no dejaba de escuchar todas las noches tumbado sobre la cama mientras un montón de cigarros a medio terminar rebosaban sobre el cenicero de murano:
Si la vida entera has buscado un gran amor
y si has llorado sin esperanzas de encontrar a alguien,
debes saber que yo también anduve solo
sin tener a quien pudiera entregarle mi cariño.
Si en tu calle no crecen flores y todo es tristeza,
si cada día buscas amor y quieres ser feliz,
debo decirte que mi corazón también lo desea
y mis ojos, cansados de llorar, quieren reír...
Me costaba aceptar que Estela ya nunca volvería a ser mía. Todo el rencor que
fui acumulando por aquella cobarde huida no impedía que la echase de menos...
Echaba de menos poder compaginar nuestros trabajos, opinar sobre un dibujo suyo
y que ella opinase de mis diálogos en los guiones. Echaba de menos ver juntos
una película de Bergman, de Truffaut, de Polanski, de Rohmer, de Woody
Allen... Echaba de menos estar tumbados en el sofá oyendo música suave y que me
acariciase el pelo o me hiciera cosquillas en la espalda... Ahora reniego por
completo de esa estúpida discreción acerca de mis sentimientos hacia ella. Si
llego a saberlo la habría besado mil veces por la calle, en el autobús, en
el cine, en el portal, en la sala de espera del médico, donde fuera...
Buscando cosas suyas por los cajones aparecieron algunos papeles que me partieron el alma. Encontré una lista que hicimos de las cosas que debíamos mejorar los dos para nuestra relación. Qué triste releer aquellos propósitos incumplidos... También había una antigua carta que Estela me envió hace mucho tiempo. Recuerdo que la recibí tras una ruptura temporal. Fue aquella vez que nos peleamos y estuvimos sin vernos durante varios meses. Nunca en la vida me han vuelto a escribir algo tan bonito:
Echo de menos tu boca, tu cuerpo, tu sinceridad, tus besos, tu espalda, tu voz, tus parques, tu risa, tu pelo, tu cama, tus abrazos, tus palabras, tus cintas de música, tus discos, tu suavidad, tu encanto, tu despertar, tus dibujos de ratones, tu mirada, tu personalidad, tus paseos en coche, tu sentido del humor, tu compañía, tus labios, tu lengua, tu sensibilidad, tu pasión, tu perfil, tus noches, tus manos, tu conversación, tu desnudo, tus consejos, tu olor, tu deseo, tu piel, tu cariño...
Te quiero
Estela
Aquellas palabras me dolían en lo más profundo. Habría dado un brazo por
recibir otra carta parecida en esos momentos de amargura. Pero nunca llegó nada
a mi buzón desde que ella se fue aquel día…
El verano
más triste de mi vida terminó y yo intentaba recuperar la normalidad como
podía. Continuaba pensando en Estela, aunque de una manera mecánica. Por
pura inercia mi sentimiento de dolor seguía vigente, pero mucho más reposado.
Había
conseguido salir a la calle de manera regular, cuando un nuevo revés golpeó mi
estado de ánimo. Lo recuerdo como si fuera ahora mismo… Tras dar un largo paseo
divagando con mis pensamientos regresé a casa lánguido y taciturno. Al abrir la
puerta me extrañó que la gata no saliera a recibirme. Entré en el piso
extrañado y me puse a buscarla por todos lados. «Diamanda, bonita. ¿Dónde
estás?», repetí varias veces sin respuesta. Al final la encontré en un rincón
de mi cuarto hecha un ovillo sin apenas moverse. Aquella tarde Diamanda dejó de
existir. Yo sé que murió de tristeza, lo sé... La enterré en la Casa de Campo
bajo un fresnedal donde Estela y yo solíamos caminar las tardes de otoño por
senderos cubiertos de hojas húmedas. Junto a Diamanda guardé la nota de
despedida que me había dejado su ama. Ese día me di cuenta de que también estaba
sepultando parte de mi pasado.
A pesar de no haber tenido noticias de Estela durante todo el verano, aquel
triste suceso me pareció suficiente motivo para ponerme en contacto con
ella. Era incapaz de llamarla, así que decidí enviarle por correo una
carta anunciándole la muerte de Diamanda. Durante varios días permanecí a la
espera de que se pronunciase y al final lo hizo. No recibí ninguna carta, pero
sí una llamada. Fue a primeros del mes de octubre. Llegué a casa por la noche y
encontré un mensaje de Estela en el contestador: «Puedes venir a recoger tus
cosas. Avísame para dejarte la llave en el buzón. Cuando termines, vuelve a dejarla
allí.»
Después de cuatro meses sin saber nada de Estela aquello fue un golpe muy duro
para mis sentimientos. Estaba claro que su actitud era categórica e inamovible.
Lo que más me dolía es que ni siquiera hiciese mención de la gata. Parecía que
no le importaba en absoluto que hubiera muerto. Lo peor de todo es que yo escuchaba
aquel mensaje todos los días de manera obsesiva. Aunque sus palabras me hacían
daño, necesitaba oír el tono de su voz… Pero en el fondo sabía que era un
náufrago agarrándome con desesperación a un trozo de madera en mitad del
océano... Durante mucho tiempo me sentí como un miserable. Por aquel entonces
supe de verdad que lo nuestro había terminado. Debía empezar otra vez desde cero
aprendiendo que el sol también brillaba cada mañana sin ella y que la vida
podía ser maravillosa, aunque ya no tanto...
Durante toda la semana tuve una sensación extraña. Por un lado deseaba sentirme
cerca de Estela, pero algo en mi interior me impedía ir hasta su casa para
recoger mis cosas. Me sentía totalmente confuso y contrariado. Era humillante
que dejara las llaves en el buzón para evitar tropezarse conmigo. La
persona que había querido con toda mi alma me estaba tratando como si fuera un
apestado.
Recuerdo que
tardé varios días en decidirme a ir. Cuando por fin lo hice, ignoraba que aquel
13 de octubre era mi último día en este mundo como un ser humano digno.
13
Hoy el
psiquiatra ha venido a mi cuarto con el director del centro de rehabilitación.
Sin duda se trata de una maniobra psicológica para presionarme por mi actitud
rebelde. Dicen que si no dejo de fumar nunca podré curarme la neumonía y que al
final terminará por hacerse crónica. Me aconsejan que baje de los dos paquetes
diarios de Camel sin filtro; que procure ir disminuyendo la cantidad poco a
poco. A la mierda con la neumonía. A la mierda con mi vida. Tumbado sobre una
cama con la mitad del cuerpo paralizado, ¿qué me puede importar ya? Yo estoy
muerto desde aquella noche. El 13 de octubre dejé de existir para siempre.
Aquel maldito día se partió mi corazón y la mitad de mi ser. De la cintura a los
pies vivo en mi cuerpo como si no existiera y pretenden convencerme de que me
tengo que cuidar... No se dan cuenta de que cada mañana reniego del mundo; que
no quiero saber nada de lo que ocurre afuera; que odio poner el televisor y ver
a toda esa panda de políticos dándose la mano con sonrisa cínica mientras se
reparten el dinero público a dentelladas rebozados hasta el tuétano en la más
absoluta corrupción.
Aquí
tengo todo el tiempo que quiera para divagar y mi visión crítica de la sociedad
se dispara como una flecha envenenada. Por eso procuro ignorar toda la basura
que nos rodea con el cine. Lo único que me evade de toda esa podredumbre es
disfrutar viendo mi colección de películas. A menudo me refugio dentro de ellas
hasta convertirlas en algo casi real; incluso pienso que algunas son más
veraces que la vida misma. En una escena de Bergman hay más verdad que en
cualquier suceso cotidiano del mundo… Sumergiéndome de lleno tras la pantalla
es donde puedo apreciar los valores loables del ser humano; valores que nos
redimen de toda la infamia de la cual nuestra especie puede ser capaz… La
vanidad del hombre es tan grande que aun habiendo llegado a la película del mundo
en los créditos se atribuye el papel de protagonista ignorando que los dinosaurios
estuvieron aquí durante millones de años mientras que nosotros apenas llevamos
unos cuantos milenios. Ahora nos parecen criaturas temibles cuando la realidad
es que el homo sapiens es mucho más terrorífico a pesar de no tener garras ni
dientes afilados. Qué bien le vendría al ser humano una buena cura de humildad…
Tan sólo somos un parpadeo en la historia del planeta y pensamos con arrogancia
que todo lo que existe bajo el cielo nos pertenece en propiedad. Nublados por
nuestro egocentrismo no nos damos cuenta de que somos insignificantes para el
universo. Hay cuatrocientos mil millones de planetas similares al nuestro
orbitando por las galaxias. Es una cifra imposible de abarcar para la mente;
una cifra de proporciones colosales que diluye nuestra existencia en medio de
toda esa inmensidad.
Me pregunto
qué habría sido de la Tierra si aquel asteroide no hubiese impactado de lleno
provocando un cambio radical en la evolución de las especies. Posiblemente el
mundo sería un vergel indómito y yo no estaría aquí vomitando mi desamor con
Estela… Resulta tremendo pensar que los albores ser humano surgieron gracias a
la colisión fortuita de una roca contra el planeta. Sin duda es un comienzo
inmejorable para el guión de una película. Pero si tan sólo somos consecuencia
de un capricho del azar todo acto en nuestras vidas resulta inútil y nada de lo
que hagamos o pensemos tiene sentido ni propósito alguno… Es comprensible que
la Humanidad se aferre con fuerza a la explicación divina de la existencia para
no caer en una pesadumbre inconsolable, aunque la remota probabilidad de que el
universo esté regido por un ente superior me parece absurda y disparatada.
Ningún cineasta echaría en cara a sus actores que cumplan con el papel
asignado; sin embargo, ese supuesto Dios omnipotente que creó de la nada a
criaturas imperfectas diseñadas por él mismo es capaz de castigarlas aun siendo
un mero reflejo de su propia obra. Me cuesta asimilar que una deidad pueda ser
tan siniestra y perversa a la vez. Me cuesta aceptar que para su regocijo
celestial todos estos hombres golpeados por el destino más cruel tengan que
soportar el resto de su existencia entre sillas de ruedas y aparatos
ortopédicos.
El director
del centro me ha permitido instalar el vídeo en mi habitación y tengo dos estanterías
con todas mis obras favoritas desde el cine mudo hasta nuestros días. Es lo
único que me evade de la rutina diaria entre sesión y sesión del
fisioterapeuta, del neurólogo o del psiquiatra. Eso es lo que me queda como
distracción. Eso, y echar un vistazo de vez en cuando por el ordenador, aunque
nunca ha sido algo que me haya interesado mucho. Al contrario. Diría que
siempre me he mantenido escéptico ante cualquier cosa que nos quieran imponer
en nuestros hábitos evitando opción alguna para que podamos elegir. La sociedad
cuadricula nuestra mente con avances tecnológicos a menudo innecesarios
revestidos de manera sagaz por el atractivo envoltorio del progreso. Pero lo
que hoy nos venden como una novedad, mañana dejará de serlo para ser sustituido
por otro invento que acapare nuestra atención, el cual a su vez acabará siendo
suplido por otro en una espiral interminable de argucia mercantil que subyuga
nuestra iniciativa personal de por vida. Tan sólo somos simples marionetas a
las cuales programan nuestros movimientos manejándonos a su antojo. Sí, ésa es
la cruda realidad que nos rodea, aunque muchos prefieran mirar hacia otro lado
porque en el fondo la gente necesita que decidan por ella misma… Quizás sea
mejor vivir feliz y embaucado, que consciente y afligido. Quizás nos haga
sentir más cómodos observar la sombra proyectada sobre la pared de la caverna
en lugar de querer indagar buscando respuestas verdaderas… El sistema nos ofrece las nuevas tecnologías como
gran avance de nuestra era cuando la realidad es que estamos más controlados y
solos que nunca frente al ordenador… Lo cierto es que el submundo intangible de
Internet es en la actualidad la única ventana que tengo al exterior. Las redes
sociales, que siempre me parecieron avisperos de comentarios estúpidos y
cotilleos sangrantes, son ahora las que logran incorporarme a la vida social,
aunque sea de manera totalmente fría y engañosa. Pero el mundo hacia el que nos
dirigimos es así. Canalizamos nuestras emociones por medio de una pantalla. Nos
pasamos las horas muertas frente a una máquina electrónica programada que tan
sólo es un objeto inanimado y falto de expresión; un aparato sin alma lleno de
transistores y circuitos que permanece unido por un cable enchufado a la pared
entre dos agujeros. Basta un simple tirón del cable hacia afuera para que todo
ese mundo virtual se desvanezca…
Conservo viejos amigos de mi juventud que
suelen mandar por Internet fotos de sus hijos y que hablan de viejos tiempos.
Me han prometido sacarme de aquí un fin de semana para ir a visitar el
fresnedal de la Casa de Campo donde enterré a Diamanda. La echo de menos como a
nadie en el mundo. Mi pequeña Diamanda... Sólo ella sabe lo que pudimos sufrir
juntos en soledad… Respecto a Estela, soy consciente de que ya se encuentra a
años luz de mí. Sí, ha pasado mucho tiempo desde que me dejó aquella fría nota
sobre la mesa bajo el cenicero... Ahora escudriño su nueva vida por
la pantalla del ordenador. La observo en un montón de imágenes abrazada
con su pareja actual. Se la ve llena de alegría, risueña, exultante...
Contemplo las fotos que cuelga junto a él en los mismos lugares donde estuvimos
nosotros y donde fuimos felices: Las callejuelas medievales de
Sepúlveda... El misterioso castillo de Atienza... Las playas salvajes de
Llanes con sus verdes acantilados... Los meandros en el cañón del río Lobos
repletos de nenúfares… La vieja ermita junto a las hoces del Duratón donde juré
que la amaría toda la vida... Los bosques frondosos de Covadonga donde nos
perdimos por senderos entre hayas, robles y castaños... El límpido lago Enol
donde vimos el atardecer más bello que se pueda soñar con los rayos del sol
penetrando entre una caprichosa neblina... Las calas ocultas de Menorca donde
hicimos el amor junto a la orilla en noches mágicas de luna llena...
Estela ahora tiene otra vida con nuevas amistades confeccionadas en Facebook,
ese extraño club donde se muestran fotos y se hacen comentarios banales; donde
se fabrica una imagen superflua de los verdaderos sentimientos; donde la
amistad es un juego aséptico que se ofrece a través de una pantalla. Reconozco
que muchas veces miro las fotos de Estela con su pareja observando cada
detalle. Su mundo ya es tan lejano al mío... Él parece un buen chico, así que
me alegro por ella. Le deseo lo mejor. Sí, que sea todo lo feliz que pueda...
¿Por qué habría de quererla mal si durante años la quise con toda mi alma?
Sentir de esa forma me haría estar dolido en lo más profundo de mi ser... De
acuerdo, tuvo algunos detalles mezquinos como la forma tan cobarde de dejarme o
decir a sus amigos que provoqué el accidente de coche adrede para llamar su
atención. En qué cabeza cabe...
Te perdono, Estela, te perdono. Espero que Diamanda también sea capaz de
hacerlo.
14
La enfermera
que permanece a mi cuidado me ha ofrecido su teléfono móvil para realizar todas
las llamadas que quiera. Agradezco mucho el gesto de Elena, pero no lo
necesito. No me interesa un artilugio que sirve para acercarte con el que está lejos
mientras te aleja del que se encuentra cerca ignorándole por completo. Antes lo valioso era charlar con alguien sin que
nada ajeno al entorno interrumpiera la conversación; ahora lo imprescindible es
estar localizable las veinticuatro horas del día con una obsesión enfermiza. La
gente ha convertido ese aparato en una prótesis de su cuerpo del que ya le es
imposible prescindir. En el siglo XXI la comunicación virtual ha suplantado
para siempre a la comunicación real frente a frente. Prefiero hablar con Elena
mirándola y observando sus gestos en vez de relacionarme con el mundo exterior
al cual ya nunca más podré acceder. Los ratos de charla junto a ella son como
un bálsamo para mi espíritu. Se muestra tan dulce y cariñosa conmigo… Todas las
tardes espero esos momentos en los cuales permanece a mi lado. Sentada al borde
de la cama Elena me cuenta cualquier cosa agradable procurando hacerme sonreír,
aunque en el fondo ella sabe que me importa poco lo que diga. Tan sólo estoy
pendiente de sus ademanes y del brillo de sus ojos que me transmiten la única
alegría que puedo encontrar en este triste encierro.
El
psiquiatra me asegura que lo mejor para superar el trauma del accidente es contarlo
cuantas veces haga falta perdiendo el miedo a aquella escena brutal. Dice que
enfrentándome a ese momento dejaría de tener pesadillas y de mortificarme noche
tras noche. Opina que debería aplicarlo a mi terapia como catarsis y después
olvidarme de ello para siempre. Pero la cruda realidad es que me cuesta
muchísimo expresar mi dolor mediante palabras. Con el psiquiatra mantengo una
comunicación bastante fluida. Sin embargo, hay momentos en los cuales me
bloqueo y soy incapaz de ahondar en algunos recuerdos de aquel lance que pudo
costarme la vida. Creo que Elena es la única persona del centro de rehabilitación
a la cual le he contado todo con detalle y desde luego no fue nada fácil
revivir esa experiencia… Tres años después, aquello me sigue descomponiendo por
dentro:
El 13 de octubre había quedado con Estela para ir al piso a recoger todas
mis cosas. Era un apartamento en la Alameda de Osuna que sus padres tenían
deshabitado desde que se fueron a vivir a la costa. Todavía quedaban por su
habitación varios discos míos, unos cuantos libros, cintas de vídeo con
películas, toallas de baño y algo de ropa.
Por fin esa noche decidí acercarme hasta allí para recoger mis pertenencias. Me
sentí extraño al marcar su número de teléfono… Hacía cuatro meses que no
hablaba con ella y estaba temblando. Mientras sostenía el auricular me sudaban
las manos. La noté más fría y distante que nunca. Parecía otra persona. Tuve el
valor de preguntarle si había otro chico en su vida. Dijo que no. Es posible
que fuera verdad, aunque su actitud huidiza resultaba sospechosa. Nada más
colgar, los nervios se apoderaron de mi ánimo. Fui al aseo y me miré en el
espejo para ver qué cara tenía. Me dio la sensación de que mi aspecto era
deplorable. Eso me hizo sentir inseguro, pero luego pensé que preocuparme por
mi físico era una estupidez ya que no iba a cruzarme con Estela ni un solo
instante, aunque en el fondo albergaba la esperanza de que ella cambiase de
opinión.
Bajé impaciente al garaje, arranqué el coche con prisas y salí del aparcamiento
rozando el parachoques con una columna. Frené de golpe y el motor se caló. Ni
siquiera me había puesto el cinturón de seguridad… Respiré hondo varias veces
para mentalizarme de conducir lo más relajado posible. Recorrí la calle Cea
Bermúdez despacio y llegué a la Avenida de América en poco más de cinco
minutos. Durante el trayecto observé que todas las calles estaban vacías. Tan
sólo me crucé con algunos camiones de la limpieza que regaban el pavimento para
refrescarlo. Aquella noche hacía mucho calor; recuerdo que llevaba las
ventanillas bajadas. Cogí la circunvalación de la M-30 y me incorporé a la
Nacional II en dirección a la Alameda de Osuna. La autovía estaba totalmente
desierta. Era inquietante que apenas circulasen vehículos… Conducía abstraído
dándole vueltas a la cabeza sobre aquella situación tan absurda con Estela. Me
parecía fuera de lugar su decisión de no querer verme ni un solo momento junto
a la puerta de su casa. Esa actitud de rechazo me hacía sentir muy triste y
humillado.
En el trayecto fueron pasando por mi mente uno tras otro los diez años
vividos con ella: el día en que nos conocimos, las mañanas pintando y
escribiendo, los viajes por infinidad de lugares, nuestras acampadas en la
montaña, nuestras vacaciones por la costa, aquellas fotos suyas desnuda al
atardecer... De pronto por el retrovisor vi a lo lejos unos faros en la penumbra
de la noche. No había ni un alma en la autovía y yo circulaba a unos cien
kilómetros por hora sobre el carril central. Aquellas luces brillantes se
acercaban a toda velocidad. Al principio no le di importancia y seguí imbuido
en mis pensamientos, pero en cuestión de segundos los faros aumentaron de
tamaño. Instantes después, ya estaban a pocos metros. Aquel coche cada vez se
aproximaba más y no ponía el intermitente para echarse a la izquierda. Venía
directo contra mí. Se me heló la sangre. La adrenalina me invadió por completo.
«No puede ser», farfullé mirando por el retrovisor. Los faros me deslumbraban
como dos bolas de fuego incandescentes. Aquel
loco parecía un suicida que me había elegido de víctima; un kamikaze dispuesto
a estrellarse contra su objetivo a toda costa. Aceleré todo lo que pude, pero
fue en vano. Ya no tenía escapatoria. Torcí la dirección lo suficiente para que
no me diera de lleno. En mitad del silencio se escuchó un ruido seco. El
impacto fue brutal. Mi asiento se desgajó tras el choque. Permanecí tumbado
boca arriba durante varios metros sin saber hacia dónde me dirigía. El coche se
desplazaba totalmente fuera de control. Mis manos se agarraron al volante con
fuerza. Todo mi cuerpo estaba en tensión máxima. Tenía las piernas estiradas, los
brazos rígidos. Jamás se me olvidará el sonido chirriante de las ruedas
derrapando sobre el asfalto. La escena discurría ralentizada en mi mente.
Fueron unos instantes dilatados en la percepción del tiempo. Aquellos segundos
se prolongaron como si fueran eternos. Presentía que eran la antesala de un
desenlace fatal. En esos momentos pude oler la muerte. «Este es el fin», pensé.
Choqué incrustándome contra el guardarrail de la autovía. El morro del coche se
hundió hasta el parabrisas. Un charco de gasolina se esparció sobre el asfalto.
Mi cuerpo quedó allí dentro inmovilizado. Después fue como si un fundido en
negro desconectase mi cerebro. Ya no recuerdo nada más. A los tres días
desperté en la cama de un hospital.
Lo más terrible es pensar que tu destino puede cambiar para siempre en un
instante. Un mínimo descuido de alguien y la tragedia se cierne sobre ti sin
piedad. La existencia es un clic. Existes, y en décimas de segundo dejas
de existir... Un estúpido usando el móvil mientras conduce a toda velocidad y
te destroza la vida.
15
Tardaron mucho tiempo en enseñarme las fotos que la Guardia Civil sacó
para documentar el atestado. Mi psiquiatra consideraba que podrían afectarme al
ánimo de forma devastadora. Cuando por fin las vi al cabo de varios meses era
incapaz de creerlo... Mi coche se había convertido en un amasijo de hierros
retorcidos.
La mañana que abrí los ojos tras permanecer en coma tenía todo mi cuerpo
cubierto de vendajes. Nada más recuperar la consciencia, la enfermera me saludó
con una sonrisa. Era Elena. Poco después el médico vino a la habitación con una
carpeta que contenía todos mis datos. Se acercó hasta el borde de la cama, puso
la mano izquierda en mi hombro y me alentó diciendo: «Las cicatrices de la cara
no dejarán huella. Te hemos hecho un escáner, un tac y una resonancia
magnética. Has tenido mucha suerte. No hay rastro de derrames internos en tus
órganos vitales, ni trombos en ninguna zona del cerebro. Más adelante veremos
qué se puede hacer con el resto».
Pero no se pudo hacer nada. Tres años después no he vuelto a caminar y no
siento mi cuerpo desde la cintura para abajo. Mi diagnóstico fue paraplejía de
gravedad media. La lesión que me produjo el traumatismo del accidente es
prácticamente irreversible. Sólo un caso entre cien vuelve a recuperar la
movilidad de los miembros inferiores. Dice el informe que mi columna vertebral
se desarmó tras el impacto. Mi capacidad motora se anuló al dañarse el sistema
nervioso. La médula espinal quedó afectada produciéndome una parálisis
permanente.
Durante los primeros meses el fisioterapeuta me estuvo enseñando a manejar los
intestinos y la vejiga. A veces sufro incontinencia de los esfínteres. La cuña
para hacer mis necesidades se ha convertido en algo familiar; es un objeto del
cual no volveré a separarme nunca. De manera frecuente padezco ulceraciones y a
menudo tengo espasmos musculares. Hay días que me despierto con dolores en la
espalda como si me hubieran golpeado toda la noche. Me cuesta permanecer
erguido durante mucho tiempo. Apenas me levanto de la cama salvo para dar algún
paseo con la silla de ruedas o con las muletas si me encuentro con más ánimos.
Mis huesos día tras día se debilitan por la inactividad. También tengo
problemas respiratorios que se acrecientan debido a mi adicción compulsiva por
el tabaco.
Desde hace tres años me siento como un juguete roto; como un ser humano
inútil que necesita ayuda para lo más elemental. Mi estado físico y mi
total dependencia de los demás me ha provocado una depresión que no superaré
durante el resto de mis días. Me levanto cada mañana sin fe, renegando de lo
que el destino me ha deparado. Ahora tan sólo soy un espectador del mundo que
transcurre frente a mí.
Por fortuna en el centro de rehabilitación estamos muy bien cuidados. Tenemos
un equipo de atención sanitaria completo con un médico que nos visita de manera
regular y varios celadores a nuestra disposición las veinticuatro horas del
día, además de asistentes especializados, neurólogos, psiquiatras... Todas las
enfermeras me tratan con mucho cariño. Elena es un encanto de mujer además de
ser muy guapa. A veces me
recuerda a la protagonista de Un verano
con Mónica de Bergman. Refleja esa feminidad exuberante y sensual,
irresistible para cualquier hombre. Sí,
confieso que tengo fantasías con ella... Es lo único que me queda: escapar con
mi mente y construir historias que me evadan de esta nueva realidad que me ha
tocado vivir. La paraplejía me ha producido una disfunción sexual cercana a la
impotencia. Desde que tuve el accidente soy incapaz de controlar mis genitales.
La atracción que pueda sentir por una mujer es meramente psicológica. Pero no
quiero renunciar a mi virilidad. Me niego a convertirme en un bulto insensible,
así que procuro estar receptivo a los estímulos que me rodean. Me esfuerzo en
seguir sintiendo deseo con mi mente, aunque mi cuerpo permanezca estático.
Agradezco la compañía de Elena como nada en el mundo. Ella sabe escuchar
y siempre me sonríe con dulzura. Es como una luz brillante proyectada sobre un
pozo de desolación... Le he contado al detalle todo lo de Estela, desde el
inicio de nuestra relación hasta la nota que me dejó en el cenicero de murano.
También le hablo a menudo de mi angustia vital tras nuestra ruptura. Creo que
me entiende muy bien. No sé si la empatía que demuestra forma parte de su
profesión o si realmente hemos conectado. He de confesar que a veces confundo
ciertas emociones que me invaden al contemplarla... A menudo imagino cómo
habría sido nuestra relación si nos hubiésemos conocido en otras
circunstancias, pero tengo que asumir el hecho de que por encima de una mujer
es una enfermera que intenta ser lo más agradable posible con sus pacientes; si
bien es cierto que ha habido entre nosotros momentos que podrían calificarse
como de íntimos. Recuerdo aquel día que se quedó toda la tarde conmigo en la
habitación viendo El piano. Durante la escena en la cual el marido le
corta el dedo a la pianista se nos saltaban las lágrimas. Tras el hachazo
brutal, Elena me agarró la mano sobrecogida y ya no la soltó hasta el final de
la película.
En el centro de rehabilitación nos sentimos arropados y eso siempre es un
alivio para cualquier persona que se ha visto empujada al borde del abismo.
Pero a veces ese consuelo termina por hacerse frustrante... No quiero que nadie
sienta pena por mí, aunque en cierto modo es lógico. Supongo que en su lugar yo
actuaría de la misma forma. Todo el personal sanitario es consciente de nuestra
desgracia y nos apoya volcándose por completo. Sin embargo, nadie de afuera se
imagina lo que es vivir con ese lastre sobre tus espaldas día tras día… Los que
estamos aquí internados somos algo más que un número en el balance de los
accidentes. Por desgracia las cifras que escuchamos en las noticias son números
fríos. Esas estadísticas de muertos en los fines de semana no tienen nombres ni
rostros. Las cifras no sienten ni padecen… Lo cierto es que uno piensa que nunca
te va a suceder algo así, hasta que un día te sucede. Desde ese instante ya
forma parte de ti para el resto de tu vida.
Cuando el psiquiatra intenta convencerme de que aquella noche tras el
accidente volví a nacer, creo que no tiene ni idea de lo que está diciendo. La
mitad de mi cuerpo sigue vivo, pero mi alma quedó destruida sobre el asfalto… Todos
lo que intentan animarte lo hacen con buena intención, aunque muchas veces de
manera torpe y compasiva. La gente que ve a una persona sobre una silla de
ruedas se siente incómoda y no sabe cómo tratarla. Procuran ser agradables y
pretenden quitarle importancia, pero sus gestos delatan incomodidad ante el
hecho de encontrarse frente a un minusválido, un paralítico o un discapacitado,
como nos llaman ahora. No sé por qué cambian los adjetivos al referirse a
nosotros. Nos llamen como nos llamen, no vamos a volver a caminar nunca. Un
adjetivo tampoco nos va a hacer sentir mejor o más protegidos, ni tan siquiera
más dignos como seres humanos. La dignidad que nos merecemos no pasa por emplear
un calificativo distinto ante nuestra desgracia.
16
Muchas veces me pregunto a qué se refería el médico cuando me dijo que había
tenido suerte tras sufrir el accidente. Quizás al hecho de que hay casos bastante
más graves que el mío. Sí, es cierto. La lesión de mi médula espinal no ha sido
completa y voy haciendo algunos progresos, pero esa mejora física transcurre
tan lentamente que la impaciencia siempre termina por arrollar a la esperanza.
Es cierto que sólo tuve que llevar collarín para las vértebras cervicales
durante unos meses mientras que otros tienen que hacer esfuerzos para pasar de
la cama a la silla de ruedas. Es cierto que apenas tomo antidepresivos y
calmantes mientras que algunos tienen que dormir sedados con Orfidal para poder
conciliar el sueño. Hace tiempo que dejé de usar esteroides mientras que a
otros les aplican cortisona para mejorar el flujo de sangre. Sólo me pongo el
corsé durante algunas horas para reforzar la columna mientras que a muchos les
operan para insertar placas y tornillos que sostengan su espina dorsal. Puedo
caminar llevando muletas mientras que la mayoría utiliza prótesis y aparatos
ortopédicos. Sólo tengo alguna dificultad para respirar mientras que otros
están incapacitados para hacerlo por sus propios medios y necesitan máquinas
auxiliares. Me comunico sin problemas mediante la palabra mientras que algunos
son tratados por terapeutas del lenguaje para poder hablar con normalidad. Sólo
sufro alguna escara leve en los costados mientras que muchos tienen la piel
ulcerada por todo el cuerpo. Sólo utilizo de noche la cuña para la
incontinencia mientras que otros usan enemas para vaciar sus intestinos
de excrementos.
En el centro de rehabilitación sientes a los internos como parte de tu familia
y también sufres por los demás. Cuando ves a un niño con las piernas
paralizadas porque un canalla chocó a toda velocidad contra el vehículo en el
que iba jugando con su hermana que murió en el acto, se te abren las carnes de
dolor y te niegas a aceptarlo. Cuando ves a una chica de dieciocho años
caminando torpemente con muletas para el resto de sus días porque otro
desgraciado se saltó un stop completamente borracho, lamentas no poder verla
mover su cintura con ese aire femenino que seduce a cualquier hombre. Lamentas
no tener una varita mágica para sanar a todos estos seres marcados por el
destino haciéndoles despertar del sueño amargo que les ha tocado vivir.
La vida a menudo es arbitraria e injusta con hechos que no se justifican
ni tan siquiera por la gracia de Dios. El azar puede llegar a ser una rifa
cruel capaz de dar un zarpazo mortal a personas inocentes de toda culpa;
seres humanos que segundos antes de caer en la desgracia llevaban una vida
normal. Ese azar caprichoso provoca que tu columna se rompa justo en un
determinado lugar y que por cuestión de centímetros te quedes invalido para
siempre… Somos máquinas de carne y hueso que atienden a leyes físicas
irrefutables. Un golpe en un punto concreto de la médula espinal y a partir de
ese instante el cerebro queda imposibilitado para comunicarse con el resto del
cuerpo. Lo más duro es saber que en la lotería de la desgracia hay una larga
escala de sufrimiento. Si la paraplejía puede marcar tu existencia, la tetraplejía
es algo que desborda por completo a cualquiera. La vida de una persona reducida
a su cabeza es un castigo que nadie merece.
A veces
procuro ser optimista en la apreciación de las cosas para no hundirme más
todavía. Al menos tengo mis manos, mis brazos, mis ojos, mi mente... Pero al
final la cruda realidad termina por aplastar mi ánimo haciéndome ver que ya
nunca podré volver a andar, a correr, a saltar, a pasear por el parque... Mi
vida se ha reducido exactamente a la mitad de mi cuerpo. Mis piernas son un
adorno; una prolongación de mi ser ajena a mis percepciones. El médico insiste
en que debo tener esperanzas pues todavía existe la posibilidad de que pueda
recuperarme por completo. En el centro de rehabilitación hay niños pequeños que
nunca volverán a caminar... Lo cierto es que a pesar de las intensas terapias
que me aplican en el pabellón de psiquiatría muchas obsesiones permanecen
imborrables en algún lugar de mi cerebro. La prueba es que casi todas las
madrugadas me atrapa la misma pesadilla: esos faros siniestros acercándose en
la oscuridad con el resplandor de la muerte acechando tras mi espalda... Luego
despierto empapado en un sudor frío y me doy cuenta de que estoy vivo; pero no
puedo salir corriendo, no puedo huir de mi destino y el pánico me persigue
después con los ojos abiertos. Entonces miro hacia el pasado y advierto que
hace tres años estuve a punto de morir en una carretera. Ese momento crucial de
mi vida me parece como una filmación recurrente; como una secuencia de fotogramas
incrustados en mi cerebro que se repiten en un bucle interminable ante mi
mirada atónita…
Soy
consciente de que mi comportamiento es obsesivo, pero no puedo quitarme de la
cabeza que aquel 13 de octubre el destino se burló de mí. El vehículo fue
declarado siniestro total por la compañía de seguros y perdí el trabajo como
profesor en la escuela de guiones. Mi vida quedó arruinada para siempre por un miserable…
Pero lo más triste de todo es que Estela nunca vino a verme al hospital y que tampoco
me ha visitado en el centro de rehabilitación. Jamás pude explicarle la
angustia que sentí en el momento del accidente. Nunca pude abrazarla y llorar
sobre su pecho. La nota escrita que puso bajo el cenicero fue el último vestigio
de su presencia en mi vida.
El
psiquiatra dice que tengo que pasar página de una vez por todas. Intenta
hacerme ver que me afecta al ánimo seguir deambulando como un fantasma ahogado
en mis frustraciones. Pero tumbado sobre una cama con la mitad del cuerpo
paralizado, ¿qué me puede importar ya? De acuerdo, tengo que admitir que todavía
continúo en este mundo; aunque no me sirve de mucho porque ya nunca nada
volverá a ser igual. Cuando has tenido la muerte a un milímetro frente a tus
ojos empiezas a caminar por la vida como un alma en pena; como un intruso de un
tiempo y un espacio que ya no te pertenece.
Ahora me despierto cada mañana con la misma frase grabada en la mente como si
mi cerebro fuese un viejo reloj que detuvo las manillas en un punto concreto de
su esfera… Alguien dijo que el destino del hombre es recorrer espacios
infinitos y padecer sufrimientos agobiantes para terminar vencido contemplando
el final de su esperanza. Yo me identifico totalmente con ese planteamiento
angustioso de la existencia humana. Pero no quisiera concluir mi vida pensando
de manera tan derrotista. Por una vez haré caso a los consejos del psiquiatra
siendo positivo. Al menos yo puedo contarlo. Muchos otros no pudieron.
Para todos aquellos que fallecieron en un accidente de coche siendo víctimas inocentes.
Entrevista con Oscar Nóbregas
Oscar, ¿se puede vivir de escribir hoy en día?
Salvo algunos privilegiados, es muy difícil vivir de la literatura; aunque pienso que es mejor que sea así. La creación no debe estar sujeta a una nómina, porque escribir bajo presión a lo único que conduce es a coartar la espontaneidad. Un escritor no puede escribir una novela pensando que con el dinero que obtenga va a pagar las facturas.
Los editores son un mal necesario para los escritores; un arma de doble filo que se puede volver contra ti. Lo más duro para un escritor es descubrir que los problemas no terminan cuando publica una novela, sino que pueden empezar justo en ese momento... Si tienes buena relación con tu editor, éste puede darte alas y hacer que tu obra crezca; pero si tienes la mala suerte de topar con un editor que no te apoya lo suficiente, puede convertirse en tu principal enemigo; la tumba de tu propia novela. Con un editor abúlico todos tus esfuerzos caen en saco roto. De nada sirve remar con todas tus fuerzas, si el que lleva el timón te deja encallado en la orilla.
Internet
Siempre miro con recelo los avances tecnológicos, pues pienso que muchas veces nos proporcionan "comodidades" que a la larga te acaban creando una dependencia innecesaria, que al final lo único que consigue es esclavizarnos. Pero como todo en la vida, depende del uso que le des a las cosas. En el caso de Internet, no se puede negar que es un instrumento que bien utilizado ofrece infinitas posibilidades al permitir comunicarte con el resto del mundo. Para mí es muy gratificante saber que gracias a los foros literarios de Internet, mi novela ha llegado a manos de lectores en toda Hispanoamérica e incluso al sur de los Estados Unidos.
A veces pienso que la gente debe de estar muy vacía por dentro cuando siente la necesidad obsesiva de comunicarse a cada instante por medio del Smartphone. Este artilugio se ha convertido en una prótesis inseparable de las personas. Es patético observar a todo el mundo imbuido en sus teléfonos como si buscaran ansiosamente la felicidad allí dentro.
Internet al margen de las incuestionables ventajas como medio de comunicación, se ha convertido en una corrala cibernética donde lo importante por encima de todo es aparentar. La gente disfruta más enviando una foto de algún lugar exótico para que la vean los amigos en vez de vivir ese momento para sí mismos. Esa actitud me parece cuanto menos preocupante.
Internet es un espacio donde se puede maquillar fácilmente la realidad, creando un escenario virtual en el cual lo importante es lo que se ve por la pantalla, no lo que realmente es.
Crisis
La crisis económica es algo que sin duda ha repercutido en todos los ámbitos, tanto a nivel nacional como internacional. En la literatura no iba a ser menos y las ventas han descendido desde hace un par de años. Pero al margen de la literatura, lo que me preocupa de todo este "pesimismo general" que estamos viviendo no es la crisis en sí misma, sino saber quién está interesado en tenernos pendientes de que suba o baje la Bolsa para desviar nuestra atención de los problemas reales de nuestra sociedad, y de esa manera tenernos hipnotizados. Nos marean con cifras y términos económicos que a la postre lo único que consiguen es desorientarnos y que perdamos toda referencia con la realidad. Los medios de comunicación se convierten en trileros que nos bombardean con noticias contradictorias las cuales terminan por anular cualquier criterio razonable.
Quizás el hecho de dar más relieve a tus escritos mediante una lectura oral de los textos, descubriendo que una misma frase puede ser leída con matices distintos.
La Radio te proporciona el tono y la intensidad de la que carece la lectura mental, pues a veces las palabras se quedan algo mudas si no las expresamos mediante los labios.
La Radio también te aporta ese punto de improvisación que a menudo libera a los textos de las páginas y los hace volar más libres.
Sí, de hecho las portadas de tercer y del cuarto libro llevarán fotos hechas por mí. No ha surgido antes porque no veía una imagen que pudiera encajar con el ambiente de la novela.
De esa crónica surgió la idea de mi segunda novela Efluvios Metafísicos, que de alguna manera es un homenaje a la música contemporánea en sus distintos estilos: Blues, Jazz, Rock, Pop, Folk, New Age, etc.
Desde siempre he estado rodeado de músicos, cantantes o de gente melómana apasionada con grandes colecciones de discos, por lo cual no me ha sido difícil imbuirme de lleno en dicho terreno.
En cuanto al Rock, lo he disfrutado de manera apasionada desde la adolescencia, y, aunque no tuve la suerte de experimentarlo en su época dorada por cuestiones de edad, sí que he vivido la inercia de ese movimiento unos años más tarde.
La lista de grupos de Rock que me han influido sería interminable... Básicamente corresponden a bandas formadas en las décadas de los 60 y los 70, que sin duda son los años más creativos la historia del Rock. Creo que los grupos que más me han marcado son Pink Floyd y Led Zeppelin. Cada cual en su estilo, me parecen las dos bandas más carismáticas que ha habido nunca. Pero no puedo dejar de nombrar a los Beatles, que supusieron una auténtica revolución. Incluso hoy en día, casi 50 años después, sus canciones no han perdido ni un ápice de frescura y vitalidad. El fenómeno beatle fue algo único e irrepetible que marcó a muchas generaciones.
Supongo que tengo algo de cada uno. Quizá me identifico un poco más con los albinos, por aquello de que son una "rara avis" como yo...
Resulta difícil contabilizar en tiempo real, desde el momento en que surge el chispazo de una historia hasta el último capítulo. Las ideas son como peces que divagan por tu cabeza y que vas plasmando en tus escritos, unas antes o después sin saber por qué, pero no necesariamente de forma lineal. Por otro lado, desde que surge algo sólido hasta que germina, puede que transcurran varios meses, pues ni tú mismo sabes si esa idea va a fructificar. Luego viene la etapa de ordenar el rompecabezas para que todo ocupe su lugar exacto evitando que haya fisuras, y ése es otro proceso imposible de medir con un calendario, pues a veces recurres a apuntes que llevaban guardados en un cajón mucho tiempo.
Lo que sí te puedo asegurar, es que desde que terminé la novela hasta que se publicó pasaron varios años de llamar a puertas de editoriales y de enviarla a concursos. Por cierto, hoy en día estoy totalmente en contra de los concursos. Creo que no se debe escribir para competir con nadie.
Respecto a la inspiración de la novela, todo surge por una amalgama de sensaciones que van bullendo dentro de ti, condimentadas por mil influencias: una experiencia vivida, un pasaje de otra novela, la escena de una película, la letra de una canción, un suceso real que ves en las noticias, el artículo de un periódico, un pasaje de la historia... Todo ello forma un cóctel que agitas a la par con tu imaginación hasta que surge algo coherente y con una estructura definida.
Desde luego, todo tiene su lado opuesto. Para que haya luz y saber lo que significa, es necesario conocer la oscuridad. El caso es que las personas más baqueteadas suelen valorar mejor las cosas buenas de la vida. No se puede mantener de forma perenne un estado de dicha absoluta o de éxtasis… La vida es un camino de contrastes. Como dice Luis Eduardo Aute, vivir es un ejercicio de gozo y dolor.
En un momento dado de la novela en el cual el pintor se haya atravesando un estado anímico tortuoso, decide plasmar en la pared de su buhardilla este cuadro de las Pinturas Negras de Goya. Saturno devorando a su hijo representa para él una alegoría freudiana de la humanidad devorando al hombre como individuo. Eso es lo que quiere expresar el pintor en su encierro tras sufrir una crisis existencial.
Uf, recomendar mi propia novela es algo que me da bastante pudor... Puedo hablarte por boca de lectores que me han felicitado, diciendo cosas tan bonitas como que mi novela deja huella en el alma o que rebosa de sensibilidad e imaginación; que es una novela muy profunda y que te hace pensar sobre ti mismo; que en vez de páginas, las hojas parecen espejos que reflejan tus propios sentimientos.
En fin, qué más puedo deciros sobre Retazos de un Bastardo... Comentan por ahí que mi novela tiene afinidades con Kafka, Pessoa o Hermann Hesse. Al que le guste alguno de estos autores es probable que conecte con mi estilo; pero creo yo tengo mi propio sello, más cercano al tiempo que nos ha tocado vivir.
Me hallo inmerso en la redacción de once relatos que irán recopilados en un libro titulado Bajo la sombra del yinkgo biloba.
Estoy muy ilusionado con este proyecto y humildemente pienso que cada relato es un mundo en el que te sumerges de los pies a la cabeza. He puesto toda mi alma y mi corazón en ellos, así que espero no defraudar al lector…
3. Río Guadarrama helado
5. La torre en invierno
2. Vistas desde la abadía, Mont Saint-Michel
3. Sombras sobre la nieve al atardecer, Guadarrama
4. Ruinas de Recópolis al atardecer
5. Río Piedra abstracto
6. Reflejos sobre el agua, Río Piedra
7. Reflejos plateados, Salinas de Torrevieja
8. Reflejos impresionistas sobre el agua, Río Piedra
9. Reflejos en el río Dulce
10. Reflejos del sol, salinas de Torrevieja
11. Ramas sobre fondo rosado, Cala Macarela
12. Pueblo fantasma, ruinas de Belchite
13. Por encima de las nubes, sobre el Mediterráneo
14. Nenúfares sobre nubes en el río Lobos
15. Dibujos de luz sobre el agua, Menorca
16. Luna llena en el cementerio de Atienza
17. Isla Vedra bajo la bruma
18. Lago del amor, Brujas
19. Hojas de haya a contraluz
20. Gaviota volando sobre el mar, Cala Macarela
21. Cuadro abstracto de sal, salinas de Torrevieja
22. Castillo de Atienza en la noche estrellada
23. Cabo de Formentor al atardecer
24. Lluvia sobre el canal, Brujas
25. Arena tostada, Playa de Caballería
26. Arcos sobre la arena, Playa de las Catedrales
27. Arbusto sobre la nieve, Guadarrama
28. Arbusto sobre fondo marino
29. Árbol siniestro, Hayedo de Montejo
30. Árbol seco, Burgos
31. Abadía del Mont Saint-Michel

“Leed libros alentadores de espíritu, que os inciten a ser cada día mejores”.
SWETT MARDEN

ALFREDO CONDE

“Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre.”
FRANCOIS MAURIAC

“El poder de la literatura es que es posible contar la vida.”
CHARLES BUKOVSKI

“Escribir: la única manera de conmover a otros sin ser incomodados por su rostro.”
JEAN ROSTAND

“Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.”
CICERÓN

“No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos.”
SÉNECA

“Un mismo texto admite infinito número de interpretaciones.”
FRIEDRICH NIETZSCHE

“La lectura cura los dolores del alma.”
ANÓNIMO

“Un libro abierto es una mente que habla. Un libro cerrado es un amigo que espera.”
PROVERBIO HINDÚ

“Un buen libro, es el mejor de los amigos.”
RUBÉN DARÍO

“Leer mucho aviva el ingenio de los hombres.”
SCHILLER

“Amar a la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas."
JOHN F. KENNEDY

“Un libro es una voz viviente; una inteligencia que nos habla.”
SAMUEL SMILES

“El destino de muchos hombres depende de haber tenido o no, biblioteca en su casa paterna.”
EDMUNDO DE AMICIS

“Ningún hombre carece de amigos, mientras cuente con la compañía de buenos libros.”
SCHILLER

“Preferiría vivir pobre en un desván con muchos libros, que ser un rey a quien no le gustara leer.”
THOMAS MACAULAY

"La televisión es muy educativa: siempre que alguien la enciende, cojo un libro y me voy a mi cuarto a leer."
GROUCHO MARX

FERNANDO PESSOA


el cuerpo cuando caigan,
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro
que baja por tu cuerpo,
ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.
Ojalá se te acabé la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones,
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.
Ojalá que la aurora no dé gritos
que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido
de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.
De alguna manera tendré que olvidarte,
por mucho que quiera no es fácil, ya sabes,
me faltan las fuerzas, ha sido muy tarde
y nada más, y nada más, apenas nada más.
Las noches te acercan y enredas el aire,
mis labios se secan e intento besarte.
Qué fría es la cera de un beso de nadie
y nada más, y nada más, apenas nada más.
Las horas de piedra parecen cansarse
y el tiempo se peina con gesto de amante.
De alguna manera tendré que olvidarte
y nada más, y nada más, apenas nada más.
Luis Eduardo Aute
Te alejas bajo la oscuridad del parque
POEMA 20
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca,
y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear
los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta
la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Pablo Neruda
de peña en peña,
pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera, pero no mía.
Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.
Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.
Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
Agustín García Calvo
algunas hojas verdes le han salido.
El olmo centenario en la colina,
un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado
(Adapt. Juan Manuel Serrat)
pues de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero es don dinero.
Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña,
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado es hermoso,
aunque sea fiero,
poderoso caballero es don dinero.
Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues rompe él recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero es don dinero.
Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues hace las bravatas
desde su bolsa de cuero,
poderoso caballero es don dinero.
Francisco de Quevedo
(Adapt. Paco Ibáñez)
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde,
altivo, enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Lope de Vega

LA MALA REPUTACIÓN
En mi pueblo, sin pretensión,
tengo mala reputación,
haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal.
Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural.
En la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar,
en el mundo, pues,
no hay mayor pecado
que el de no seguir
al abanderado.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos me muestran con el dedo,
salvo los mancos, quiero y no puedo.
Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón
zancadilla pongo al señor
y aplastado el perseguidor.
Esto sí que sí, que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos tras de mí a correr,
salvo a los cojos, es de creer.
Georges Brassens
(Adapt. Paco Ibáñez)
como un aullido interminable, interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.
Un hombre solo, una mujer así tomados,
de uno en uno son como polvo,
no son nada, no son nada.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
Nunca te entregues
ni te apartes junto al camino,
nunca digas no puedo más
y aquí me quedo, aquí me quedo.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.
No sé decirte nada más
pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino, en el camino.
Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.
José Agustín Goytisolo
(Adapt. Paco Ibáñez)
ME QUEDA LA PALABRA
Si he perdido la vida, el tiempo,
todo lo tiré como un anillo al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los ojos para ver el rostro puro
y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Blas de Otero
Palabras que marcan
LA ODISEA, CANTO I
HOMERO
HERMANN HESSE
JULIO CORTÁZAR

EDGAR ALLAN POE
FIODOR DOSTOYEVSKI
Raskolnikov estaba en pleno dominio de sus facultades, pero aún le temblaban las manos.
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Al tomar conciencia de su soledad, sintió que algo semejante a un pájaro o una liebre se le helaba en el pecho.
Y en ese mismo instante en que el mundo que lo rodeaba pareció desvanecerse y él se quedó solo como una estrella en el firmamento, en aquel momento de frialdad y desánimo se irguió un Siddhartha más sólido y fuerte, más posesionado que nunca de su propio Yo.
Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas anónimas volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.
ellas, que estudiarse de memoria los verbos irregulares.
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Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años, pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir, que las preguntas filosóficas surgen por sí mismas.
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El mono de los bosques, convertido sucesivamente en mono a ras de tierra, en mono cazador y en mono sedentario, se ha transformado en mono cultural. El progreso le condujo en sólo medio millón de años, desde el encendido de una fogata hasta la construcción de naves espaciales.
Quince hombres van en El Cofre del Muerto.
¡Ja, ja, ja!
¡Y un gran frasco de ron!
Al llegar a la hostería, golpeó con fuerza la puerta valiéndose de un bastón largo y delgado como un espeche artillero; y cuando acudió mi padre le pidió, con tono destemplado, que le sirviera un vaso de ron.
ALBERT CAMUS
OSCAR NÓBREGAS