FAROS SINIESTROS

1


        Todavía sigo vivo, aunque estoy muerto.

        Cada mañana desde hace tres años me despierto con esta frase marcada a fuego en mi mente. El psiquiatra dice que tengo que superarlo, que no puedo seguir arrastrando ese lastre durante el resto de mis días, pero yo sé que nadie va quitarme de la cabeza que mi vida terminó aquel 13 de octubre. Sí, soy consciente de que se ha convertido en algo obsesivo... Cuando sientes el aliento de la muerte rozándote la espalda, ya nunca nada vuelve a ser igual. Cuando te has asomado al precipicio que divide existir y morir, algo sucede en tu cerebro que te hace ver la existencia de otra manera.

         En el centro de rehabilitación los días son un calco de sí mismos. Aquí tengo todo el tiempo del mundo para dar rienda suelta a mis pensamientos. Eso me permite discernir de forma metódica cada detalle, cada momento de aquella fecha en la que el destino me precipitó al vacío... Pero no sólo fue el accidente de coche. La ruptura con Estela también marcó mi destino para siempre. Durante aquellos meses de desamor llegué a adelgazar casi veinte kilos. Todo vino encadenado de manera sibilina, como si la suerte hubiera decidido darme de lado ensañándose conmigo.

        Han pasado más de mil días desde entonces. Ahora mi existencia es tan amarga que me refugio de manera irremediable en el pasado. Los recuerdos de mi vida son todo lo que tengo para huir de estas cuatro paredes, aunque sólo sea por unos instantes. Cuando te han hipotecado el futuro, echar la vista atrás es la única salida posible para volar con la mente lejos de aquí.

 


 

2

 Antes de que Estela me dejase aquella nota diciendo que nuestra relación había terminado, tan sólo parecía la típica discusión de siempre donde se pronuncian frases como: «Se acabó, no aguanto más». Cuando alguien permanece inmerso en la droga que produce la dependencia afectiva de otra persona, no asimila que eso puede suceder en realidad, hasta que un día sucede. Y suele ser de la manera más fría, con palabras precisas, calculadas, sin apenas subir el tono. Las frases comedidas tienen mucho más veneno que cualquier grito lanzado al aire en caliente: «¡Te odio! ¡No quiero volver a verte!». Nadie termina de creerse esas palabras si te las arrojan con la mirada encendida, con toda la pasión rezumando por las venas. Pero cuando te dejan una fría nota sobre la mesa o te dicen en voz baja y sin mirarte a la cara: «Recoge tus cosas y márchate», comprendes que eso tiene más fuerza que mil discusiones frente a frente.

 En esta ocasión no iba a ser igual que otras veces: discutir, reprocharnos, insultarnos, estar unos días sin vernos, empezar a valorar todo lo que has perdido, llamar con tono suave y conciliador, preparar una cena íntima de reencuentro, hacer el amor con pasión, relajarte, caer en la rutina, bajar la guardia, faltar al respeto, discutir de nuevo y otra vez a repetir el ciclo... Así durante meses, incluso años.

 Sí, lo sé, yo tengo gran parte de la culpa. Uno cae en el error de siempre. Haces pagar a tu pareja las tensiones del trabajo, los problemas con tu familia, tu dolor de cabeza, tu falta de sueño... Y precisamente la persona en la que te puedes apoyar es la que se lleva toda la mierda encima. Somos así, no valoramos las cosas más importantes hasta que nos faltan. Damos por hecho que están ahí porque nos las merecemos sin más. El respeto se esfuma en cuanto empiezas a coger confianza.

 


 

3

 Odio este maldito carácter que me traiciona. Nunca supe contar hasta diez antes de empezar una discusión con Estela, pero ella tampoco era una mosquita muerta a pesar de su aspecto angelical. Aquella vez que me dejó la marca de los dientes grabados en la muñeca descubrí por primera vez sus arrebatos de ira. Y todavía conservo en un bote de plástico el manojo de pelos que me arrancó de la cabeza. No sé por qué demonios me dio por guardarlos allí. Quizás como advertencia de lo que podía sucederme. Y qué decir de aquella vez que me encerró en el balcón en pleno invierno; lo recuerdo como si lo estuviera viviendo en este instante... Ese fin de semana fuimos al piso que los padres de Estela tenían en la sierra. Por aquel entonces nos hallábamos en una profunda crisis sentimental. Entre otras muchas cosas, Estela me reprochaba que nunca le demostrase mi amor en público; que sólo era cariñoso en la intimidad como si pretendiera esconder lo nuestro. Pero esa actitud formaba parte de mi manera de ser y no podía cambiarla. Siempre he detestado las parejas que se besan a un palmo de tu cara. Me parece tan grotesco airear tus sentimientos íntimos...

Aquel reproche era algo superficial que no debería afectar a una relación sólida, pero esa noche habíamos bebido más de la cuenta y empezamos una discusión estúpida que fue creciendo en intensidad por momentos. Yo tenía un cigarro encendido y fumaba junto a la puerta de la terraza. Estela odiaba el olor a tabaco en el salón, no le gustaba nada que fumase dentro. Ésa era otra de nuestras discusiones favoritas y debo reconocer que en aquel punto ella tenía toda la razón. Desde los catorce años soy un fumador empedernido que ha llegado a consumir más de tres cajetillas diarias de Camel sin filtro. Aquel fin de semana, en plena vorágine sentimental, estaba superando mi propio récord… Estela me dijo que ya no podía aguantarlo más. Con gesto provocativo, di una calada profunda al cigarro y le eché el humo en la cara. Sabía que no podía soportar eso... Entonces me pegó un manotazo y pisoteó el cigarro en el suelo. La miré desafiante, y sin decir ni media palabra cogí otro cigarro de la cajetilla. «No se te ocurra encenderlo», me advirtió. Haciendo caso omiso, saqué el mechero del bolsillo y lo encendí. De pronto me empujó con fuerza hasta hacerme retroceder afuera. Echó el pestillo de la puerta que da a la terraza y me dejó allí a tres grados bajo cero, con una camisa de manga corta y las pantuflas de andar por casa. Por fortuna tenía una cajetilla recién abierta para esperar que amainase su enfado. Pero no fue una cuestión de minutos, como yo imaginaba. Ante mi incredulidad, aquello duró más de dos horas. Ciento veinte minutos que se me hicieron eternos. El tiempo es algo tan subjetivo, que los segundos de un reloj dejan de tener sentido en tu mente si algo trastoca lo que se considera normal. No hay nada como una situación angustiosa para saber que un solo minuto se puede hacer interminable… Por suerte mi estado etílico me hizo más llevadero aquel gélido castigo.

Nunca se lo tuve en cuenta porque ella también estaba borracha como un odre, pero aquella reacción tan agresiva me impactó mucho. Admito que yo a veces provocaba de forma inconsciente las discusiones. Estela se ponía guapísima cuando se enfadaba conmigo. En esos instantes en los cuales la adrenalina se apoderaba de su rostro reflejaba una belleza salvaje. Había algo de felino en su expresión que me hipnotizaba hasta subyugarme; algo que me atraía como atrae el fuego a una polilla, y ese tirón de pelos o ese bocado en mi muñeca, bien valían contemplarla en aquel estado de feminidad caníbal… Estela es una chica con mucho carácter, aunque nadie lo descubre nada más conocerla, pues la dulzura de sus facciones te impide atisbar el más remoto episodio desagradable junto a ella. Cómo engañan las apariencias...

        Al principio de una relación nadie sospecha que con el tiempo pueda vivir escenas de ese tipo. Bueno, he de confesar que yo sí puedo hacerlo. Debido a mi profesión de guionista tengo la capacidad de recrear en mi mente lo más sórdido del ser humano… Los que inventamos historias muchas veces cometemos el error de pensar que nuestras vivencias son un buen guión adaptable para el cine, aunque no se puede negar que a veces la realidad supera con creces lo que uno pueda sacar de su imaginación. No me gustaría llegar hasta el punto de pensar que un guionista vive con una libreta de apuntes en la cabeza, lo cierto es que a veces es inevitable no caer en esa deformación profesional y proyectamos en nuestra mente algunas situaciones de la vida como si se tratara de una filmación cinematográfica. También influye en tu comportamiento las experiencias que hayas ido acumulando a lo largo del tiempo. La capacidad de adaptación te va marcando pautas a seguir en tu manera de actuar y de percibir las cosas. Si estás resabiado por los golpes que te has llevado en el amor, al conocer una chica con la que intuyes que puede suceder algo especial te adelantas al futuro y piensas: «¿Cómo será nuestra primera pelea?». O incluso: «¿Cuánto durará esta historia?», porque sabes que las relaciones tienen fecha de caducidad y das por hecho que todo terminará antes o después... Es terrible pensar así, incluso es probable que dicha actitud te lleve precisamente a eso. Pero en el fondo sabes que no, que por un camino u otro siempre se llega a ese punto sin retorno del desengaño.

        La persona que al principio te miraba a los ojos susurrando «Eres un cielo» seguramente sin merecerlo, al cabo del tiempo te clavará la mirada con gesto de ira gritando «¡Eres un cabrón!», seguramente sin merecerlo también. Todas esas virtudes y atributos que veía en ti por donde quiera que pisaras se desvanecen para convertirse en defectos y reproches. Frases tales como «Estamos hechos el uno para el otro» terminan por trocarse en «Tú y yo no encajamos absolutamente en nada». La empatía que proyectaba hacia ti se transforma en rencor y ya nadie en el mundo puede cambiarlo. Supongo que es un mecanismo de defensa para olvidar a tu expareja y autoconvencerte de que era la persona equivocada. Eso te allana el terreno para seguir caminando hacia delante. Pura supervivencia.

        Durante algún tiempo llegué a pensar que Estela me había dejado por otro y que se alejó de mi vida de aquella manera tan cobarde porque no tenía el suficiente valor para decírmelo. Muchas veces me he preguntado la razón por la cual infinidad de parejas rompen su relación al entrar un tercero en discordia. Fue aquí en el centro de rehabilitación mientras veía un documental del zoo por la tele cuando intuí el porqué de esa forma de actuar. Un empleado se dirigía al foso de los caimanes junto con la periodista para echarles comida. Su ración consistía en varios huesos y un pedazo de carne: «Primero se echan los huesos», dijo el cuidador sacándolos de una bolsa grande. «¿Por qué primero los huesos?», preguntó la reportera intrigada. «Porque si les echo primero la carne después los huesos no quieren ni probarlos». Algo parecido es lo que pasa con nuestras relaciones de pareja. Siempre acudimos hambrientos al encuentro de una relación sin pararnos a pensar que en el fondo pueda ser un hueso duro de roer. A nadie se le ocurre esperar con paciencia hasta que llegue otra oportunidad mejor porque el ansia de amar y el miedo a la soledad nos empuja a coger la pieza sin pensar en nada más. Pero si en el camino se presenta frente a nosotros un pedazo de carne, el hueso deja de tener valor y vamos en dirección opuesta a por la ración que siempre habíamos deseado.

        Sin duda el mundo está lleno de relaciones con huesos que se atragantan en el pescuezo.

 

 


4

        A pesar de todos nuestros problemas de convivencia pensaba que Estela iba a ser la mujer con la cual envejecería. Sin embargo, todo lo que habíamos compartido durante más de diez años se había esfumado de un solo plumazo con aquella fría nota que me dejó sobre la mesa del recibidor. A veces lo más triste no es que te dejen, sino cómo lo hagan. Una hoja tamaño folio pillada bajo el cenicero de murano que compramos juntos en Venecia fue suficiente para ella. Ese detalle en apariencia trivial me hizo mucho daño. Guardaba un recuerdo entrañable de aquel viaje donde nos prometimos amor eterno. Ese cenicero era el símbolo de nuestra relación. Fue testigo de nuestros sueños, de nuestros secretos más ocultos… Compartió la estancia donde fuimos entrelazando nuestras almas... Aquella forma de proceder me pareció vulgar y ofensiva. Da igual que la hoja estuviese emborronada por sus propias lágrimas. Hubiera preferido verlas caer frente a mí... En la nota decía que era la única manera de poder alejarse de allí; que no habría tenido valor de irse diciéndomelo a la cara. Para suavizar aquel mensaje de ruptura, al final dejaba abierta una posible relación amistosa entre nosotros: «Pase lo que pase, te daré mi apoyo. Y con el tiempo tendrás mi amistad». Pero tan sólo eran palabras huecas; una forma dulce y engañosa de rubricar su felonía. El tiempo lo único que trajo fue silencio y distancia... Y así, sin más, con unas simples líneas escritas en un folio, abandonó el piso donde vivíamos juntos desde hacía años; el piso donde compartimos risas, alegrías, inquietudes, cariño, sexo, amor... Desde entonces no puedo escuchar aquella canción de Leonard Cohen Esa no es forma de decir adiós porque se me hace un nudo en el estómago. La oímos tantas veces acariciándonos en el sofá del salón... «Te amé por la mañana, nuestros besos profundos y calientes. Tu cabeza sobre la almohada como una tormenta dormida». Jamás pude imaginar que aquella letra estaba relatando un episodio futuro de mi propia vida.

        Y ahora me hallo aquí solo rodeado de paredes desnudas, de armarios vacíos y de noches sombrías… Como único vestigio de nuestra relación Estela me dejó su gata en el dormitorio. Ella misma fue quien la trajo a casa con toda la ilusión del mundo. Pero después no le importó marcharse y abandonarla... Tras leer esa infame nota me derrumbé sobre la cama llorando a lágrima viva. Diamanda y yo compartimos incrédulos la fuga y la traición de aquella persona que nunca más quiso volver a vernos. La gatita a veces me miraba triste preguntándose lo mismo que yo: «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?»

        Después de vivir algo así te sientes hundido y sin fuerzas para seguir luchando por rehacer tu vida de nuevo; sin motivación para buscar otra persona a la que amar y a la que entregar tu corazón porque tienes miedo de volver a tropezar con lo mismo... También está el temor a que no te acepten como eres, a que pongan en tela de juicio tu manera de ser. Por eso cuesta tanto empezar otra vez... Lo único que te apetece es cerrar tu alma al exterior y permanecer exiliado de las relaciones durante mucho tiempo. Nunca he entendido a aquellos que son capaces de rehacer su vida sentimental al instante, tras una ruptura después de muchos años de relación. Se me hace tan sospechosa esa sustitución inmediata... A veces pienso que para algunos cambiar de pareja es como cambiarse de calzoncillos o de bragas.

        Cuando sufres el mayor desengaño de tu existencia, la autoestima baja hasta el suelo y llegas a pensar que te lo mereces. Poco a poco empiezas a asumir que nadie querrá compartir su vida contigo. Das por hecho que la convivencia en una relación de pareja es algo sumamente complicado. Y es que es tan difícil convivir con otra persona día tras día bajo el mismo techo y en la misma cama... Volver a empezar desde cero para mostrarle a alguien lo mejor de ti ocultando lo que puede traerte problemas como fumar a todas horas, apretar el tubo dentífrico por el medio, dejar las tapas del inodoro subidas, no recoger los platos tras la comida, poner la ropa en cualquier lado... es igual que presentarse de nuevo a una entrevista de trabajo para conseguir empleo. Me pregunto si no sería mejor comenzar siempre por lo malo dejando claro lo que es susceptible de molestar al otro. Incluso puede llegar a ser divertido y le quitaría tensión a ese primer encuentro en el cual todo tiene que ser impecable. A decir verdad, tan sólo es cuestión de tiempo que uno vaya saliendo del envoltorio edulcorado de las primeras citas para irse mostrando como realmente es... Si cada pareja que inicia una relación confesara sus defectos desde el principio se ahorraría todo el tiempo invertido de manera absurda en idealizar a la persona deseada para luego tener que desandar el mismo camino. Resulta un esfuerzo ímprobo tener que dar una imagen perfecta que en realidad es una farsa pues nadie se escapa de lo vulgar o de lo sórdido, ni siquiera la persona más intachable que pueda existir en el mundo… Si a mí me hubieran dicho mientras cenaba entre velas que esos dientes perfectamente alineados o esas manos largas y estilizadas dejarían mella en mi cuerpo, no lo habría imaginado ni en lo más remoto de mis pensamientos. Sin embargo, ahora, por un impulso visceral que ni yo mismo logro entender, guardo esas experiencias como algo de lo que no reniego, y pienso que en ese tirón de pelos o en ese mordisco desbocado había pasión; y si había pasión, es que había vida. Todo, menos frialdad, porque sin duda lo que más duele en el alma es la distancia; la indiferencia de una persona a la que has amado con todo tu corazón.

 


 

5

        Dice el psiquiatra que el período de desamor entre una pareja dura dos años, pero ya han transcurrido más de tres y todavía sigo estancado en mis sentimientos... No sé por qué me martirizo día tras día con el pasado; el caso es que hay algo en mi interior que me impide evitarlo. Quizás porque desde aquel 13 de octubre mi existencia se ha detenido convirtiéndose en una rutina constante, y este centro de rehabilitación sin duda es el sitio ideal para reflexionar sobre la vida y el amor. Tengo tantas horas para divagar con mis pensamientos... Tumbado sobre la cama me vienen a la cabeza mis antiguos amores como si fuera un álbum de fotos viejo y desgastado... Enciendo un cigarro y dejo que la mente viaje al pasado para revivir esos momentos ya tan lejanos……

A dos manzanas de mi casa en el barrio de Moncloa vivía Freya, una sueca que llegó a España con su familia por asuntos de trabajo del padre. Yo tan sólo era un niño de nueve años y ella también tenía mi misma edad. Con Freya fue la primera vez que sentí algo especial por una chica. No puedo expresar con palabras lo que notaba dentro de mí cuando me cruzaba por la calle con ella. Era como un hormigueo recorriendo el estómago que no sentías igual jugando con tus amigos a policías y ladrones en el recreo. Aquella niña de cabellos dorados parecía una princesita de los cuentos de hadas y despertó en mí algo que ya nunca más me abandonó… De la misma forma que vino, un día Freya desapareció del barrio para regresar a su país natal. Jamás después supe ya nada de su vida… A veces cuando deambulo por su antigua calle me pregunto qué habrá sido de Freya y vuelve a renacer en mí esa sensación de hormigueo que me invadía siendo un niño.

Con doce años conocí a Marta en la escuela. Ni siquiera puedo considerar que fuese mi novia pues éramos dos adolescentes, pero fue la primera chica a la que besé y aquello tuvo mucha importancia para mí, aunque en realidad aquel primer beso no me gustó nada. Me supo a saliva seca y resultó ser una decepción. He de confesar que a esa edad yo tenía más intriga que deseo por saber lo que era una chica. Siendo totalmente sincero, a los doce años prefería jugar al fútbol o a las canicas que ir de la mano por la calle con Marta. Recuerdo que la trataba como un a amigo más de la pandilla sin hacer ningún tipo de distinción por ser una chica. Siempre agradeceré haber ido desde pequeño a un colegio mixto y vivir con naturalidad el trato con el sexo femenino. Algunos de mis amigos no tuvieron esa suerte y para ellos una chica venía a ser algo así como un extraterrestre... A Marta y a mí los fines de semana nos gustaba ir al Parque de Atracciones para montarnos en el Pasaje del Terror y en la Montaña Rusa. Luego solíamos comprar pipas, gominolas o algodón dulce y nos íbamos paseando hasta el lago de la Casa de Campo. Allí alquilábamos un bote para remar y echábamos de comer a los patos y a las carpas. La espontaneidad y la inocencia de aquellos primeros años es algo que vas perdiendo para no recuperarlo nunca más…

        Poco tiempo después se cruzó por mi vida Piluca. Aquel curso había llegado a Madrid desde Málaga con toda su familia. Compañera inseparable de pupitre, nos gustábamos y los dos lo sabíamos, pero a esa edad el pudor ante la evidencia de los sentimientos puede ser una barrera infranqueable. Lo cierto es que el mero hecho de estar sentado junto a ella en las horas de clase repasando lecciones me llenaba plenamente. La complicidad que existía entre nosotros era algo que pocas veces he vuelto a sentir con la misma intensidad a lo largo de mi vida… Recuerdo que una mañana en el recreo me caí al suelo torciéndome la mano. Piluca me la cogió y la retuvo hasta que se me pasó el dolor. No me hubiese importado caerme cien veces más por volver a sentir sus dedos sobre mi piel. Aquel contacto físico entre nosotros destapó en mi interior un torbellino de emociones totalmente desconocidas... Poco después de aquella caída fortuita le dejé en la cajonera de su pupitre un trozo de papel con la letra de una canción: «Yo no te pido que me bajes una estrella azul, sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz». Cuando Piluca fue a sacar sus libros de texto se encontró aquel mensaje furtivo escrito con mi caligrafía. No se me olvidará nunca la expresión de su rostro al leerlo y cómo se ruborizó invadida por la timidez… Tan sólo era un niño de trece años, pero creo que estuve enamorado de Piluca. Sentí algo muy especial por esa chica, aunque todo se quedase en un amor meramente platónico. A menudo sigo pensando en ella y me pregunto qué habrá sido de su vida.

Dos años después con Belén todo fue mucho más intenso. Por aquel entonces yo estaba experimentando en mi físico cambios constantes. El vello, la voz, el deseo… Cada mañana se levantaba de la cama otra persona diferente. Día a día comenzaban a brotar en mí nuevas sensaciones... Belén con catorce años era una niña dentro del cuerpo de una mujer. Morena con los ojos verdes, las curvas de sus caderas me ponían un nudo en la garganta. Recuerdo aquel lunar suyo sobre el labio, sensual y seductor… Durante la excursión del colegio a Sigüenza en aquella primavera surgió entre Belén y yo una atracción que siempre recordaré como algo puro y sincero. Por casualidad en el autocar nuestros asientos coincidieron muy cercanos, de manera que podíamos vernos a poca distancia intercambiando miradas. Cuando llegamos a Sigüenza, aquella especie de cortejo visual prosiguió entre los dos. Una vez dentro de la Catedral, mientras el profesor nos explicaba la historia del Doncel, las miradas mutuas ya iban acompañadas de gestos y sonrisas. A mediodía los alumnos compramos unas botellas de sidra y nos fuimos a comer bajo un pinar sombreado en las afueras del pueblo. Por la tarde la mayoría del grupo se puso en círculo para jugar a la botella, pero Belén y yo decidimos dar un paseo siguiendo un sendero del bosque. Le pregunté si le hubiese gustado quedarse jugando con el resto de la clase. Me dijo que prefería estar conmigo porque casi todos los chicos eran tontos y le habría dado asco besarse con ellos. Al cabo de un rato nos sentamos frente a un arroyo y nos pusimos a charlar de muchos temas. Nunca hasta entonces en toda mi vida había hablado en serio de tantas cosas con una chica… Envalentonado por los efectos de la sidra, al final le insinué que cómo se desahogaba sexualmente. Responder a tal pregunta quizás era demasiado embarazoso para una chica de catorce años, pero en esos momentos la conexión que había entre nosotros hizo que se lo tomara con mucha naturalidad. Belén me dijo de forma implícita que se desahogaba con fantasías… Para un chico aquella respuesta resultaba algo imprecisa, pero no quise insistir en que me diese detalles a pesar de mi curiosidad adolescente. Ella por su parte no me preguntó nada, porque las chicas nunca hablan de cosas tan íntimas, aunque sin duda las piensan y las sienten.

Nada más llegar a Madrid, Belén y yo dejamos al resto de compañeros y nos fuimos a dar un paseo por las calles del barrio. Ninguno de los dos deseaba que terminase aquel día y continuamos prolongando nuestras conversaciones sobre el asfalto de la ciudad. A las once de la noche la acompañé hasta el portal de su casa y nos despedimos. Hubiera dado lo que fuese por besarle en los labios, pero no me atreví… Ella esperaba paciente a que lo hiciese mientras sujetaba la puerta entreabierta. Me quedé allí delante de ella mirándola con expresión de timidez. Belén era realmente bonita. Aquel lunar sobre su boca me parecía como una fruta prohibida que en esos momentos estaba a mi alcance… Le dije que me lo había pasado muy bien y sonrió. Luego nos despedimos con dos besos en la cara.  De camino a casa me reprochaba a mí mismo por qué no me había lanzado; pero creo que en el fondo fue mejor así. En el deseo contenido también hay placer y belleza… Recuerdo que nuestros padres nos castigaron a los dos por llegar tarde. Recuerdo también que nunca un castigo me supo tan dulce. Aquella noche la pasé reviviendo todos los momentos de la excursión en compañía de Belén. Creo que esa madrugada me desperté con la imagen de su lunar perdido entre mis labios.

         Estuvimos escribiéndonos cartas en verano y a partir de septiembre iniciamos una relación que recordaré durante el resto de mi vida... Después de hacer los deberes ella venía a mi casa y nos pasábamos las tardes escuchando la música que mi hermana ponía en los guateques con sus amigos, sobre todo discos de Bob Dylan, Cat Stevens, Leonard Cohen, Simon & Garfunkel, Don McLean, Roberta Flack o Carole King. No puedo recordar la cantidad de veces que dimos la vuelta a esos vinilos sobre el plato, pero seguro que fueron muchas. Por aquellos tiempos escuchar un disco acompañado de alguien venía a ser como una especie de ritual. Había algo de mágico en el hecho de sacar el vinilo de la funda, ponerlo sobre el tocadiscos y pincharlo con la aguja. Todos esos álbumes podías abrirlos para compartir sus fotos con quien tuvieras al lado. Nada que ver con la frialdad de los cedés y sus portadas en miniatura. Supongo que cada generación se identifica plenamente con su tiempo y piensa que es el mejor, pero no me cabe la menor duda de que en aquellas décadas se hicieron canciones que nunca se igualarán… El mundo se llenó de color y alegría con la llegada de los Beatles y el resto ya fue la continuación de todo ese estallido. En los años setenta podíamos pasarnos horas y horas poniendo vinilos sin parar. Una tarde con cuatro amigos escuchando discos y bebiendo cerveza siempre era un buen plan. No necesitábamos Youtube para ser felices. La clave estaba en que compartías las canciones en vez apoltronarte tú solo frente a la pantalla del móvil o del ordenador como un autista... Puede parecer exagerado, pero algunos compañeros del instituto cuidaban más las discografías de Rock que a sus propias novias. «Un buen disco nunca te fallará», solían decir convencidos mientras les pasaban la gamuza por encima. Y ciertamente había bastante de verdad en eso. La chica con la cual escuchabas Year of the Cat abrazado en el sofá, antes o después terminaba por desaparecer de tu vida. Sin embargo, el disco de Al Stewart permanecía fiel en la colección de la estantería dispuesto a hacerte pasar un buen rato sin necesidad de tener que sufrir alguna decepción con el paso de los años. Por desgracia las relaciones de pareja siempre se rallaban antes que los discos a pesar de que las cuidaras con todo tu corazón.

         Había lecciones ocultas en los microsurcos de los vinilos imposibles de aprender con los libros de texto o con las explicaciones de los profesores durante las clases. Gracias a la audición de todos aquellos álbumes experimentabas sensaciones que alteraban tu vida de manera irreversible. La primera vez que escuchabas a Jimi Hendrix, Pink Floyd o Led Zeppelin, tu mente sufría una metamorfosis parecida a un shock cerebral. En cuanto te hacía efecto el veneno inoculado por el aguijón del Rock quedabas marcado para el resto de tu vida… Desde ese instante tu percepción del mundo cambiaba para siempre. Ya no había vuelta atrás. A partir de ese momento era otra persona la que se sentaba a comer en la mesa con sus padres. Ningún pasaje de la Biblia tenía tanta influencia sobre nosotros como un buen disco de Rock. Canciones como Stairway to Heaven o Bohemian Rhapsody eran más sagradas que cualquiera de los Diez Mandamientos… Es difícil de expresar con palabras lo que se sentía cuando con la paga de varias semanas comprabas un vinilo y lo ponías en el tocadiscos. Aquellos discos de Yes, de Genesis, de King Crimson, de Santana, de los Who, de Jethro Tull, de Supertramp o de Mike Oldfield, eran capaces de hacerte volar hasta lugares imaginarios… Para los que amamos el arte por encima de todas las cosas, la música es algo de lo cual nos sería imposible prescindir. Puede que resulte utópico, pero a muchos nos gustaría encontrarnos de forma habitual en la vía pública con nombres tales como Plaza de los Beatles o Avenida de los Rolling Stones, pues han contribuido a hacer más feliz a la Humanidad que un general vencedor de cualquier batalla o un obispo magnánimo canonizado por el Papa.

Nunca se me olvidarán los primeros besos con Belén oyendo el Tapestry de Carole King… Por desgracia, ya no se hacen canciones tan sinceras y emotivas como aquéllas. Escuchar You’ve Got a Friend en un día de desánimo te calaba hasta los huesos.  Antes una buena canción era algo sagrado; algo que iba más allá del disfrute de una melodía. Los que de verdad amamos la música podemos sentir una canción hasta que nos duela. Temas como Suzanne o Vincent eran capaces de desgarrarte por dentro si te sorprendían en una tarde lluviosa y melancólica… De la misma manera, una canción te podía elevar hasta las nubes cuando todo estaba perdido o al menos así te lo parecía. Escuchar algo tan bello como Carpet Crawl de Genesis te hacía resurgir de tus propias cenizas y en esos momentos pensabas que realmente merecía la pena vivir.

        Recuerdo que Belén y yo paseábamos a menudo por los jardines de Rosales descubriéndonos a nosotros mismos. Un atardecer de primavera tumbados en la hierba del parque mis manos se deslizaron por primera vez sobre sus pechos duros y pequeños. Creo que todavía sigue latiendo en mí la sensación de vértigo de aquel instante... No sé cómo se sentirían los conquistadores al llegar por primera vez a una tierra inexplorada, aunque supongo que esa mezcla de temor y excitación por lo desconocido se asemejaría bastante a lo que yo sentí en esos momentos... Sin embargo, al regreso de las vacaciones Belén no permitió que aquello volviera a suceder. Me dejó completamente frustrado. No entendía nada… Al cabo del tiempo y tras mucha insistencia por fin me dio una explicación. Aquel verano había estado durante dos semanas haciendo ejercicios espirituales. Belén confesó todas nuestras experiencias de pareja a un sacerdote. Tras narrarle los momentos más íntimos el cura le dijo que eso que hacíamos a escondidas era pecado mortal. El odio que sentí por la Iglesia desde aquel instante fue algo que no me ha abandonado hasta hoy. Mi libido había quedado reprimida por las doctrinas arcaicas de una religión que castraba los deseos de los adolescentes. Y así terminó de forma tajante mi primera incursión en un cuerpo femenino: enterrada bajo los designios de una sotana retrógrada e inquisidora. A partir de entonces las fantasías sexuales de Belén comenzaron a marchitarse sometidas por los castos consejos de un viejo cura. Pero la sensación de haber acariciado esos pechos es algo que jamás olvidaré. Fue como rozar el paraíso tumbado sobre el césped húmedo de aquel parque cercano a Rosales... Tengo que confesar que todavía conservo la rosa roja y el colgante de plata que Belén me regaló como muestra de amor. Creo que los guardaré mientras viva pues representan la pureza de aquellos años en los que comenzaba a descubrir los enigmas que cada mujer encierra en su interior.

 



6

         Al año siguiente trasladaron a mi padre a Bélgica y toda la familia tuvo que emigrar. Por fortuna en aquel país no había curas amargados que daban consejos castos a las chicas. Allí nadie se sentía culpable por el mero hecho de haber nacido como en la religión católica, ni por dar rienda suelta a los estímulos de tu cuerpo de manera natural. Allí no existían conceptos tan perversos como el del Pecado Original ni remordimientos estúpidos por disfrutar del placer. Lo más repugnante fue conocer tiempo después todos esos casos de pederastia que se destaparon en el seno del a Iglesia. Y no eran sucesos aislados, sino una práctica habitual entre aquellos predicadores de la palabra de Dios. Era tremendo saber que mientras esos curas rancios reprimían nuestros impulsos naturales ellos por detrás abusaban de criaturas inocentes a las cuales dejaban frustradas de por vida. Era totalmente repulsivo, y lo más indignante es que nunca hasta hoy han pagado por ello.

Fue al poco tiempo de llegar a Charleroi cuando conocí a Kathy, una belga rubia de ojos azules que me hizo volar sin alas… Con Kathy hice por primera vez el amor. Mal, claro está. Con los nervios del que quiere demostrar que sabe hacer muy bien algo que nunca ha hecho. Pero Kathy... Kathy era un cielo, y me llevó en volandas aquella noche de verano. Kathy me hizo descubrir cuerpo a cuerpo lo que era una mujer. El tacto de su piel desnuda sobre las sábanas fue algo maravilloso... Mi regreso a España dos años después resultó ser un fastidio. Con lágrimas en los ojos, Kathy me dijo al despedirse: «Siempre que mires la luna piensa en mí». Y yo miré la luna muchas veces pensando en Kathy, pero sabía que eso no podía durar toda la vida... No hay amor posible que sea capaz de salvar la distancia por mucho sentimiento que haya puesto en él. Lo cierto es que todavía hoy me acuerdo de Kathy. Creo que por personas tan dulces como ella merece la pena haber nacido.

         De nuevo en España, tras unos meses en Madrid, nos fuimos a vivir a Alicante. Y allí conocí a Ana. La afabilidad del carácter mediterráneo me sedujo... A su lado compartí el mar y las poesías de Miguel Hernández. Ana era una criatura encantadora. Para ser feliz tan sólo necesitaba tener un libro abierto entre sus manos o escuchar viejas canciones de Silvio Rodríguez. Estuve muy enamorado de esa chica. Su sonrisa espontánea sin duda era lo más bonito que tenía... Pero veníamos de dos mundos completamente distintos. Ana y yo disentíamos de manera radical en nuestros principios y eso antes o después tenía que hacer aguas. Es difícil compaginar una relación con alguien que tiene ideas vitales opuestas como por ejemplo la creencia en Dios. Es probable que sea un prejuicio, pero yo nunca podría compartir mi vida sentimental con una persona religiosa. Choca de frente con mi manera de ver la vida. Creer en Dios me parece una cobardía, un refugio estúpido que no lleva a ningún lado; tan sólo al consuelo ingenuo de la prolongación de nuestra existencia en algún lugar idílico. La religión no es más que un espejismo producto del miedo que nos subyuga desde que el hombre fue consciente de la muerte como el final de todo. Al ser humano no le basta con existir hasta el último latido de su corazón. Necesita el autoengaño de la inmortalidad en otro mundo imaginario donde transcender eternamente.

         Después llegó Cristina. La conocí una noche de agosto en Torrevieja tras la barra de un pub sirviendo copas. Al cabo de varios días nos hicimos amantes. Aquel verano se juntaron nuestros mundos como dos torbellinos de brisa fresca… Cristina es la mujer más atractiva que ha pasado por mi vida. Recuerdo que era sensual hasta para vestirse. Una mujer exhala belleza cuando se desnuda, pero también puede ser femenina poniéndose la ropa o haciendo cualquier cosa. Simplemente verla comiendo una fruta jugosa resultaba persuasivo… Cris me enseñó lo que era el sexo de verdad sin tapujos ni rodeos. Nuestro primer encuentro en la cama fue un acto iniciático para mí. Aquella noche de estío permanecimos varias horas en la playa besándonos como dos gatos en celo arrullados por las olas del mar. En mitad de la madrugada decidimos ir a mi casa para estar más cómodos. Subimos las escaleras de puntillas y antes de meter la llave en la puerta, le dije en voz baja: «No podemos hacer ruido. Están mis hermanas durmiendo en la habitación de al lado». Entonces Cris me susurró al oído mientras me besaba dulcemente por el cuello: «No te preocupes, confía en mí». No cabe duda de que el mundo está lleno de promesas incumplidas… Pero en aquella ocasión incluso me alegré de su palabra quebrantada, porque verla gemir conmigo dentro de su cuerpo ha sido una de las experiencias más bonitas que he sentido nunca. A partir de entonces, Cris y yo hicimos el amor mil veces por pura lujuria y de todas las formas posibles. Lo suyo era verdadera pasión por practicar el arte de Eros. Recuerdo la fugacidad de nuestros encuentros como algo excitante y morboso por nuestra condición de amantes… Cierto verano hicimos un viaje por la costa de Almería visitando diversos pueblos de la zona. Al final de cada jornada siempre esperábamos con ansia volver al hotel de Mojácar para hacer el amor. Podíamos estar una noche maravillosa en Garrucha comiendo una ración de gambas, pero antes de terminar ya nos mirábamos con cara de lascivia pensando en hacerlo. «Me siento como un águila herida deseando llegar al nido», solía decirme con sonrisa de complicidad antes de regresar al hotel. La clandestinidad de nuestros encuentros a veces desembocaba en situaciones comprometidas. Su novio era un profesor de francés que viajaba constantemente por asuntos de trabajo. En varias ocasiones estuvimos a punto de cruzarnos a la salida de su casa... Cris y yo apurábamos nuestras citas hasta el último instante desafiando al destino. Con las sábanas todavía húmedas tras una noche insaciable de sexo, él llegaba minutos después para sustituirme en la cama… Una vez llegamos a hacer el amor mientras ella hablaba con su novio por teléfono. Cris sostenía el auricular apoyando los codos sobre la mesilla, mientras yo la penetraba por detrás cogiéndola de las caderas. Pero aquella situación acabó por convertirse en algo demasiado arriesgado como para que durase mucho tiempo. Cris me dijo que se había planteado dejar a su novio y venirse conmigo, que yo tenía la última palabra... Sin embargo, no me sentí con el valor suficiente para destruir una pareja, así que decidimos dejarlo. Por fortuna todavía conservo su amistad. Tiempo antes de tener el brutal accidente de coche, paseaba con ella y su hija por el malecón del faro cuando nos veíamos en Torrevieja. Una sensación extraña me invade al pensar que esa niña tan preciosa podía haber sido mía… La última vez que estuvimos juntos, Cris me dijo: «Recuerdo los días de Mojácar como los mejores de mi vida». Esas palabras me llenan de orgullo… Haber hecho feliz a una criatura como ella es lo mejor que me ha sucedido desde que nací.

 


 

7

De nuevo enciendo un cigarro y sigo mirando hacia atrás. Con la perspectiva del tiempo, pienso en lo diferentes que han sido algunas de mis parejas. Dicen que no se debe comparar y puede que hasta cierto punto sea verdad. Sin embargo, el contraste entre dos personas o situaciones muchas veces te quita la venda de los ojos y te muestra la realidad. Las comparaciones son odiosas, pero a menudo te hacen darte cuenta de las cosas. Recuerdo que mi hermano era un tullido de la afectividad; una persona imposibilitada para demostrar sus sentimientos. Prefería arrancarse los dientes antes que tener una muestra de cariño hacia algún ser querido. Todas sus actitudes se centraban en su propio yo con una egolatría recalcitrante. No fue hasta que pude comparar la relación que tenían algunos de mis amigos con sus hermanos, cuando por fin me di cuenta de cómo era él en realidad. Mis amigos compartían con sus hermanos momentos entrañables: viajes, música, conversaciones… Salían juntos de acampada, tocaban la guitarra, disfrutaban de charlas… Yo jamás tuve nada de eso con mi hermano. Era un tipo insípido y escueto en el trato, únicamente preocupado por mejorar su estatus social y aumentar los números de su cuenta bancaria. Recuerdo que mientras mis amigos y yo rivalizábamos por tener en nuestra colección tal o cual disco de Rock, mi hermano competía con los suyos por ver cuál tenía mejor coche o mayor sueldo. Esa actitud ante la vida le definía perfectamente como persona.

Años más tarde regresé de nuevo a Madrid con la familia. Recuperé viajes amistades, entre ellas a unos asturianos que conocía del barrio. Un verano me invitaron a su caserón de Asturias en Vegadeo para pasar allí la Noite Celta. Esa noche la gente del pueblo se reúne en la campiña, donde preparan suculentas barbacoas de carne y beben sidra hasta el amanecer mientras suena música celta por todas partes... Fue entonces cuando Carolina entró en mi vida. Carolina era una asturiana de pelo negro que besaba como los ángeles. El dibujo hipnotizador de sus labios me tuvo atrapado durante un largo otoño. Por su sangre corría esa bravura campechana de los norteños que enseguida se hace querer. Carolina se vino a Madrid para estudiar la carrera de biológicas en la Universidad Complutense. Todavía recuerdo aquella tarde que se presentó en mi casa después de haber estado sin vernos desde el verano... Antes las cosas surgían así, y creo que tenía mucho más encanto. No hacía falta enviar un mensaje al móvil ni nada por el estilo. De repente llamaban al timbre de tu puerta y aparecía alguien por sorpresa. Recuerdo que una vez fui a Valencia para ver a una amiga sin avisarla. Me presenté por la tarde en el barrio del Carme donde vivía Rosana y subí a su apartamento. Sorprendida, me dijo que pasara al salón; entonces me enseñó lo que estaba escribiendo justo en ese instante en su diario: «Estoy sola en casa. Hoy nadie vendrá a verme...» Situaciones así hoy en día son inconcebibles en la era del teléfono móvil, ese artilugio siniestro que mediatiza y cuadricula nuestras vidas.

No se me olvidará nunca aquella tarde de otoño con Carolina. Llevaba puesto un vestido amarillo que dejaba al aire las piernas más allá de sus muslos. El contraste de su cabello largo y negro con esa prenda me sedujo por completo. Estuvimos charlando en mi habitación rodeados de pósters y vinilos. Le dije que eligiera un disco y pusimos a Dire Straits. Aquellos besos cálidos mientras sonaba Once Upon a Time in the West fueron algo así como levitar sobre el sofá de mi cuarto... A Carolina y a mí nos gustaba hacer el amor en sitios comprometidos. A veces lo hacíamos en el parque de algún pueblo después de tomar unos vinos, en la encimera de la cocina corriendo el riesgo de que saliera de su habitación alguna roomie, o en las escaleras de su portal entre dos pisos con la excitación añadida de que pudiera bajar cualquier vecino... Durante ese otoño proyectamos algunos planes juntos, todos ellos fuera de Madrid. Por aquel entonces yo tenía una aversión visceral a la gran ciudad. Mi ilusión era construir un refugio de montaña para vivir en plena naturaleza lejos del ruido y la polución. Me imaginé viviendo con Carolina en un caserón asturiano con tejado de pizarra gris y ventanas de madera. Pero el destino es caprichoso y aquella relación no duró demasiado... Meses más tarde Carolina me dejó por un piloto de avión que se llamaba igual que yo. Parecerá una tontería, pero eso fue lo que peor me sentó. Por suerte aquella mezcla de rencor y desengaño se disipó con el paso del tiempo. Los años me devolvieron la imagen más entrañable de aquella chica a la cual tengo como una buena amiga. Ahora está casada y tiene dos hijos. Pero eso no impide que a veces en sueños agitados su imagen vuelva a aparecer frente a mí con aquel vestido amarillo...

Tiempo después Silvia apareció en mi vida. Era una chica de los suburbios de Madrid con muchas ganas de comerse el mundo. Nuestro primer encuentro tuvo algo de místico y ceremonioso. Yo iba por el Parque del Retiro con una carpeta llena de guiones que pensaba releer sentado en algún banco frente al Palacio de Cristal. Silvia estaba con un grupo de amigas tumbadas sobre la hierba. Habían consumido ácido lisérgico y se encontraban muy receptivas con el entorno. Tras repasar los textos durante un par de horas, decidí volver a casa. Atardecía y el sol empezaba a ocultarse por el horizonte. Al verme pasar ensimismado por un sendero del parque, Silvia me llamó dando voces. En un principio no la hice caso, simplemente sonreí continuando el camino. Pero Silvia insistió: «¡Hey, chico, acércate!» Al final pude vencer mi timidez y di la vuelta dirigiéndome hacia donde estaban. Me preguntaron qué hacía allí solo en el parque. Les comenté lo de los guiones y Silvia se sintió intrigada por ellos como si fuera algo excepcional. Le dije que tan sólo eran borradores, pero que más adelante los tendría listos para poder enseñarlos. Al ver que se mostraba tan interesada, le di mi número de teléfono y me marché a casa. Pasó el tiempo olvidándome por completo de aquella curiosa anécdota... hasta que un día me encontré un mensaje en el contestador. Era Silvia. Me sorprendió la llamada, sobre todo porque habían transcurrido muchos meses. Quedamos al día siguiente en la Plaza de España y nos dimos un paseo bordeando la ribera del Manzanares. Le dije que me extrañaba aquel interés por unos vulgares guiones de cine de un simple aficionado. Entonces me confesó el estado alucinógeno en el cual se encontraban todas... Aquella tarde me vieron llegar por el sendero entre árboles como si fuera una aparición, con mi carpeta en la mano y mi parsimonia habitual. «Fue un momento mágico», dijo Silvia. «Los últimos rayos de sol entre las ramas de los árboles brillaban en tu pelo largo y me quedé fascinada. Puede que fuera el efecto del tripi, pero todo nos parecía sublime». Incitado por aquel comentario, le propuse ir a mi casa para ver en vídeo el musical Hair. Compramos varios litros de cerveza y viendo aquellas imágenes de hippies bailando en el Central Park de Nueva York enseguida conectamos en gustos y opiniones. A la media hora parecía como si nos conociésemos de toda la vida… Después de Hair puse la película de Led Zeppelin The Song Remains the Same y se quedó totalmente alucinada viendo a Jimmy Page rasgar el arco de violín sobre las cuerdas de su guitarra… Antes de marcharse aquella noche, Silvia me pidió los guiones de cine para leerlos. Cogí una carpeta de la estantería y metí varios al azar. «Llévate también este libro», dije sacando una biografía del cineasta sueco Ingmar Bergman. «¿Quién es?», preguntó mirando las fotos del interior con curiosidad. «El mejor director de cine de todos los tiempos», respondí categórico. A partir de ese instante, comenzamos a vivir una aventura durante varios meses muy intensos. La mezcla de nuestras personalidades vino a ser algo así como una especie de cóctel molotov donde todo lo que nos sugeríamos el uno al otro siempre resultaba atractivo y excitante…

La primera vez que fui a casa de Silvia me quedé sorprendido con la decoración de su cuarto. Las paredes estaban literalmente cubiertas por fotos y pósters de los Doors. No había ni un solo hueco que no estuviera reservado al grupo de Rock californiano. Silvia era una auténtica fanática de Jim Morrison, al igual que el resto de sus amigas. Recuerdo que todas eran muy peculiares. Su modus vivendi venía a ser como un revival de los años sesenta donde todo giraba en torno al movimiento hippy de aquella fascinante década. A menudo se iban de acampada a la sierra para practicar ritos que podrían definirse como aquelarres de brujas modernas. Durante toda la noche bebían alcohol, fumaban marihuana, ingerían setas alucinógenas y al final danzaban desnudas alrededor de la hoguera en algún claro del bosque…

Si algo definía a Silvia era su desenvoltura para llevar la iniciativa en cualquier circunstancia. A menudo me proponía situaciones extravagantes, a cada cual más sugerente y transgresora. Cuando la conocí su objetivo prioritario era perder la virginidad por encima de cualquier matiz sentimental que pudiera surgir entre nosotros. A veces bromeaba diciendo que desde el principio me había utilizado como hombre objeto. Yo me dejaba llevar viendo todo aquello como algo divertido, aunque el hecho de caminar siempre al borde del abismo me producía sensación de vértigo... Silvia deseaba experimentar con cada centímetro de su cuerpo hasta las últimas consecuencias, sacando partido a sus zonas erógenas mediante toda clase de juegos y artilugios. Lo cierto es que rebasó con creces cualquier gesto de intrepidez que mi fantasía como guionista de cine hubiese podido lograr.

Pasaron los años y no volví a saber nada de Silvia, hasta que un día viendo la tele pusieron el videoclip de una banda de Electropop cuya cantante iba paseando desnuda por la Gran vía. Al principio no le presté demasiada atención, aunque transcurridos unos segundos observé que la cara de esa chica me era familiar. Cuando acercaron un primer plano, no me lo podía creer. Era Silvia. Me pareció estar soñando, pero aquella imagen era real. Entonces rebusqué por los cajones mi vieja agenda de teléfonos y la llamé para asegurarme de que no había tenido una alucinación… Silvia se sorprendió de mi llamada casi tanto como yo de su aparición desnuda en la pantalla de mi televisor. Me dijo que había formado un grupo de música llamado Cycle y que aquellas imágenes eran de su último videoclip. Decidimos citarnos aquella misma noche para ponernos al día de nuestras vidas. Desempolvamos juntos antiguos recuerdos y a última hora hicimos el amor en su casa, quién sabe si homenajeando los viejos tiempos, a pesar de que aquellos pósters de Jim Morrison ya habían desaparecido de su habitación…

Tras aquel revuelo de la Gran Vía, Silvia se hizo famosa en la escena underground y una canción de su primer disco fue elegida por las revistas especializadas como el mejor tema Pop del año. Meses más tarde nos encontramos en una fiesta nocturna que se celebró en el Círculo de Bellas Artes. Nada más verme, exclamó sonriendo: «Sabía que te iba a encontrar aquí». Y es que Silvia tenía algo de bruja… Después hemos vuelto a coincidir en varias ocasiones, aunque ya parecía otra persona. Ahora alterna con individuos que pertenecieron a esa estafa musical de los años ochenta llamada Movida Madrileña; ese montaje fútil y vacío de contenido que muchos se empeñan en ensalzar a cualquier precio. Todos los personajes de aquel movimiento artificioso llevaban el símbolo de la frivolidad como bandera. Recuerdo que cualquier cosa susceptible de ser expuesta en un museo moderno la consideraban como una manifestación artística. A una sala repleta de dentaduras postizas sujetas por hilos colgando del techo lo llamaban entusiasmados arte vanguardista; sin embargo, un disco de Pink Floyd, una sinfonía de Mahler o una película de Bergman no cabía dentro de su mente superficial y les parecía algo aburrido.

Hace varios años Silvia posó desnuda para una revista y después realizó otro videoclip subido de tono junto a un famoso actor español del cine porno. Sin duda alguna Silvia no tiene límites y se atreve con todo… Pero a pesar de esa imagen impostada de cara a la galería, estoy seguro de que bajo su piel todavía sigue refugiada aquella intrépida chica de barrio rebelde e insurgente. Ojalá que en el fondo de su corazón aún permanezcan guardados todos aquellos discos de los Doors que escuchábamos juntos.

 

 

 

8

          Después de Silvia se cruzó Ruth por mi vida, y tengo que decir que ha sido una de las experiencias más intensas que he experimentado jamás... La vi por primera vez en un antro oscuro llamado La Cueva del Alquimista. Me la presentó Javi El Largo, un amigo de la pandilla fanático de los Beatles. Yo estaba charlando con alguien en la barra y Javi se acercó. «Hay una chica que quiere conocerte», me dijo al oído. Al principio pensé que era una broma, pero al cabo de unos segundos Javi regresó con Ruth y nos presentamos. «Me han dicho que escribes guiones de cine», susurró con timidez. Luego añadió: «A mí también me gusta escribir, pero relatos cortos. Me he apuntado a un taller de literatura...» No había terminado de hablar, cuando la interrumpí diciendo: «Si quieres ser tú misma, salte lo antes posible del taller. Allí sólo te enseñarán a escribir como los demás». Nos quedamos juntos charlando mientras bebíamos y la conversación se prolongó hasta la madrugada. Le conté mi pasión por el cine clásico de toda la vida; por aquellas irrepetibles películas en blanco y negro, desde El acorazado Potemkin, Metropolis, Nosferatu, El gabinete del doctor Caligari..., pasando por El ladrón de bicicletas, La ley del silencio, El séptimo sello, La piel suave, Psicosis, Repulsión, Manhattan, El cielo sobre Berlín... Salimos juntos de aquel garito y la acompañé hasta el búho en medio de una complicidad que se palpaba en el ambiente. Mientras hablábamos por el camino la observaba embelesado. Ruth era morena con los ojos castaños. Reflejaba una placidez en su rostro que transmitía sosiego. Su mirada era profunda e inteligente. Tenía la voz preciosa y serena.  Antes de despedirse, me dijo: «Eres una persona muy interesante». Creo que esa noche llegué a casa tropezando con todas las farolas que encontraba a mi paso... Días más tarde fuimos juntos al cine para ver Cinema Paradiso. En mitad de la proyección sentí que algo muy intenso estaba surgiendo entre nosotros. Dos horas después salí de la Filmoteca enamorado de ella y de la película. Recuerdo que acompañándola hacia su casa hizo un comentario sobre el argumento: «Es una historia nostálgica que critica a la nostalgia.» Y tenía toda la razón... Ruth era brillante en la apreciación de las cosas. Aquel comentario perspicaz tan sólo fue el inicio de un largo intercambio de conversaciones sugerentes… Al poco tiempo, casi sin darme cuenta, me encontré viviendo con Ruth en una buhardilla de Malasaña.

Esa etapa de mi vida fue realmente intensa. Juntos disfrutamos un montón de experiencias muy enriquecedoras. Viajamos mucho por España y nos gustaba acampar en los sitios más recónditos: Calatañazor, Pedraza, La Alberca, Pelegrina, Lesaka... Nunca olvidaré aquella noche de luna llena junto a la Laguna Negra donde se sinceró contándome todos sus secretos bajo un firmamento limpio y estrellado... Ruth y yo compartimos inquietudes artísticas en todos los terrenos. Planificamos entre los dos varios guiones de cine, algunos de los cuales recuperé con el tiempo. Ruth escribía bastante bien, aunque le faltaba constancia. Empezó una novela de intriga muy interesante sobre una niña que había sido emparedada en el interior de una iglesia durante la Edad Media. Le ayudé con algunas ideas, pero al final desistió de seguir con la historia. Decía que la escritura era una ardua tarea y que encima no estaba suficientemente valorada. Sé muy bien a lo que se refería. Juntar letras para construir frases puede hacerlo cualquiera, pero hilar línea tras línea hallando a cada momento la palabra precisa, ya es otra historia… Yo me reafirmaba en mi escepticismo respecto a los talleres literarios argumentando que las mejores enseñanzas están en las obras de autores clásicos, por encima de los consejos a menudo cargados de prejuicios que coartan tu espontaneidad como escritor. Si Kafka, Joyce o Cortázar hubiesen ido a uno de esos talleres, jamás se habrían escrito obras tan vanguardistas como La metamorfosis, Ulises o Rayuela… Le dije a Ruth que para mí escribir era cuestión de ritmo y equilibrio, pero sobre todo tener algo que decir y saber expresarlo bien. Un texto perfecto vacío de contenido puede resultar tedioso, y una buena idea mal reflejada es como perderse entre la niebla...  Aparte de su interés por la literatura, Ruth era actriz de teatro y actuaba de maravilla. Fui a verla ensayar un montón de veces en La Farándula. Su compañía representaba siempre en noviembre Don Juan Tenorio. Yo me emocionaba al contemplarla en escena con todo su talento a flor de piel.

Existía entre nosotros algo mágico; algo que traspasaba las barreras de lo mundano. Ruth ha sido la chica más especial que he conocido en toda mi existencia. Había dentro de ella un lado misterioso y enigmático... A veces parecía vivir inmersa en otra dimensión, como abstraída fuera de este mundo. Tenía un halo de tristeza en su mirada que me conmovía. Su padre murió cuando era pequeña y no pudo superarlo nunca. Recuerdo que le gustaba permanecer a oscuras en la habitación durante horas... Aunque cueste creerlo, Ruth tenía poderes paranormales. Desde pequeña era capaz de mover pequeños objetos como lápices o gomas de borrar. Podía incluso hacer saltar los plomos de la luz si se lo proponía… Estaba dotada de aquello que se conoce como telequinesia. No se puede negar que existía un aspecto lúgubre en su personalidad, pero todos sin excepción tenemos nuestros claroscuros. A medida que vas cumpliendo años, te das cuenta de que las cosas en la vida no son blanco o negro, sino que hay infinidad de matices que influyen en nuestro juicio hacia los demás. Ese radicalismo adolescente con el tiempo se va curando y tras la cortina de la ofuscación descubres que dentro de cada individuo hay mil contradicciones que se complementan a sí mismas, aunque en un principio no parezcan lógicas ni coherentes. El ser humano es demasiado complejo como para definir a cada persona con un solo adjetivo. Incluso hasta el hombre más insospechado nos puede sorprender, tanto para bien como para mal. Nadie en la vida podría imaginar jamás que el delicado Concierto para Piano nº 23 de Mozart era la pieza musical favorita de Stalin, con la cual se emocionaba profundamente en un alarde supremo de sensibilidad, incluso habiendo aniquilado sin compasión a veinte millones de personas durante su mandato en el poder. Nadie diría tampoco que tras el instinto cruel y sanguinario de Hitler, capaz de apilar con indolencia a miles de cadáveres en los campos de concentración nazis, se ocultaba un exquisito vegetariano que repudiaba todo tipo de carne y que además era un pintor de paisajes bucólicos. Nadie sospecharía que una mente tan cuadriculada como la suya pudiera diseñar ese simpático vehículo de aspecto rechoncho llamado escarabajo. Todos habríamos creído sin dudarlo ni un instante que la pieza favorita de Stalin sería Una noche en el Monte Pelado de Mussorgski, que a Hitler le encantarían los entrecots de carne poco hecha, que le importaría un bledo el arte y que habría inventado el más letal de los cazabombarderos… Pero el mundo tiene estas paradojas. Resulta impredecible saber cómo vamos a actuar a cada momento y en cualquier circunstancia de nuestra vida. Por eso no culpo a Estela de todo lo que pasó entre nosotros, aunque sí creo que al menos yo merecía una explicación frente a frente en vez de encontrarme una mísera y fría nota bajo el cenicero de murano. Tampoco la culpo de no ser capaz de venir a verme al hospital tras sufrir el accidente de coche, pero reconozco que a una parte de mí todavía le cuesta asimilarlo...

        Con el paso de los años mi relación con Ruth languideció. Nos fuimos distanciando y el amor que existía entre los dos se diluyó para siempre. Al poco tiempo de dejarlo, ella conoció al cantante de Mägo de Oz. Más tarde me enteré de que tuvo una hija con aquel tipo. Mi intuición me decía que no duraría demasiado con el cantante, y acerté. Poco después ya lo habían dejado. Quise recuperar su amistad, pero es tan difícil ser amigo de alguien a quien has amado... Quedan tantas cosas flotando en el recuerdo, tantas vivencias intensas compartidas... Quizás la mujer sea más dura que el hombre en ese sentido. Llegada a un punto en el cual atraviesa una línea, elude volver la vista atrás y no quiere saber nada del pasado.

        Nunca se me olvidarán unas palabras suyas cuando estábamos en pleno auge de nuestro amor. Ruth me susurró con voz suave: «Eres puro, tío». No sé exactamente a qué se refería, pero es lo más bonito que me han dicho en toda mi vida. Muchas veces me duermo con la letanía de esa frase revoloteando en mi cabeza para evadirme de la realidad que me ha deparado el destino entre estas cuatro paredes bajo las cuales me hallo prácticamente inmóvil.

 

 

 

9

         Durante algún tiempo estuve atravesando lo que podría definirse como una especie de barbecho emocional. Tras la ruptura con Ruth mis sentimientos se bloquearon y rehuía todo contacto femenino para evitar caer de nuevo en las garras del amor. Pero el destino escribe los guiones más caprichosos que cualquier narrador pueda imaginar y una vez más me puso delante otra aventura de la cual me fue totalmente imposible huir. Nunca he sabido si el universo se rige bajo las leyes de un determinismo férreo o si queda algo de margen para el azar, lo cierto es que algunas veces por más que intentes dirigir tus pasos en dirección opuesta a un camino, si la vida se empeña en llevarte hacia él, sin duda lo hará…

Aquellos meses posteriores a mi desamor con Ruth en los cuales yo me encontraba taciturno e insociable, un amigo cercano me pidió un favor al que no pude negarme a pesar de mi escasa disposición para ayudarle debido a mi estado anímico. En un par de semanas mi colega Enrique iba a recibir en Madrid la visita de una prima suya gallega que era gimnasta. Estaban a punto de celebrarse unos campeonatos en la capital y su prima Raquel formaba parte del equipo de gimnasia rítmica. Enrique Baena por aquel entonces andaba muy ocupado con un trabajo sobre leyendas escocesas y apenas tendría tiempo para atender a su prima. Raquel se iba a alojar en una residencia de atletas cercana a la Ciudad Universitaria. Enrique me pidió que por favor quedase alguna tarde con Raquel para hacerle más llevadera su estancia en Madrid entre sesión y sesión de entrenamientos antes del inicio del torneo. Tuve que acceder a su solicitud con bastante fastidio; el caso es que tiempo atrás él me había hecho muchos favores y darle una respuesta negativa habría sido muy poco ético por mi parte.

         El propio Enrique se encargó de preparar mi primer encuentro con Raquel citándonos a los dos en la heladería Häagen Dazs de Alonso Martínez. A pesar de mi absoluta desidia ante aquel compromiso, procuré tomármelo con filosofía viendo el lado positivo de la cuestión: nunca había tenido una cita a ciegas con una chica y eso podría darme pie a un futuro guión cinematográfico. Para que no hubiese lugar a dudas, Enrique me dijo que su prima Raquel estaría a las siete de la tarde en el Häagen Dazs tomando un barquillo de frambuesa y stracciatella, sentada en cualquier mesa de la heladería. Enrique me rogó que fuera puntual conociendo mi escasa disciplina a la hora de llegar pronto a las citas. Le pregunté la edad de su prima para poder afinar más en el momento de buscarla por las mesas. Me confirmó que tenía dieciocho años recién cumplidos.

         El mismo día de la cita Enrique me llamó a casa para asegurarse de si estaba al tanto del asunto en mi calendario. Sin duda hizo bien porque yo andaba enfrascado en los retoques de un guión al que no sabía cómo dar el desenlace y aquel encuentro con su prima era algo que había quedado totalmente relegado en mi memoria. De no ser por esa llamada oportuna creo que le habría dado plantón a Raquel. El caso es que tampoco llegué puntual pues me presenté allí pasadas las siete y cuarto. Al entrar en el Häagen Dazs hice un barrido con la mirada por las mesas, hasta que mis ojos toparon con un helado de frambuesa y stracciatella… Me quedé boquiabierto al contemplar la criatura que sostenía entre sus dedos aquel barquillo de dos bolas. Raquel era algo así como una princesa nórdica de los cuentos de hadas: rubia con trenzas doradas, la piel blanca, los ojos claros y las facciones perfiladas. Me acerqué despacio hasta su mesa ubicada en una esquina y me presenté sin dar crédito a aquella aparición celestial que tenía delante de mí. «¿Eres… Raquel?», pregunté. Entonces me contestó con un escueto «Sí» envuelto en una dulce sonrisa. A partir de esos instantes fui consciente de que el camino sosegado por el cual pretendía dirigirme en mi etapa de barbecho emocional confluiría sin poderlo remediar con el otro camino del que huía como gato escaldado…

Estuvimos charlando frente a frente mientras la observaba relamiendo el helado entre sus labios rojos y brillantes. Me puso al corriente de su actividad gimnástica y de todos los sacrificios que debía hacer para mantenerse en forma sin añadir a su figura ni un ápice de grasa. Me confesó que aquel capricho del helado era algo totalmente prohibido y ajeno al conocimiento de su entrenador. Lo cierto es que cuando se levantó para ir al servicio pude comprobar que sus medidas eran perfectas, por no decir embaucadoras… Unos insignificantes gramos de más bajo su piel no habrían afeado ese cuerpo esbelto que parecía haber sido tallado por el mejor de los escultores renacentistas. Raquel tenía una figura seductora y se movía con la elegancia propia de cualquier gimnasta, que siempre parece caminar frágilmente de puntillas.

Mientras me miraba a los ojos con el barquillo entre las manos, no sabía de qué manera tratarla: si como niña o como mujer. Cuando quería convencerme de que era una niña, me atravesaba con una mirada felina dándome cuenta de que no lo era. Pero cuando pensaba que tenía delante de mí a una mujer, algunos gestos infantiles delataban cierta inmadurez. Aquella primera tarde juntos en el Häagen Dazs permanecí oscilando sin cesar en mi mente subyugado bajo aquel pensamiento turbador. Y durante el resto de las citas siguió sucediéndome lo mismo. A veces me sentía paternal con ella dándole alguno consejo y otras ruborizado como un niño por sus encantos. Cuando me rozaba con su cuerpo o me cogía la mano para que la prestara atención, un ligero vaivén dulce y suave rondaba por mi cabeza... Voces irreconciliables acechaban sobre mi conciencia, haciéndome caer una y otra vez en la contradicción. De alguna manera sentía que le estaba fallando a Enrique, el cual había dejado su prima a mi cuidado; pero mi deseo por Raquel era cada vez más tentador e irresistible… Para agravar las cosas, empecé a intuir que había reciprocidad entre los dos. Durante todos esos días en los que nos citamos a solas poco a poco fuimos estrechando los lazos hasta que la atracción mutua surgió sin poder evitarlo. Entonces me di cuenta de que estaba caminando por un terreno peligroso sobre el cual era difícil mantener el equilibrio… Sabía que si en algún momento comenzase un idilio entre nosotros, todo se complicaría hasta provocar una situación realmente embarazosa. Mi amigo Enrique era un tipo con el corazón de oro, pero tenía unos arranques de mal genio insufribles producto de sus conflictos psicológicos en la infancia. Dudo que hubiera podido aceptar de buen grado una relación entre su prima y yo.

Por fin se celebró el campeonato de gimnasia en el Palacio de los Deportes al que asistí acompañado de Enrique. Y fue allí sentado en primera fila de las gradas cuando sucumbí de manera irremediable ante sus encantos… Comenzaron a sonar las notas de una pieza de Satie mientras ella giraba sobre sí misma como una peonza. Verla deslizarse por la pista al compás de la música con aquellos movimientos gráciles consiguió seducirme totalmente. Raquel inclinaba su cintura de manera sutil elevando las piernas con una flexibilidad propia de la mejor bailarina. Aquellas contorsiones imposibles del cuerpo y los jeribeques de sus brazos sosteniendo la cinta de colores era algo digno de contemplar. Su ejercicio individual fue calificado por los jueces con la máxima puntuación posible.

Tras la conclusión del torneo, el entrenador dio permiso a todas las gimnastas para salir a celebrarlo por el centro de Madrid esa misma noche. Ciertamente sentía pena al tener que despedirme de Raquel, pero por otro lado estaba orgulloso de haber sabido permanecer en mi sitio como un hombre sensato y responsable de sus actos. Al día siguiente la acompañé hasta la estación de tren todavía aturdido por la madrugada anterior en la cual el champán y la cerveza corrieron por todas partes. Entonces fue cuando antes de subir al vagón Raquel acercó sus labios a los míos y me besó. En aquel instante comencé a sentir ese ligero vaivén de los primeros encuentros, pero esta vez como si estuviera flotando entre nubes… Aquellos labios rojos que saboreaban el helado de frambuesa y stracciatella el día que la conocí se fundieron con los míos en un beso cálido y prolongado. Cuando el tren inició la marcha con destino a Ribadeo suspiré aliviado y me sentí orgulloso por no haber caído de lleno en la tentación.

Prometimos escribirnos para saber de nuestras vidas y así lo hicimos. Durante bastante tiempo mantuvimos la correspondencia de manera regular, aunque poco a poco las cartas se fueron distanciando en el calendario. De vez en cuando me venían a la mente algunos recuerdos suyos, hasta que llegó un momento en el cual me olvidé por completo de ella. Pero al cabo de los años mi amigo Enrique me llamó para decirme que Raquel iba a venir otra vez a Madrid y que quería verme. Al principio me pareció una broma; sin embargo, no lo era… Antes de citarme con ella, todos esos momentos vividos a su lado regresaron de golpe. Después de tanto tiempo separados por la distancia, aquello venía a ser como retomar el capítulo de un libro que había permanecido cerrado durante años. Debo reconocer que me hallaba muy inquieto por aquel reencuentro y más tarde pude comprobar que no era para menos… Quedé con Raquel en la piscina del lago de la Casa de Campo pues ya comenzaba la época estival y el calor apretaba con fuerza en Madrid. Al verla allí tumbada sobre la toalla con su bikini azul celeste volví a experimentar una sensación de asombro parecida a la que tuve cuando la conocí en la heladería, aunque esta vez no había lugar a dudas, tenía frente a mí a toda una mujer con sus curvas pronunciadas y la sensualidad rezumando a flor de piel. Raquel estaba más atractiva si cabe que seis años atrás… Permanecimos charlando durante horas tumbados sobre la hierba de la piscina evocando con ternura nuestros encuentros de antaño. Hablamos con nostalgia de aquellos agradables paseos que dábamos al atardecer por los jardines del Museo de América. Los dos disfrutábamos embelesados y abstraídos de todo lo que nos rodeaba… La intención implícita entre nosotros era algo así como querer solventar una asignatura pendiente que había quedado adormecida en el pasado.

Salimos de la piscina y fuimos de nuevo al Häagen Dazs para rememorar nuestra primera cita. Las mesas estaban ocupadas, así que decidimos llevarnos una tarrina de helado con la intención de tomarla en mi casa. Nada más llegar nos duchamos para quitarnos el cloro y en cuestión de segundos todo se desató… Al verla salir del baño con la toalla anudada a su cintura y los pechos desnudos, la tentación reprimida durante años brotó de golpe entre los dos. Las toallas cayeron al suelo en mitad del pasillo y nos fundimos en un abrazo pasional. Estar rodeado de ese cuerpo esbelto me trajo de nuevo aquel dulce vaivén de otros tiempos, pero esta vez totalmente desbordado por la excitación. Sentir su piel fresca y suave pegada a la mía me pareció como un sueño en aquellos instantes… Nos besábamos de pie con fuerza devorando nuestros labios enrojecidos por la avidez del deseo. Su lengua se movía en mi boca con una calidez que me hizo subir la temperatura en cuestión de segundos. Empujado por una especie de instinto animal, saqué del frigorífico la tarrina de helado y la llevé a la habitación. Humedecí todo su cuerpo con frambuesa y stracciatella ante el deleite de Raquel, que se dejaba hacer tumbada sobre la cama con los brazos extendidos. Relamí su piel con mi lengua desde los hombros desnudos hasta sus muslos mojados. Las gotas de helado resbalaban por los pechos y las caderas mientras ella gemía entre suspiros. Su vientre temblaba bajo mi lengua con pequeños espasmos que arqueaban su cintura. Al final me detuve en su pubis afeitado que parecía una fruta madura a la espera del placer. La sensación de esos instantes era algo parecido a la de abrir el cofre de un tesoro que acababas de descubrir… Aquella noche hicimos el amor como dos criaturas salvajes que hubieran permanecido sumidas durante siglos en un encierro eterno.

Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando a punto de amanecer Raquel confesó entre lágrimas algo que me dejó perplejo. Dos meses más tarde iba a casarse… Yo no sabía de qué manera reaccionar. Esa revelación inesperada parecía un relato surrealista. Tras vivir todos esos momentos mágicos durante la noche aquella noticia fue como un jarro de agua fría. No hubo tiempo para aclarar las cosas ya que ese mismo día por la mañana Raquel regresó a Ribadeo. A las pocas semanas me llegó una carta en la cual se sinceraba totalmente conmigo. Decía que aquella experiencia en el pasado junto a mí la había marcado.  Verme de nuevo hizo brotar algo muy fuerte en su interior. Raquel me insinuó que si yo se lo pedía anulaba el compromiso… Por unos instantes creí enloquecer. Otra vez me veía envuelto en un buen lío con ella seis años después. En esta ocasión no se trataba de la edad, pero no dejaba de ser un asunto complicado. Contesté a su carta diciéndole que estaba cometiendo un error; que quizás en la distancia me había idealizado en exceso distorsionando la realidad. Por lo demás, le hice ver que su actitud me parecía una huida hacia delante provocada por el miedo a enfrentarse a aquella decisión tan seria que había tomado con su novio. Sé que la herí el orgullo, pero yo no quería ser partícipe de un drama conyugal arruinando una relación de pareja que ya tenía fecha de boda… Decidí quedarme con el recuerdo de aquella noche en la cual nos amamos por primera y última vez con toda la pasión del mundo.

 


 

10

Después de mi insólita aventura con Raquel tuve uno de esos amores fallidos que lamentas para siempre... A veces la vida se empeña en dificultar las cosas hasta el punto de poner trabas a cada momento para que no consigas tus objetivos. Y eso fue lo que me pasó con Alejandra. La conocí en una fiesta al aire libre en un chalet junto al parque de la Fuente del Berro. Enseguida congeniamos y estuvimos conversando un buen rato mientras bebíamos una infusión de té con flor de azahar. Alejandra era una bailarina de danza árabe que tenía un carisma especial. Había en su personalidad un halo exótico que la hacía irresistible... Cuando terminó la fiesta, varias de sus compañeras de la escuela de danza le pidieron que actuase bailando con música oriental. Alejandra accedió y todos pasamos dentro de la casa para contemplar el espectáculo. La anfitriona colgó una sábana blanca bajo el techo del salón entre el público y la bailarina. En el suelo situó un flexo enfocando hacia arriba y eligió una música adecuada para la danza del vientre. Luego encendió varias ramitas de sándalo hindú que esparcían una fragancia dulce y embriagadora. Los que aún permanecíamos allí tras la fiesta nos quedamos sorprendidos... Alejandra empezó a contonearse moviendo las caderas en una especie de trance propiciado por la música arábiga. Nosotros tan sólo veíamos su silueta reflejada en la sábana blanca como si aquello fuera una representación de sombras chinescas. Su cuerpo y su largo cabello negro se dibujaban sobre la tela con toda la sensualidad del mundo. Los brazos serpenteaban entrelazándose con movimientos que hacían girar sus manos de manera sinuosa igual que una cobra encantada...

Tras presenciar aquel baile tan sugerente me quedé prendado de Alejandra y tuve la fortuna de iniciar una amistad enriquecedora con ella. A decir verdad, lo que había entre nosotros era algo más especial que una simple amistad... No hacía falta ser muy observador para darse cuenta de que saltaban chispas por la atracción que surgía al estar juntos. Pero la realidad es que ella tenía novio desde hacía tiempo y su relación parecía bastante sólida, aunque él vivía lejos de Madrid y eso era algo que acusaban en su armonía como pareja. El caso es que cuando yo la preguntaba cómo le iba con David, ella siempre me decía que muy bien. Aquella respuesta suponía una barrera infranqueable en mis pretensiones con Alejandra. Sin embargo, mi intuición me decía que algo no cuadraba entre ellos pues su actitud conmigo a menudo era persuasiva y seductora. Con su manera de tratarme Alejandra provocaba que mis sentimientos deambularan perdidos por un laberinto del cual no sabían salir. A última hora de nuestras citas cuando el alcohol nos inundaba por completo yo notaba que había deseo en su mirada... Entonces me sentía confundido y tenía que hacer verdaderos esfuerzos para reprimir la libido. Cuando nos despedíamos en la parada del autobús miraba sus labios deseando besarlos, pero no quería interferir en su relación con David por nada del mundo. Ya había tenido suficiente con la experiencia de Raquel y no me cautivaba en absoluto presentarme como segundo plato de nadie.

Más adelante supe que no todo era un camino de rosas entre David y Alejandra. Él la era infiel con otras mujeres y ella lo sabía, aunque yo me enteré de eso mucho más tarde, cuando el tiempo de la atracción mutua se había marchitado. Sin duda Alejandra esperaba que yo diese un paso hacia delante demostrándole mi amor, pero su noviazgo con ese chico me cohibía, sobre todo por decirme siempre que les iba muy bien. Su actitud ambigua fue lo que por desgracia impidió que tuviésemos un bonito idilio entre los dos. Alejandra y yo vivimos lo que en términos cinematográficos se definiría como una tensión sexual no resuelta… Al menos me queda el consuelo de saber que el baile de aquella fiesta nocturna me lo había dedicado a mí, según me confesó tiempo después. Ahora aquí, postrado sobre la cama, pienso en lo maravilloso que es el hecho de poder transmitir sensaciones con la expresión del cuerpo en movimiento… Perdidos en algún lejano rincón de mi memoria, los brazos estilizados de Alejandra todavía serpentean al ritmo cadencioso de una música oriental.

Aquel fue un amor fallido y lo lamenté durante mucho tiempo, pero al menos cada cual pudo seguir su camino en busca de otros derroteros. Por desgracia no puedo decir lo mismo de mi dramática experiencia con Laura, otro amor fallido que el destino se empeñó en cercenar y que al final terminó en tragedia… Conocí a Laura en una emisora de radio donde yo solía ir a colaborar en un programa de Rock Progresivo. Por aquel entonces comenzó a emitirse en Radio Kaos un programa nuevo llamado En un segundo. La voz dulce y sensual de la locutora te embaucaba por completo. Su manera de expresarse íntima y sugerente, sus palabras profundas y cálidas, su música envolvente y evocadora, recreaban una atmósfera que lo volvía todo mágico y atractivo. Durante los sesenta minutos que duraba la emisión te imbuías en una burbuja sonora de la cual no querías regresar ya nunca más… Desde un principio quise poner rostro a esa voz que volaba por medio de las ondas penetrando en mi casa todas las noches. Pero aquella chica enigmática hacía su programa y luego desaparecía sin que nadie en la emisora supiese quién era.

Pasaron los meses de invierno, hasta que un sábado a finales de marzo Radio Kaos organizó una fiesta para conmemorar su vigésimo aniversario en antena. Fui invitado al evento en el cual todos los locutores hicieron acto de presencia. Con mi cerveza en la mano, apenas prestaba atención a las conversaciones de turno que se terciaban en aquella celebración. De reojo miraba de un lado a otro intentando adivinar la silueta de la nueva locutora de Radio Kaos. Pasaba el tiempo y no se atisbaba su figura por ningún lado. Transcurrían las horas y al final pensé que no vendría. Resignado, pedí la quinta cerveza procurando olvidarme de ella. Entonces de repente apareció Laura con su vestido rojo. Ahí la tenía, frente a mí... Supe al instante que era ella por la sensualidad de su voz. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de punta a punta. Por primera vez pude contemplar esos labios sensuales a través de los cuales salían sus palabras en mitad de la noche. Recuerdo que Laura iluminó la estancia con su sonrisa. Su personalidad era totalmente seductora… Después de la fiesta varios locutores de la emisora nos fuimos al Cocodrilo Rock Bar, un garito regentado por el cantante de Burning. Poco a poco, sin apenas darme cuenta, me fui enredando en los encantos de Laura. Horas más tarde nos volvimos solos en el Metro. Atento a su conversación y embelesado por sus labios, las estaciones pasaban una tras otra sin importarme. La única estación donde yo quería bajar tenía el nombre de Laura. Sin duda caí rendido ante la voluptuosidad de aquella locutora enigmática…

Estuvimos varias semanas sin vernos, aunque la escuchaba puntualmente todas las noches cuando iniciaba su programa en la radio. Aquellos momentos nocturnos eran un refugio de evasión para mí; una burbuja en mitad del bullicio insufrible de la urbe. Por aquel entonces Laura era el centro de atención donde rondaban todos mis pensamientos. Entre su voz sensual y la incipiente primavera mis deseos se habían desatado de manera incontrolable. Durante todo aquel tiempo Laura y yo nos intercambiamos emails y a veces sus respuestas ambiguas me confundían: «¿Qué tal, Laura?», le escribía. «Yo estoy muy descentrado con este tiempo primaveral. Por un lado, apetece el sol radiante; pero por otro, se agradecería un poco de lluvia.» Y ella me contestaba: «Estate tranquilo… Seguro que aparecen las tormentas no tardando mucho. Es lo que tiene la primavera…» ¿A qué se refería con esa expresión? ¿Era algo literal o escondía un sentido metafórico? El deseo me empujaba a creer que se trataba de lo segundo…

Lo cierto es que estaba ansioso por verla de nuevo. Ya no me satisfacía el mero hecho de escuchar su programa en Radio Kaos. Oír su voz a través de las ondas resultaba insuficiente para mí, necesitaba sentirla en tres dimensiones… Y por fin un día quedamos en la Casa de Campo para dar un paseo. Enseguida la conexión entre nosotros fue absoluta. Recuerdo que Laura caminaba despacio, como si para ella el tiempo no existiera… Eso me encantó. En estos tiempos de trasiego encontrar una persona capaz de detenerse a contemplar un pájaro posado en la rama de un árbol era algo insólito, pero ella lo hacía con toda la naturalidad. Estuvimos sentados frente al lago charlando sin prisas. Hablamos mucho de música y yo le recomendé algunos discos imprescindibles del Rock. Un par de horas después atravesamos la Casa de Campo en dirección a la Puerta del Ángel donde ella vivía. Laura me invito a comer en su piso y allí preparamos unos espaguetis a la carbonara mientras escuchábamos Radio 3. Luego hicimos unas infusiones de poleo y empezamos a charlar en su habitación mientras uno tras otro iban sonando los discos de su estantería. Recuerdo que en las paredes tenía puestas varias fotos de Patti Smith y PJ Harvey. Sobre la cama había un póster de la película Quadrophenia. Me dijo que con veinte años decidió irse una temporada a Brigthon para rememorar el ambiente de los Mods.

 Aquella tarde Laura y yo conversamos de lo humano y lo divino hasta el amanecer bajo la luz de las velas. Con ella tenía la sensación de conocernos desde siempre, como suele suceder con las personas que conectas cuando surgen afinidades. Todo eran buenas vibraciones entre nosotros... Me confesó que nunca llegó a conocer a su padre y que aquello fue un hecho que le marcó de por vida. Eso me acercó a Laura de forma inmediata. Verla sincerarse ante mí de aquella manera entrelazó nuestros sentimientos. Por unos instantes pasó por mi mente una cita de Bukowski: «Me gustan las personas desesperadas, con mentes rotas y destinos rotos. Están llenas de sorpresas y explosiones. Me encuentro bien entre marginados porque soy uno de ellos.» La consolé diciendo que el hecho de conocer a tu padre no garantizaba nada; que mejor no haberlo conocido nunca que conocerlo si resultaba ser un tirano como sucede en muchas ocasiones. Eso sí que era una verdadera lacra y una tortura psicológica. Le dije que en mi caso todo lo bueno que tenía lo había heredado de mi madre y todo lo malo de mi padre. En un momento dado hablamos de la muerte, del misterio por saber qué habría al atravesar el umbral... También charlamos acerca de los libros de Castaneda llegando a la conclusión de que en la sociedad lo mejor es vivir en tu burbuja para protegerte de toda la inmundicia que nos rodea... Aquella entrañable madrugada me despidió en la puerta con un abrazo sentido que nunca olvidaré y que todavía siento en mi costado. Desde ese instante me enamoré profundamente de Laura. De la noche a la mañana se convirtió en una obsesión flotando sobre mis pensamientos. Algunos días después, me encontré con este email en mi correo: «Me encanta haberte conocido. Eres sincero, interesante, amable, inteligente, sensible y creativo. He empezado a escuchar algunos de los discos que me has recomendado.»

Estuve varias semanas flotando entre nubes… hasta que de repente sucedió algo imprevisible. Laura me escribió diciendo que tenía que dejar el piso en la Puerta del Ángel, que si no me importaba que pasase una temporada en mi casa. Por supuesto le dije que sí, aunque me invadió la incertidumbre al pensar cómo iban a desarrollarse los acontecimientos. Desde el primer día en que se instaló conmigo estaba impaciente por que apareciesen tormentas de deseo precipitándose sobre nuestras cabezas… Sin embargo, Laura me gustaba tanto que era incapaz de reflejar nada acerca de mis sentimientos. Una especie de extraño pudor bloqueaba mi naturalidad haciéndome sentir inseguro. Eso era algo que solía sucederme cuando una chica me llegaba al corazón. A menudo no podía evitar mostrarme torpe y vacilante.

En aquellos días de convivencia en mi piso Laura empezó a interesarse por la literatura. Ella escribía relatos cortos y después yo los corregía retocando su estilo, añadiendo frases o haciéndole sugerencias sobre el argumento. Por las noches solíamos ver películas de vídeo como si fuera un ritual. Pasaban los días y yo no me decidía a expresarle mis sentimientos. Solamente era capaz de compartir con ella momentos de la pantalla como si fuesen nuestros. Recuerdo que observaba sus gestos ante las escenas que iban surgiendo frente al televisor. Al terminar las películas nos gustaba comentar nuestras impresiones acerca de la trama o de los personajes. Nada más ver Jules et Jim de Truffaut tuvimos una conversación intensa sobre los triángulos amorosos y las parejas; sobre hasta qué punto la fidelidad debía prevalecer en una relación y si debía acotarse el deseo en pos del compromiso al que nos obligaba la vida conyugal, dando por hecho que una relación era un acuerdo de mutua posesión física y moral imperturbable. Durante nuestra etapa de convivencia todo siempre se basaba en la teoría; yo era incapaz de dar un paso más allá que pusiera en evidencia lo que sentía por Laura… Pero ante mi sorpresa fue ella la que se insinuó una noche cuando menos me lo esperaba. Acabamos de ver Matrimonio de conveniencia, una delicia de film protagonizado por ese ángel llamado Andie McDowell y el indómito Gerad Depardieu. Tras comentar nuestras sensaciones acerca de la película decidimos ir a mi habitación para escuchar un poco de música. Recuerdo que estaba sonando Father and Son de Cat Stevens. Laura me dijo que solía ponerse esa canción desde la adolescencia cuando tenía que tomar decisiones importantes en la vida. Le dije que para mí Cat Stevens era un icono, que sus discos Tea For the Tillerman y Teaser and the Firecat eran dos joyas de los años setenta. Estábamos sentados en el sofá imbuidos en la música, cuando de repente me susurró con su voz persuasiva: «Todavía no he probado tu cama…» Me quedé atónito. Ahí lo tenía: el deseo frente a mí al alcance de la mano… Pero no supe decir nada. Solamente sonreí con cara de circunstancias sin mover un solo músculo de mi cuerpo. No sé si aquella actitud de pasividad ante sus palabras resultó ser algo ofensivo para ella; lo cierto es que dejé escapar una oportunidad que ya nunca jamás se volvió a repetir.

Poco tiempo después Laura me dijo que había decidido volver a Valencia con su familia; que iba a mudarse de mi apartamento en unos días. Aquello me dejó totalmente frustrado. «Estás segura?», le pregunté incrédulo. «Sí, totalmente segura», respondió tajante. Al decirlo, me miraba como insinuando: «Tuviste tu oportunidad y la has desaprovechado…» La verdad es que no resulta fácil para un chico adivinar cuál es el momento adecuado en el que debes mostrar abiertamente tus intenciones. Si te precipitas puede resultar grotesco y se pierde el encanto de la incertidumbre, pero si por el contrario te demoras puede llegar a parecer una muestra de desdén hacia la otra persona. No son buenos ninguno de los dos extremos, ni un exceso de ímpetu ni una pasividad prolongada. Hay que saber hallar el equilibrio entre los dos puntos, aunque no siempre es fácil manejar esos tiempos. Lo cierto es que yo en esta ocasión no había sabido manejarlos… «¿Volverás?», pregunté casi con miedo. Laura me cogió las manos y susurró con voz dulce: «Seguro que nos volvemos a ver en algún momento; quizás regrese a Madrid más adelante. Mientras tanto, podemos escribirnos.» Antes de irse me comentó que quería seguir con la literatura; que tenía algunas historias rondándole por la cabeza. Y así fue cómo en la distancia empezamos a preparar juntos sus relatos. Ella esbozaba alguna idea y luego me enviaba por email un borrador de la misma. Yo le aconsejaba en los adjetivos, el tono y la construcción de las frases retocando todo lo necesario para darle fluidez a la narración. «Aquí tienes el relato para que lo revises», me decía por email. «¡No sé qué hacer! Me subo al tejado para ver si me inspira...» Recuerdo que al principio sus textos eran armoniosos y espontáneos, pero con el paso del tiempo fueron derivando hacia tesituras más turbias y farragosas. Al final empecé a preocuparme seriamente…  Algunos de sus escritos eran desoladores; provocaban un tremendo desasosiego:

«Me observo en el espejo de la pared. Las piernas apenas me sostienen. Me veo tan frágil y me siento tan débil... Permanezco inmóvil contemplando mi reflejo: mi cabello enmarañado deja entrever mis hombros. Mis pechos se transparentan a través del camisón que antes me sentaba bien. Soy una figura transformada en un espectro con el paso del tiempo... Examino mis ojos que me escrutan y me desafían. Siento no ser yo la que mira fijamente desde el fondo de mis pupilas… ¿Quién es ésa que me devuelve la mirada con desprecio, que va vestida igual que yo, que imita mis movimientos y escudriña mi alma?

El ánimo y el empuje duran tan sólo un instante, un pensamiento; luego vuelvo al inframundo… Me rindo, me castigo... El ascensor del infierno me conduce una y otra vez al aislamiento, al mutismo, al sufrimiento... Los oídos me zumban como el viento que hace enloquecer. Un pitido penetrante se apodera de mi cabeza clavando agujas afiladas en lo más profundo de mi mente perturbada. Estoy harta de luchar contra mí; contra esa parte que me va devorando por dentro.»   

De repente Laura dejó de enviarme emails y eso me extrañó muchísimo. No quería molestarla intentando comunicarme con ella, aunque no dejaba de preguntarme cómo se encontraría. Permanecí a la espera por no importunarla, pero me sentía realmente inquieto. Ese texto desnudo reflejaba el sufrimiento de una persona abatida en lo más profundo de su interior. Leer aquellas palabras tan desalentadoras era algo que traspasaba el corazón de cualquiera. No cabía la menor duda de que su estado de ánimo estaba por los suelos… Al cabo de las semanas recibí un email que me hizo sentir más intranquilo todavía por lo escueto y desesperanzador del mensaje: «Me siento perdida y vacía.» Esa frase era devastadora... Tras aquellas lacónicas palabras, se hizo el silencio absoluto. Una oscura premonición invadió todos mis pensamientos. Algo de mí presentía lo peor… Lo cierto es que no me atrevía a escribirla y menos a marcar su número de teléfono.

Al cabo de algunas semanas un amigo de la emisora me llamó diciendo que tenía que hablar conmigo. Colgué el teléfono sintiendo un nudo en el estómago. Aunque no me dijo nada en concreto, por el tono intuí que se trataba de algo fatal. Quedé con él en un bar y por fin me lo contó. Laura se había suicidado. Se tiró desde el mismo tejado donde a veces subía para inspirarse. Allí decidió poner punto y final a la historia de su vida. No se despidió de nadie. Se duchó por la mañana en silencio y subió a la azotea. Una cascada de ilusiones rotas se precipitaron al vacío. En un segundo, como su programa, todo terminó para ella… A partir de ese momento mi percepción de la vida dio un giro de ciento ochenta grados. Jamás volví a sentir las cosas como antes de su muerte. Una crisis existencialista invadió por completo mi apreciación de los valores en este mundo. Cada escena cotidiana me parecía trivial e insignificante. Todo lo que hacía moverse a la humanidad para mí era un completo despropósito sin sentido alguno.

A menudo recuerdo aquel día en su casa hablando de la muerte en la penumbra de la noche... Que Laura haya traspasado el umbral de la vida para habitar en otra dimensión es algo que me supera por completo. Ya nunca nada después volvió a ser igual para mí.

 

 


11

        Tras aquel brutal revés del destino Estela apareció inesperadamente en mi vida. Por aquel entonces yo pensaba que ya nada sería capaz de estimular nunca más mis sentidos; que después de esa dura experiencia vital quedaría sumido para siempre en el limbo alejado de cualquier iniciativa mundana que se presentara frente a mí; pero ella fue capaz de ponerme de nuevo en pie tras aquella profunda crisis existencialista... Estela era una aprendiz de pintora que había hecho la carrera de Bellas Artes en la Universidad Complutense. Nos tropezamos en su facultad mientras yo pinchaba en el corcho de la entrada un anuncio para guionistas y dibujantes de cine. Se interesó por un curso de iniciación sobre storyboards y la invité a tomar un café en el bar de la facultad para comentarle de qué iba todo.  El flechazo fue inmediato. Una vez más el arte me unía a una mujer. Si Ruth me ayudaba con el borrador de mis guiones, Estela era capaz de dibujarlos sobre el lienzo. Eso me cautivó. Eso, y la bondad que reflejaba su sonrisa. Todavía quedaban lejos aquellos ramalazos temperamentales que más tarde tuve ocasión de descubrir. Lo cierto es que había en Estela una fragilidad que me enternecía. Era un ser humano a quien de alguna manera te sentías en la obligación de proteger. Cuando estaba triste parecía como una doncella elfa bella y desvalida… Durante la infancia tuvo problemas de convivencia que afectaron a su vida para siempre. Su padre era un alcohólico incurable que maltrataba sin piedad a toda la familia. Estela sufrió mucho por ello. Quizás fue lo que le estimuló a refugiarse en el arte como catarsis para curar aquel trauma. Desde pequeña dibujaba montada a lomos de su imaginación creando obras que emocionaban al que las contemplara.

Cuando dos personas están a gusto juntas de forma sincera las cosas fluyen con naturalidad y el mundo se convierte en algo maravilloso… Recuerdo que nos levantábamos por la mañana y tras el desayuno poníamos música clásica. Mientras Mozart sonaba en la estancia inundándolo todo de alegría, ella perfilaba una figura fantástica sobre el caballete y yo construía relatos de suspense en un bloc de notas. Era estupendo darle ideas acerca de la composición de un lienzo y que ella opinara sobre algún pasaje de mis guiones o me sugiriera nuevas frases para los diálogos. Los unicornios y las hadas de sus bosques encantados se entremezclaban con mis personajes oscuros de los bajos fondos. Sin duda Estela y yo formábamos un tándem artístico perfecto.

Tengo infinidad de recuerdos en mi cabeza junto a Estela, algunos alegres, otros no tanto... Fueron diez años de compartir nuestras vidas hasta aquella noche de principios de verano en la que encontré esa triste nota sobre el recibidor. Todavía siento en mis manos el tacto del papel y la sensación de mis ojos extraviados releyendo palabras que me condenaban para siempre a la soledad. No lo podía creer... Lloré sin consuelo durante toda la madrugada tumbado sobre la cama empapando las sábanas de lágrimas. Diamanda se acurrucaba junto a mí sin saber qué me pasaba. Hundía su hocico bajo mi rostro y lamía mi cara humedecida. Así permanecí toda la noche hasta que la luz del amanecer empezó a clarear la habitación. Bajé todas las persianas de la casa y estuve encerrado sin salir a la calle durante varios días. Sentía como si el techo se hubiera desplomado sobre mi cabeza. Deambulaba a oscuras por el pasillo igual que un zombi recién salido de su tumba. Encendía velas y me sentaba en el suelo mirando fijamente la pared blanca mientras consumía uno tras otro mis cigarrillos sin filtro. Era capaz de permanecer en silencio durante horas observando las sombras oscilantes que la luz de la llama proyectaba sobre el tabique. Poco a poco tuve que acostumbrarme al espacio vacío de la cama. A veces me despertaba en mitad de la noche abrazando la nada... La almohada se convirtió en mi único consuelo para no sentirme desolado en la oscuridad. En mitad de aquellas noches interminables de insomnio me abrazaba a ella con fuerza.

Permanecí durante dos semanas aislado del mundo rumiando mi tristeza y mi incredulidad. Al principio tan sólo era capaz de levantarme para hacer café o para ir al baño. La simple idea de pensar en prepararme algo de comer me producía náuseas. Al cabo de varios días me di cuenta de que antes o después tendría que hacer un esfuerzo para bajar a la calle a comprar tabaco en el estanco. Lo que más sentía era transmitirle mi sufrimiento a Diamanda; sin duda captaba mi estado anímico y yo era incapaz de disimularlo.  La gata se acurrucaba a mi lado en la cama intentando llenar el vacío que había dejado Estela. A veces se pasaba las tardes enteras maullando sobre el alféizar de la ventana esperando el regreso de su ama. Pero Estela nunca regresó. Y Diamanda empezó a dejar de comer. Le dio por meterse debajo del sofá días enteros sin salir de allí. Había temporadas en las cuales se escondía desapareciendo durante una semana. Estaba convencido de que Diamanda ya no quería vivir y yo entendía esa actitud como si fuera algo mío pues también la compartía. Aquel sentimiento de vacío infinito en el corazón era un dolor incrustado en lo más profundo que te iba destrozando el alma. Durante aquellos días pude comprender lo que debe sentir una persona mayor al perder a su pareja. Cuando muere alguien que ha permanecido junto a ti durante décadas sabes que la mitad de tu vida se va también con esa persona. Resulta ser algo que ya no tiene remedio... Con veinte años es inconcebible que te plantees eso ni de lejos. Con treinta años tan sólo es cuestión de superarlo y mirar hacia adelante. Con cuarenta años, incluso con cincuenta, todavía tienes la esperanza de rehacer tu vida y reponerte de una pérdida tan dura. Pero cuando ya eres un anciano das por hecho que parte de ti se va con aquel ser y lo único que deseas es poder reunirte con él en algún lugar.

Por fin una tarde haciendo un esfuerzo bajé a la calle para comprar varios cartones de tabaco y latas de comida. Aquella misma noche guardé en varias bolsas todas las pertenencias de Estela que aún quedaban por la casa.  Las metí revueltas en un armario mientras lloraba sin parar. Luego quité la foto ampliada que tenía de ella en la pared. Durante años estuvo sobre el cabezal de la cama. Muchos días de mi vida fue la primera imagen que contemplaba al subir la persiana nada más despertarme. Aquella foto era preciosa. Estela aparecía de pie asomando la mitad del cuerpo desnudo tras el marco de la puerta mientras se insinuaba... Recuerdo que le hice una sesión con la luz del atardecer entrando en nuestro dormitorio. Colgué sábanas azules en las paredes para darle un aspecto de jaima al ambiente. No hizo falta esfuerzo alguno por mi parte. La belleza de Estela se reflejó sobre el papel en aquellas imágenes eróticas. Sus cabellos rubios se tornaban dorados con los rayos del sol. Sus ojos azules brillaban intensos reflejando una mirada persuasiva. Su cuerpo desnudo sobre la cama transmitía toda la sensualidad del mundo. Sus pechos y su sexo se insinuaban entre las sábanas como un manjar prohibido que sólo pertenecía a los dioses.

Al final decidí quitar la foto de la pared al empezar a darme cuenta de cómo afectaba a mi estado mental. Cada vez con más frecuencia dirigía mi mirada hacia ella reprochándole su manera de irse. «Me merezco algo mejor, ¿no crees?», le increpaba con los brazos en jarra. «Me dejas tirado como a una colilla y ni siquiera eres capaz de llamarme para preguntar por tu gata». Pasaba horas enteras en la habitación discutiendo con la foto. Sin duda aquel era un comportamiento enfermizo... Tenía que arrancar de mi corazón los recuerdos de Estela y para ello resultaba imprescindible deshacerme de los objetos que nos unieron durante el pasado. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de que aun ocultando todas sus cosas mi mente siempre se deslizaba por algún resquicio para seguir teniéndola presente. De nada sirvió quitar aquella foto y esconder el resto. Mi cerebro utilizaba recursos que escapaban a mi propia voluntad induciéndome a recordarla. Era obvio que el pasado tenía mucho más peso que aquel presente tan desolador… Al menos de aquellos lúgubres meses surgieron las mejores poesías que he escrito en mi vida. No se lo merecía, pero todas llevaban el nombre de Estela.

Lo curioso del amor es que cuanto más intensamente quieres, más te duele. Sí, a veces amar duele, igual que cuando respiramos el oxígeno más puro nos inflama los pulmones. Pero si duele amar es porque sentimos, y si sentimos es porque estamos vivos. Para qué vivimos, eso ya no lo sé, pero mientras vivamos es mejor sentir, aunque duela...

 


 

12

         Durante aquel terrible verano me refugiaba en las canciones que solíamos oír juntos, aunque sólo ponía en el tocadiscos las más tristes. Las que estaban repletas de alegría y vitalidad me hacían un daño infinito. Guardé en el fondo del armario todos esos discos de los Beatles que tantas veces disfrutamos juntos en otros tiempos rebosantes de felicidad... Prefería escuchar cualquier letra con sabor a derrota que estuviera en consonancia con mi estado anímico. El Muro de Pink Floyd pasó a ser mi disco de cabecera durante aquella etapa infernal. Incluso llegué a pensar en raparme la cabeza como el protagonista de la película… De manera obsesiva ponía una y otra vez temas de cantautores que hablaban de ruptura, desamor y nostalgia. Había una canción que no dejaba de escuchar todas las noches tumbado sobre la cama mientras un montón de cigarros a medio terminar rebosaban sobre el cenicero de murano:


                Si la vida entera has buscado un gran amor

                y si has llorado sin esperanzas de encontrar a alguien,

               debes saber que yo también anduve solo

               sin tener a quien pudiera entregarle mi cariño.

               Si en tu calle no crecen flores y todo es tristeza,

               si cada día buscas amor y quieres ser feliz,

               debo decirte que mi corazón también lo desea

               y mis ojos, cansados de llorar, quieren reír...


         Me costaba aceptar que Estela ya nunca volvería a ser mía. Todo el rencor que fui acumulando por aquella cobarde huida no impedía que la echase de menos... Echaba de menos poder compaginar nuestros trabajos, opinar sobre un dibujo suyo y que ella opinase de mis diálogos en los guiones. Echaba de menos ver juntos una película de Bergman, de Truffaut, de Polanski, de Rohmer, de Woody Allen... Echaba de menos estar tumbados en el sofá oyendo música suave y que me acariciase el pelo o me hiciera cosquillas en la espalda... Ahora reniego por completo de esa estúpida discreción acerca de mis sentimientos hacia ella. Si llego a saberlo la habría besado mil veces por la calle, en el autobús, en el cine, en el portal, en la sala de espera del médico, donde fuera...

        Buscando cosas suyas por los cajones aparecieron algunos papeles que me partieron el alma. Encontré una lista que hicimos de las cosas que debíamos mejorar los dos para nuestra relación. Qué triste releer aquellos propósitos incumplidos... También había una antigua carta que Estela me envió hace mucho tiempo. Recuerdo que la recibí tras una ruptura temporal. Fue aquella vez que nos peleamos y estuvimos sin vernos durante varios meses. Nunca en la vida me han vuelto a escribir algo tan bonito:

Echo de menos tu boca, tu cuerpo, tu sinceridad, tus besos, tu espalda, tu voz, tus parques, tu risa, tu pelo, tu cama, tus abrazos, tus palabras, tus cintas de música, tus discos, tu suavidad, tu encanto, tu despertar, tus dibujos de ratones, tu mirada, tu personalidad, tus paseos en coche, tu sentido del humor, tu compañía, tus labios, tu lengua, tu sensibilidad, tu pasión, tu perfil, tus noches, tus manos, tu conversación, tu desnudo, tus consejos, tu olor, tu deseo, tu piel, tu cariño...

Te quiero

Estela

         Aquellas palabras me dolían en lo más profundo. Habría dado un brazo por recibir otra carta parecida en esos momentos de amargura. Pero nunca llegó nada a mi buzón desde que ella se fue aquel día…

El verano más triste de mi vida terminó y yo intentaba recuperar la normalidad como podía. Continuaba pensando en Estela, aunque de una manera mecánica. Por pura inercia mi sentimiento de dolor seguía vigente, pero mucho más reposado.

Había conseguido salir a la calle de manera regular, cuando un nuevo revés golpeó mi estado de ánimo. Lo recuerdo como si fuera ahora mismo… Tras dar un largo paseo divagando con mis pensamientos regresé a casa lánguido y taciturno. Al abrir la puerta me extrañó que la gata no saliera a recibirme. Entré en el piso extrañado y me puse a buscarla por todos lados. «Diamanda, bonita. ¿Dónde estás?», repetí varias veces sin respuesta. Al final la encontré en un rincón de mi cuarto hecha un ovillo sin apenas moverse. Aquella tarde Diamanda dejó de existir. Yo sé que murió de tristeza, lo sé... La enterré en la Casa de Campo bajo un fresnedal donde Estela y yo solíamos caminar las tardes de otoño por senderos cubiertos de hojas húmedas. Junto a Diamanda guardé la nota de despedida que me había dejado su ama. Ese día me di cuenta de que también estaba sepultando parte de mi pasado.

        A pesar de no haber tenido noticias de Estela durante todo el verano, aquel triste suceso me pareció suficiente motivo para ponerme en contacto con ella. Era incapaz de llamarla, así que decidí enviarle por correo una carta anunciándole la muerte de Diamanda. Durante varios días permanecí a la espera de que se pronunciase y al final lo hizo. No recibí ninguna carta, pero sí una llamada. Fue a primeros del mes de octubre. Llegué a casa por la noche y encontré un mensaje de Estela en el contestador: «Puedes venir a recoger tus cosas. Avísame para dejarte la llave en el buzón. Cuando termines, vuelve a dejarla allí.»

        Después de cuatro meses sin saber nada de Estela aquello fue un golpe muy duro para mis sentimientos. Estaba claro que su actitud era categórica e inamovible. Lo que más me dolía es que ni siquiera hiciese mención de la gata. Parecía que no le importaba en absoluto que hubiera muerto. Lo peor de todo es que yo escuchaba aquel mensaje todos los días de manera obsesiva. Aunque sus palabras me hacían daño, necesitaba oír el tono de su voz… Pero en el fondo sabía que era un náufrago agarrándome con desesperación a un trozo de madera en mitad del océano... Durante mucho tiempo me sentí como un miserable. Por aquel entonces supe de verdad que lo nuestro había terminado. Debía empezar otra vez desde cero aprendiendo que el sol también brillaba cada mañana sin ella y que la vida podía ser maravillosa, aunque ya no tanto...

        Durante toda la semana tuve una sensación extraña. Por un lado deseaba sentirme cerca de Estela, pero algo en mi interior me impedía ir hasta su casa para recoger mis cosas. Me sentía totalmente confuso y contrariado. Era humillante que dejara las llaves en el buzón para evitar tropezarse conmigo. La persona que había querido con toda mi alma me estaba tratando como si fuera un apestado.

Recuerdo que tardé varios días en decidirme a ir. Cuando por fin lo hice, ignoraba que aquel 13 de octubre era mi último día en este mundo como un ser humano digno.

 


 

13

Hoy el psiquiatra ha venido a mi cuarto con el director del centro de rehabilitación. Sin duda se trata de una maniobra psicológica para presionarme por mi actitud rebelde. Dicen que si no dejo de fumar nunca podré curarme la neumonía y que al final terminará por hacerse crónica. Me aconsejan que baje de los dos paquetes diarios de Camel sin filtro; que procure ir disminuyendo la cantidad poco a poco. A la mierda con la neumonía. A la mierda con mi vida. Tumbado sobre una cama con la mitad del cuerpo paralizado, ¿qué me puede importar ya? Yo estoy muerto desde aquella noche. El 13 de octubre dejé de existir para siempre. Aquel maldito día se partió mi corazón y la mitad de mi ser. De la cintura a los pies vivo en mi cuerpo como si no existiera y pretenden convencerme de que me tengo que cuidar... No se dan cuenta de que cada mañana reniego del mundo; que no quiero saber nada de lo que ocurre afuera; que odio poner el televisor y ver a toda esa panda de políticos dándose la mano con sonrisa cínica mientras se reparten el dinero público a dentelladas rebozados hasta el tuétano en la más absoluta corrupción. 

        Aquí tengo todo el tiempo que quiera para divagar y mi visión crítica de la sociedad se dispara como una flecha envenenada. Por eso procuro ignorar toda la basura que nos rodea con el cine. Lo único que me evade de toda esa podredumbre es disfrutar viendo mi colección de películas. A menudo me refugio dentro de ellas hasta convertirlas en algo casi real; incluso pienso que algunas son más veraces que la vida misma. En una escena de Bergman hay más verdad que en cualquier suceso cotidiano del mundo… Sumergiéndome de lleno tras la pantalla es donde puedo apreciar los valores loables del ser humano; valores que nos redimen de toda la infamia de la cual nuestra especie puede ser capaz… La vanidad del hombre es tan grande que aun habiendo llegado a la película del mundo en los créditos se atribuye el papel de protagonista ignorando que los dinosaurios estuvieron aquí durante millones de años mientras que nosotros apenas llevamos unos cuantos milenios. Ahora nos parecen criaturas temibles cuando la realidad es que el homo sapiens es mucho más terrorífico a pesar de no tener garras ni dientes afilados. Qué bien le vendría al ser humano una buena cura de humildad… Tan sólo somos un parpadeo en la historia del planeta y pensamos con arrogancia que todo lo que existe bajo el cielo nos pertenece en propiedad. Nublados por nuestro egocentrismo no nos damos cuenta de que somos insignificantes para el universo. Hay cuatrocientos mil millones de planetas similares al nuestro orbitando por las galaxias. Es una cifra imposible de abarcar para la mente; una cifra de proporciones colosales que diluye nuestra existencia en medio de toda esa inmensidad.

Me pregunto qué habría sido de la Tierra si aquel asteroide no hubiese impactado de lleno provocando un cambio radical en la evolución de las especies. Posiblemente el mundo sería un vergel indómito y yo no estaría aquí vomitando mi desamor con Estela… Resulta tremendo pensar que los albores ser humano surgieron gracias a la colisión fortuita de una roca contra el planeta. Sin duda es un comienzo inmejorable para el guión de una película. Pero si tan sólo somos consecuencia de un capricho del azar todo acto en nuestras vidas resulta inútil y nada de lo que hagamos o pensemos tiene sentido ni propósito alguno… Es comprensible que la Humanidad se aferre con fuerza a la explicación divina de la existencia para no caer en una pesadumbre inconsolable, aunque la remota probabilidad de que el universo esté regido por un ente superior me parece absurda y disparatada. Ningún cineasta echaría en cara a sus actores que cumplan con el papel asignado; sin embargo, ese supuesto Dios omnipotente que creó de la nada a criaturas imperfectas diseñadas por él mismo es capaz de castigarlas aun siendo un mero reflejo de su propia obra. Me cuesta asimilar que una deidad pueda ser tan siniestra y perversa a la vez. Me cuesta aceptar que para su regocijo celestial todos estos hombres golpeados por el destino más cruel tengan que soportar el resto de su existencia entre sillas de ruedas y aparatos ortopédicos.  

El director del centro me ha permitido instalar el vídeo en mi habitación y tengo dos estanterías con todas mis obras favoritas desde el cine mudo hasta nuestros días. Es lo único que me evade de la rutina diaria entre sesión y sesión del fisioterapeuta, del neurólogo o del psiquiatra. Eso es lo que me queda como distracción. Eso, y echar un vistazo de vez en cuando por el ordenador, aunque nunca ha sido algo que me haya interesado mucho. Al contrario. Diría que siempre me he mantenido escéptico ante cualquier cosa que nos quieran imponer en nuestros hábitos evitando opción alguna para que podamos elegir. La sociedad cuadricula nuestra mente con avances tecnológicos a menudo innecesarios revestidos de manera sagaz por el atractivo envoltorio del progreso. Pero lo que hoy nos venden como una novedad, mañana dejará de serlo para ser sustituido por otro invento que acapare nuestra atención, el cual a su vez acabará siendo suplido por otro en una espiral interminable de argucia mercantil que subyuga nuestra iniciativa personal de por vida. Tan sólo somos simples marionetas a las cuales programan nuestros movimientos manejándonos a su antojo. Sí, ésa es la cruda realidad que nos rodea, aunque muchos prefieran mirar hacia otro lado porque en el fondo la gente necesita que decidan por ella misma… Quizás sea mejor vivir feliz y embaucado, que consciente y afligido. Quizás nos haga sentir más cómodos observar la sombra proyectada sobre la pared de la caverna en lugar de querer indagar buscando respuestas verdaderas… El sistema nos ofrece las nuevas tecnologías como gran avance de nuestra era cuando la realidad es que estamos más controlados y solos que nunca frente al ordenador… Lo cierto es que el submundo intangible de Internet es en la actualidad la única ventana que tengo al exterior. Las redes sociales, que siempre me parecieron avisperos de comentarios estúpidos y cotilleos sangrantes, son ahora las que logran incorporarme a la vida social, aunque sea de manera totalmente fría y engañosa. Pero el mundo hacia el que nos dirigimos es así. Canalizamos nuestras emociones por medio de una pantalla. Nos pasamos las horas muertas frente a una máquina electrónica programada que tan sólo es un objeto inanimado y falto de expresión; un aparato sin alma lleno de transistores y circuitos que permanece unido por un cable enchufado a la pared entre dos agujeros. Basta un simple tirón del cable hacia afuera para que todo ese mundo virtual se desvanezca…

 Conservo viejos amigos de mi juventud que suelen mandar por Internet fotos de sus hijos y que hablan de viejos tiempos. Me han prometido sacarme de aquí un fin de semana para ir a visitar el fresnedal de la Casa de Campo donde enterré a Diamanda. La echo de menos como a nadie en el mundo. Mi pequeña Diamanda... Sólo ella sabe lo que pudimos sufrir juntos en soledad… Respecto a Estela, soy consciente de que ya se encuentra a años luz de mí. Sí, ha pasado mucho tiempo desde que me dejó aquella fría nota sobre la mesa bajo el cenicero... Ahora escudriño su nueva vida por la pantalla del ordenador. La observo en un montón de imágenes abrazada con su pareja actual. Se la ve llena de alegría, risueña, exultante... Contemplo las fotos que cuelga junto a él en los mismos lugares donde estuvimos nosotros y donde fuimos felices: Las callejuelas medievales de Sepúlveda... El misterioso castillo de Atienza... Las playas salvajes de Llanes con sus verdes acantilados... Los meandros en el cañón del río Lobos repletos de nenúfares… La vieja ermita junto a las hoces del Duratón donde juré que la amaría toda la vida... Los bosques frondosos de Covadonga donde nos perdimos por senderos entre hayas, robles y castaños... El límpido lago Enol donde vimos el atardecer más bello que se pueda soñar con los rayos del sol penetrando entre una caprichosa neblina... Las calas ocultas de Menorca donde hicimos el amor junto a la orilla en noches mágicas de luna llena...

         Estela ahora tiene otra vida con nuevas amistades confeccionadas en Facebook, ese extraño club donde se muestran fotos y se hacen comentarios banales; donde se fabrica una imagen superflua de los verdaderos sentimientos; donde la amistad es un juego aséptico que se ofrece a través de una pantalla. Reconozco que muchas veces miro las fotos de Estela con su pareja observando cada detalle. Su mundo ya es tan lejano al mío... Él parece un buen chico, así que me alegro por ella. Le deseo lo mejor. Sí, que sea todo lo feliz que pueda... ¿Por qué habría de quererla mal si durante años la quise con toda mi alma? Sentir de esa forma me haría estar dolido en lo más profundo de mi ser... De acuerdo, tuvo algunos detalles mezquinos como la forma tan cobarde de dejarme o decir a sus amigos que provoqué el accidente de coche adrede para llamar su atención. En qué cabeza cabe...

         Te perdono, Estela, te perdono. Espero que Diamanda también sea capaz de hacerlo.

 


 

14

La enfermera que permanece a mi cuidado me ha ofrecido su teléfono móvil para realizar todas las llamadas que quiera. Agradezco mucho el gesto de Elena, pero no lo necesito. No me interesa un artilugio que sirve para acercarte con el que está lejos mientras te aleja del que se encuentra cerca ignorándole por completo. Antes lo valioso era charlar con alguien sin que nada ajeno al entorno interrumpiera la conversación; ahora lo imprescindible es estar localizable las veinticuatro horas del día con una obsesión enfermiza. La gente ha convertido ese aparato en una prótesis de su cuerpo del que ya le es imposible prescindir. En el siglo XXI la comunicación virtual ha suplantado para siempre a la comunicación real frente a frente. Prefiero hablar con Elena mirándola y observando sus gestos en vez de relacionarme con el mundo exterior al cual ya nunca más podré acceder. Los ratos de charla junto a ella son como un bálsamo para mi espíritu. Se muestra tan dulce y cariñosa conmigo… Todas las tardes espero esos momentos en los cuales permanece a mi lado. Sentada al borde de la cama Elena me cuenta cualquier cosa agradable procurando hacerme sonreír, aunque en el fondo ella sabe que me importa poco lo que diga. Tan sólo estoy pendiente de sus ademanes y del brillo de sus ojos que me transmiten la única alegría que puedo encontrar en este triste encierro.

El psiquiatra me asegura que lo mejor para superar el trauma del accidente es contarlo cuantas veces haga falta perdiendo el miedo a aquella escena brutal. Dice que enfrentándome a ese momento dejaría de tener pesadillas y de mortificarme noche tras noche. Opina que debería aplicarlo a mi terapia como catarsis y después olvidarme de ello para siempre. Pero la cruda realidad es que me cuesta muchísimo expresar mi dolor mediante palabras. Con el psiquiatra mantengo una comunicación bastante fluida. Sin embargo, hay momentos en los cuales me bloqueo y soy incapaz de ahondar en algunos recuerdos de aquel lance que pudo costarme la vida. Creo que Elena es la única persona del centro de rehabilitación a la cual le he contado todo con detalle y desde luego no fue nada fácil revivir esa experiencia… Tres años después, aquello me sigue descomponiendo por dentro:

         El 13 de octubre había quedado con Estela para ir al piso a recoger todas mis cosas. Era un apartamento en la Alameda de Osuna que sus padres tenían deshabitado desde que se fueron a vivir a la costa. Todavía quedaban por su habitación varios discos míos, unos cuantos libros, cintas de vídeo con películas, toallas de baño y algo de ropa.

         Por fin esa noche decidí acercarme hasta allí para recoger mis pertenencias. Me sentí extraño al marcar su número de teléfono… Hacía cuatro meses que no hablaba con ella y estaba temblando. Mientras sostenía el auricular me sudaban las manos. La noté más fría y distante que nunca. Parecía otra persona. Tuve el valor de preguntarle si había otro chico en su vida. Dijo que no. Es posible que fuera verdad, aunque su actitud huidiza resultaba sospechosa. Nada más colgar, los nervios se apoderaron de mi ánimo. Fui al aseo y me miré en el espejo para ver qué cara tenía. Me dio la sensación de que mi aspecto era deplorable. Eso me hizo sentir inseguro, pero luego pensé que preocuparme por mi físico era una estupidez ya que no iba a cruzarme con Estela ni un solo instante, aunque en el fondo albergaba la esperanza de que ella cambiase de opinión.  

         Bajé impaciente al garaje, arranqué el coche con prisas y salí del aparcamiento rozando el parachoques con una columna. Frené de golpe y el motor se caló. Ni siquiera me había puesto el cinturón de seguridad… Respiré hondo varias veces para mentalizarme de conducir lo más relajado posible. Recorrí la calle Cea Bermúdez despacio y llegué a la Avenida de América en poco más de cinco minutos. Durante el trayecto observé que todas las calles estaban vacías. Tan sólo me crucé con algunos camiones de la limpieza que regaban el pavimento para refrescarlo. Aquella noche hacía mucho calor; recuerdo que llevaba las ventanillas bajadas. Cogí la circunvalación de la M-30 y me incorporé a la Nacional II en dirección a la Alameda de Osuna. La autovía estaba totalmente desierta. Era inquietante que apenas circulasen vehículos… Conducía abstraído dándole vueltas a la cabeza sobre aquella situación tan absurda con Estela. Me parecía fuera de lugar su decisión de no querer verme ni un solo momento junto a la puerta de su casa. Esa actitud de rechazo me hacía sentir muy triste y humillado.

         En el trayecto fueron pasando por mi mente uno tras otro los diez años vividos con ella: el día en que nos conocimos, las mañanas pintando y escribiendo, los viajes por infinidad de lugares, nuestras acampadas en la montaña, nuestras vacaciones por la costa, aquellas fotos suyas desnuda al atardecer... De pronto por el retrovisor vi a lo lejos unos faros en la penumbra de la noche. No había ni un alma en la autovía y yo circulaba a unos cien kilómetros por hora sobre el carril central. Aquellas luces brillantes se acercaban a toda velocidad. Al principio no le di importancia y seguí imbuido en mis pensamientos, pero en cuestión de segundos los faros aumentaron de tamaño. Instantes después, ya estaban a pocos metros. Aquel coche cada vez se aproximaba más y no ponía el intermitente para echarse a la izquierda. Venía directo contra mí. Se me heló la sangre. La adrenalina me invadió por completo. «No puede ser», farfullé mirando por el retrovisor. Los faros me deslumbraban como dos bolas de fuego incandescentes.  Aquel loco parecía un suicida que me había elegido de víctima; un kamikaze dispuesto a estrellarse contra su objetivo a toda costa. Aceleré todo lo que pude, pero fue en vano. Ya no tenía escapatoria. Torcí la dirección lo suficiente para que no me diera de lleno. En mitad del silencio se escuchó un ruido seco. El impacto fue brutal. Mi asiento se desgajó tras el choque. Permanecí tumbado boca arriba durante varios metros sin saber hacia dónde me dirigía. El coche se desplazaba totalmente fuera de control. Mis manos se agarraron al volante con fuerza. Todo mi cuerpo estaba en tensión máxima. Tenía las piernas estiradas, los brazos rígidos. Jamás se me olvidará el sonido chirriante de las ruedas derrapando sobre el asfalto. La escena discurría ralentizada en mi mente. Fueron unos instantes dilatados en la percepción del tiempo. Aquellos segundos se prolongaron como si fueran eternos. Presentía que eran la antesala de un desenlace fatal. En esos momentos pude oler la muerte. «Este es el fin», pensé. Choqué incrustándome contra el guardarrail de la autovía. El morro del coche se hundió hasta el parabrisas. Un charco de gasolina se esparció sobre el asfalto. Mi cuerpo quedó allí dentro inmovilizado. Después fue como si un fundido en negro desconectase mi cerebro. Ya no recuerdo nada más. A los tres días desperté en la cama de un hospital.

         Lo más terrible es pensar que tu destino puede cambiar para siempre en un instante. Un mínimo descuido de alguien y la tragedia se cierne sobre ti sin piedad. La existencia es un clic. Existes, y en décimas de segundo dejas de existir... Un estúpido usando el móvil mientras conduce a toda velocidad y te destroza la vida.

 


 

15

         Tardaron mucho tiempo en enseñarme las fotos que la Guardia Civil sacó para documentar el atestado. Mi psiquiatra consideraba que podrían afectarme al ánimo de forma devastadora. Cuando por fin las vi al cabo de varios meses era incapaz de creerlo... Mi coche se había convertido en un amasijo de hierros retorcidos.

          La mañana que abrí los ojos tras permanecer en coma tenía todo mi cuerpo cubierto de vendajes. Nada más recuperar la consciencia, la enfermera me saludó con una sonrisa. Era Elena. Poco después el médico vino a la habitación con una carpeta que contenía todos mis datos. Se acercó hasta el borde de la cama, puso la mano izquierda en mi hombro y me alentó diciendo: «Las cicatrices de la cara no dejarán huella. Te hemos hecho un escáner, un tac y una resonancia magnética. Has tenido mucha suerte. No hay rastro de derrames internos en tus órganos vitales, ni trombos en ninguna zona del cerebro. Más adelante veremos qué se puede hacer con el resto».

          Pero no se pudo hacer nada. Tres años después no he vuelto a caminar y no siento mi cuerpo desde la cintura para abajo. Mi diagnóstico fue paraplejía de gravedad media. La lesión que me produjo el traumatismo del accidente es prácticamente irreversible. Sólo un caso entre cien vuelve a recuperar la movilidad de los miembros inferiores. Dice el informe que mi columna vertebral se desarmó tras el impacto. Mi capacidad motora se anuló al dañarse el sistema nervioso. La médula espinal quedó afectada produciéndome una parálisis permanente.

         Durante los primeros meses el fisioterapeuta me estuvo enseñando a manejar los intestinos y la vejiga. A veces sufro incontinencia de los esfínteres. La cuña para hacer mis necesidades se ha convertido en algo familiar; es un objeto del cual no volveré a separarme nunca. De manera frecuente padezco ulceraciones y a menudo tengo espasmos musculares. Hay días que me despierto con dolores en la espalda como si me hubieran golpeado toda la noche. Me cuesta permanecer erguido durante mucho tiempo. Apenas me levanto de la cama salvo para dar algún paseo con la silla de ruedas o con las muletas si me encuentro con más ánimos. Mis huesos día tras día se debilitan por la inactividad. También tengo problemas respiratorios que se acrecientan debido a mi adicción compulsiva por el tabaco.

         Desde hace tres años me siento como un juguete roto; como un ser humano inútil que necesita ayuda para lo más elemental.  Mi estado físico y mi total dependencia de los demás me ha provocado una depresión que no superaré durante el resto de mis días. Me levanto cada mañana sin fe, renegando de lo que el destino me ha deparado. Ahora tan sólo soy un espectador del mundo que transcurre frente a mí.

         Por fortuna en el centro de rehabilitación estamos muy bien cuidados. Tenemos un equipo de atención sanitaria completo con un médico que nos visita de manera regular y varios celadores a nuestra disposición las veinticuatro horas del día, además de asistentes especializados, neurólogos, psiquiatras... Todas las enfermeras me tratan con mucho cariño. Elena es un encanto de mujer además de ser muy guapa. A veces me recuerda a la protagonista de Un verano con Mónica de Bergman. Refleja esa feminidad exuberante y sensual, irresistible para cualquier hombre. Sí, confieso que tengo fantasías con ella... Es lo único que me queda: escapar con mi mente y construir historias que me evadan de esta nueva realidad que me ha tocado vivir. La paraplejía me ha producido una disfunción sexual cercana a la impotencia. Desde que tuve el accidente soy incapaz de controlar mis genitales. La atracción que pueda sentir por una mujer es meramente psicológica. Pero no quiero renunciar a mi virilidad. Me niego a convertirme en un bulto insensible, así que procuro estar receptivo a los estímulos que me rodean. Me esfuerzo en seguir sintiendo deseo con mi mente, aunque mi cuerpo permanezca estático.

          Agradezco la compañía de Elena como nada en el mundo. Ella sabe escuchar y siempre me sonríe con dulzura. Es como una luz brillante proyectada sobre un pozo de desolación... Le he contado al detalle todo lo de Estela, desde el inicio de nuestra relación hasta la nota que me dejó en el cenicero de murano. También le hablo a menudo de mi angustia vital tras nuestra ruptura. Creo que me entiende muy bien. No sé si la empatía que demuestra forma parte de su profesión o si realmente hemos conectado. He de confesar que a veces confundo ciertas emociones que me invaden al contemplarla... A menudo imagino cómo habría sido nuestra relación si nos hubiésemos conocido en otras circunstancias, pero tengo que asumir el hecho de que por encima de una mujer es una enfermera que intenta ser lo más agradable posible con sus pacientes; si bien es cierto que ha habido entre nosotros momentos que podrían calificarse como de íntimos. Recuerdo aquel día que se quedó toda la tarde conmigo en la habitación viendo El piano. Durante la escena en la cual el marido le corta el dedo a la pianista se nos saltaban las lágrimas. Tras el hachazo brutal, Elena me agarró la mano sobrecogida y ya no la soltó hasta el final de la película.

          En el centro de rehabilitación nos sentimos arropados y eso siempre es un alivio para cualquier persona que se ha visto empujada al borde del abismo. Pero a veces ese consuelo termina por hacerse frustrante... No quiero que nadie sienta pena por mí, aunque en cierto modo es lógico. Supongo que en su lugar yo actuaría de la misma forma. Todo el personal sanitario es consciente de nuestra desgracia y nos apoya volcándose por completo. Sin embargo, nadie de afuera se imagina lo que es vivir con ese lastre sobre tus espaldas día tras día… Los que estamos aquí internados somos algo más que un número en el balance de los accidentes. Por desgracia las cifras que escuchamos en las noticias son números fríos. Esas estadísticas de muertos en los fines de semana no tienen nombres ni rostros. Las cifras no sienten ni padecen… Lo cierto es que uno piensa que nunca te va a suceder algo así, hasta que un día te sucede. Desde ese instante ya forma parte de ti para el resto de tu vida.

        Cuando el psiquiatra intenta convencerme de que aquella noche tras el accidente volví a nacer, creo que no tiene ni idea de lo que está diciendo. La mitad de mi cuerpo sigue vivo, pero mi alma quedó destruida sobre el asfalto… Todos lo que intentan animarte lo hacen con buena intención, aunque muchas veces de manera torpe y compasiva. La gente que ve a una persona sobre una silla de ruedas se siente incómoda y no sabe cómo tratarla. Procuran ser agradables y pretenden quitarle importancia, pero sus gestos delatan incomodidad ante el hecho de encontrarse frente a un minusválido, un paralítico o un discapacitado, como nos llaman ahora. No sé por qué cambian los adjetivos al referirse a nosotros. Nos llamen como nos llamen, no vamos a volver a caminar nunca. Un adjetivo tampoco nos va a hacer sentir mejor o más protegidos, ni tan siquiera más dignos como seres humanos. La dignidad que nos merecemos no pasa por emplear un calificativo distinto ante nuestra desgracia.

 


 

16

         Muchas veces me pregunto a qué se refería el médico cuando me dijo que había tenido suerte tras sufrir el accidente. Quizás al hecho de que hay casos bastante más graves que el mío. Sí, es cierto. La lesión de mi médula espinal no ha sido completa y voy haciendo algunos progresos, pero esa mejora física transcurre tan lentamente que la impaciencia siempre termina por arrollar a la esperanza. Es cierto que sólo tuve que llevar collarín para las vértebras cervicales durante unos meses mientras que otros tienen que hacer esfuerzos para pasar de la cama a la silla de ruedas. Es cierto que apenas tomo antidepresivos y calmantes mientras que algunos tienen que dormir sedados con Orfidal para poder conciliar el sueño. Hace tiempo que dejé de usar esteroides mientras que a otros les aplican cortisona para mejorar el flujo de sangre. Sólo me pongo el corsé durante algunas horas para reforzar la columna mientras que a muchos les operan para insertar placas y tornillos que sostengan su espina dorsal. Puedo caminar llevando muletas mientras que la mayoría utiliza prótesis y aparatos ortopédicos. Sólo tengo alguna dificultad para respirar mientras que otros están incapacitados para hacerlo por sus propios medios y necesitan máquinas auxiliares. Me comunico sin problemas mediante la palabra mientras que algunos son tratados por terapeutas del lenguaje para poder hablar con normalidad. Sólo sufro alguna escara leve en los costados mientras que muchos tienen la piel ulcerada por todo el cuerpo. Sólo utilizo de noche la cuña para la incontinencia mientras que otros usan enemas para vaciar sus intestinos de excrementos.

         En el centro de rehabilitación sientes a los internos como parte de tu familia y también sufres por los demás. Cuando ves a un niño con las piernas paralizadas porque un canalla chocó a toda velocidad contra el vehículo en el que iba jugando con su hermana que murió en el acto, se te abren las carnes de dolor y te niegas a aceptarlo. Cuando ves a una chica de dieciocho años caminando torpemente con muletas para el resto de sus días porque otro desgraciado se saltó un stop completamente borracho, lamentas no poder verla mover su cintura con ese aire femenino que seduce a cualquier hombre. Lamentas no tener una varita mágica para sanar a todos estos seres marcados por el destino haciéndoles despertar del sueño amargo que les ha tocado vivir.

         La vida a menudo es arbitraria e injusta con hechos que no se justifican ni tan siquiera por la gracia de Dios. El azar puede llegar a ser una rifa cruel capaz de dar un zarpazo mortal a personas inocentes de toda culpa; seres humanos que segundos antes de caer en la desgracia llevaban una vida normal. Ese azar caprichoso provoca que tu columna se rompa justo en un determinado lugar y que por cuestión de centímetros te quedes invalido para siempre… Somos máquinas de carne y hueso que atienden a leyes físicas irrefutables. Un golpe en un punto concreto de la médula espinal y a partir de ese instante el cerebro queda imposibilitado para comunicarse con el resto del cuerpo. Lo más duro es saber que en la lotería de la desgracia hay una larga escala de sufrimiento. Si la paraplejía puede marcar tu existencia, la tetraplejía es algo que desborda por completo a cualquiera. La vida de una persona reducida a su cabeza es un castigo que nadie merece.

A veces procuro ser optimista en la apreciación de las cosas para no hundirme más todavía. Al menos tengo mis manos, mis brazos, mis ojos, mi mente... Pero al final la cruda realidad termina por aplastar mi ánimo haciéndome ver que ya nunca podré volver a andar, a correr, a saltar, a pasear por el parque... Mi vida se ha reducido exactamente a la mitad de mi cuerpo. Mis piernas son un adorno; una prolongación de mi ser ajena a mis percepciones. El médico insiste en que debo tener esperanzas pues todavía existe la posibilidad de que pueda recuperarme por completo. En el centro de rehabilitación hay niños pequeños que nunca volverán a caminar... Lo cierto es que a pesar de las intensas terapias que me aplican en el pabellón de psiquiatría muchas obsesiones permanecen imborrables en algún lugar de mi cerebro. La prueba es que casi todas las madrugadas me atrapa la misma pesadilla: esos faros siniestros acercándose en la oscuridad con el resplandor de la muerte acechando tras mi espalda... Luego despierto empapado en un sudor frío y me doy cuenta de que estoy vivo; pero no puedo salir corriendo, no puedo huir de mi destino y el pánico me persigue después con los ojos abiertos. Entonces miro hacia el pasado y advierto que hace tres años estuve a punto de morir en una carretera. Ese momento crucial de mi vida me parece como una filmación recurrente; como una secuencia de fotogramas incrustados en mi cerebro que se repiten en un bucle interminable ante mi mirada atónita…

Soy consciente de que mi comportamiento es obsesivo, pero no puedo quitarme de la cabeza que aquel 13 de octubre el destino se burló de mí. El vehículo fue declarado siniestro total por la compañía de seguros y perdí el trabajo como profesor en la escuela de guiones. Mi vida quedó arruinada para siempre por un miserable… Pero lo más triste de todo es que Estela nunca vino a verme al hospital y que tampoco me ha visitado en el centro de rehabilitación. Jamás pude explicarle la angustia que sentí en el momento del accidente. Nunca pude abrazarla y llorar sobre su pecho. La nota escrita que puso bajo el cenicero fue el último vestigio de su presencia en mi vida.

El psiquiatra dice que tengo que pasar página de una vez por todas. Intenta hacerme ver que me afecta al ánimo seguir deambulando como un fantasma ahogado en mis frustraciones. Pero tumbado sobre una cama con la mitad del cuerpo paralizado, ¿qué me puede importar ya? De acuerdo, tengo que admitir que todavía continúo en este mundo; aunque no me sirve de mucho porque ya nunca nada volverá a ser igual. Cuando has tenido la muerte a un milímetro frente a tus ojos empiezas a caminar por la vida como un alma en pena; como un intruso de un tiempo y un espacio que ya no te pertenece.

         Ahora me despierto cada mañana con la misma frase grabada en la mente como si mi cerebro fuese un viejo reloj que detuvo las manillas en un punto concreto de su esfera… Alguien dijo que el destino del hombre es recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiantes para terminar vencido contemplando el final de su esperanza. Yo me identifico totalmente con ese planteamiento angustioso de la existencia humana. Pero no quisiera concluir mi vida pensando de manera tan derrotista. Por una vez haré caso a los consejos del psiquiatra siendo positivo. Al menos yo puedo contarlo. Muchos otros no pudieron.

 



FIN




Oscar Nóbregas, Madrid 




Para todos aquellos que fallecieron en un accidente de coche siendo víctimas inocentes.

Para los que quedaron inválidos o sufrieron secuelas de por vida.

En recuerdo de Diamanda, que ya no está, porque los animales también sufren el desamor de las parejas.












El espectro de Estela flotando en mi mente...







Oscar Nóbregas



Oscar Nóbregas Manrique nació en Madrid.
Desde los 25 años se dedica plenamente al mundo de la literatura. Colabora en diversas revistas literarias, así como en programas radiofónicos dedicados a las letras y a la música, tareas que compagina con su afición por la fotografía artística.

Con su novela "Retazos de un Bastardo" ha conseguido un éxito sin precedentes en los círculos literarios vanguardistas, que le han aupado a una situación de privilegio en el mundo de las letras, por lo arriesgado e innovador de su proyecto. Retazos de un Bastardo es para muchos la obra literaria más original de los últimos años.

Oscar Nóbregas también ha escrito otras dos novelas:
"Efluvios Metafísicos" (un estudio sobre sexo, droga y rock and roll) y "El Beso de la Esfinge"  (novela erótica ambientada en Madrid).
Tiene en proyecto un cuarto libro: "El Susurro del Cárabo", novela histórica basada en una leyenda rusa del siglo XIX.
En la actualidad se halla inmerso en un ciclo de relatos titulado "Bajo la Sombra del Yinkgo Biloba".




Otros relatos de Oscar Nóbregas
Libros de Oscar Nóbregas

Artículos y otras hierbas - Oscar Nóbregas

Fotos de Oscar Nóbregas



Programa Radio Oscar Nóbregas:


Lee en este enlace "A Contratiempo", la continuación de Faros Siniestros: 












 

 

 

Entrevista con Oscar Nóbregas

 

Venturas y desventuras de un escritor madrileño...

Oscar Nóbregas es un ratón de biblioteca del siglo XXI. Aislado en su escritorio o buscando en los archivos de la Biblioteca Nacional, elucubra nuevas ideas y personajes para sus próximo libros.
Nos hemos tomado la licencia de apartarle de su trabajo durante un rato para que nos permita conocerle un poco mejor, a él y a su trabajo.
Oscar, ¿se puede vivir de escribir hoy en día?

Salvo algunos privilegiados, es muy difícil vivir de la literatura; aunque pienso que es mejor que sea así. La creación no debe estar sujeta a una nómina, porque escribir bajo presión a lo único que conduce es a coartar la espontaneidad. Un escritor no puede escribir una novela pensando que con el dinero que obtenga va a pagar las facturas.

Te voy a mencionar 3 conceptos; me gustaría que nos contaras en qué medida te afectan, para bien o para mal, en el desarrollo de tu profesión:
Editores

Los editores son un mal necesario para los escritores; un arma de doble filo que se puede volver contra ti. Lo más duro para un escritor es descubrir que los problemas no terminan cuando publica una novela, sino que pueden empezar justo en ese momento... Si tienes buena relación con tu editor, éste puede darte alas y hacer que tu obra crezca; pero si tienes la mala suerte de topar con un editor que no te apoya lo suficiente, puede convertirse en tu principal enemigo; la tumba de tu propia novela. Con un editor abúlico todos tus esfuerzos caen en saco roto. De nada sirve remar con todas tus fuerzas, si el que lleva el timón te deja encallado en la orilla.
Para muchos editores prevalece el número de ventas por encima de la originalidad o la calidad literaria, y ese punto de vista muchas veces aborta grandes proyectos más cercanos a lo vanguardista que a  lo meramente estándar. A fin de cuentas, una editorial no es otra cosa que una empresa… Pero también hay editores arriesgados que aman la literatura por encima de las cifras, aunque por desgracia suelen ser muchos menos.
Lo triste para cualquier escritor es echar un vistazo tras los escaparates de las librerías y ver auténticas bazofias presentadas con jactancia como best sellers, cuando lo cierto es que el número de ventas rara vez va en concordancia con la calidad literaria. 

Internet

Siempre miro con recelo los avances tecnológicos, pues pienso que muchas veces nos proporcionan "comodidades" que a la larga te acaban creando una dependencia innecesaria, que al final lo único que consigue es esclavizarnos. Pero como todo en la vida, depende del uso que le des a las cosas. En el caso de Internet, no se puede negar que es un instrumento que bien utilizado ofrece infinitas posibilidades al permitir comunicarte con el resto del mundo. Para mí es muy gratificante saber que gracias a los foros literarios de Internet, mi novela ha llegado a manos de lectores en toda Hispanoamérica e incluso al sur de los Estados Unidos. 

Uno de los peligros de Internet es el hecho de caer en la incomunicación de la comunicación y en la desinformación a base de sobreinformación. Por otro lado, me inquieta el hecho de que Internet ya no sea algo opcional que consultar de vez en cuando sentados frente a una pantalla; ahora llevamos Internet a cuestas en el bolsillo durante todo el día…  Pienso que la irrupción de los ordenadores y los teléfonos móviles en nuestra vida privada nos ha desbordado por completo, y no creo ni  por asomo que ahora seamos más felices ni que nos comuniquemos mejor que antes.

Todo este fenómeno social es un montaje lucrativo de las empresas tecnológicas, las cuales nos han puesto el “caramelito” de las grandes ventajas de estar comunicados las 24 horas del día como algo esencial en nuestras vidas… Han diseñado lo que quieren que necesitemos para que no podamos prescindir de ello en el futuro. Nos están  alienando y no hemos hecho nada por impedirlo. Nuestra sociedad, que es básicamente superflua y materialista, convierte los lujos en necesidades. Ahora si no tienes Guasap, eres poco menos que un proscrito y la gente te margina por no “estar al día”. Ya no importa la amistad en sí misma. Importa que estés conectado a la red constantemente por medio del teléfono móvil, aunque sólo sea para decir estupideces…
Lo que muchos no sospechan o no quieren ver, es que detrás de ese invento tecnológico vendrá otro que le sustituya. Ya están preparando desde un despacho de marketing publicitario lo que “vamos a necesitar” en el futuro… Así nos mantienen de por vida idiotizados con la zanahoria delante de nuestras narices, lucrándose a base de nuestra imperiosa necesidad de comunicarnos como especie social y gregaria que somos por naturaleza.

Por mi parte, no soy una persona que necesite estar constantemente comunicado, como el que tiene que estar asistido a un tubo conectado con una botella de suero para sobrevivir. Prefiero disfrutar de lo que tengo delante y charlar sin que nada me interrumpa, cosa que ya es muy difícil, pues todos los que están enganchados al móvil viven para él, siempre más pendientes de lo que está lejos que de lo que tienen enfrente.
A veces pienso que la gente debe de estar muy vacía por dentro cuando siente la necesidad obsesiva de comunicarse a cada instante por medio del Smartphone. Este artilugio se ha convertido en una prótesis inseparable de las personas. Es patético observar a todo el mundo imbuido en sus teléfonos como si buscaran ansiosamente la felicidad allí dentro.
Los parámetros que ha diseñado el móvil a principios de este siglo me parece un síntoma enfermizo de la sociedad actual. El móvil ha idiotizado a la gente, convirtiéndola en marionetas de un artilugio superfluo. Realmente me parece una esclavitud disfrazada de comodidad.

 Lo cierto es que la gente se sigue sintiendo igual de sola que antes. No ha mejorado la comunicación real, tan sólo la virtual. A pesar de Facebook, los amigos de verdad se siguen contando con los dedos de una mano.
Con los ordenadores hay que saber dónde termina la realidad y dónde comienza lo virtual. No podemos canalizar todas nuestras emociones a través de una pantalla. El riesgo de Internet es que si no lo usamos con inteligencia puede acabar cuadriculando nuestra mente.

Internet al margen de las incuestionables ventajas como medio de comunicación, se ha convertido en una corrala cibernética donde lo importante por encima de todo es aparentar. La gente disfruta más enviando una foto de algún lugar exótico para que la vean los amigos en vez de vivir ese momento para sí mismos. Esa actitud me parece cuanto menos preocupante.
Internet es un espacio donde se puede maquillar fácilmente la realidad, creando un escenario virtual en el cual lo importante es lo que se ve por la pantalla, no lo que realmente es.

Creo que al final pagaremos un precio muy alto por este mundo tecnológico que ha arrollado nuestras vidas.
Sería ingenuo pensar que Internet en sí mismo es una alternativa personal a elegir; más bien se trata de una imposición social fomentada desde arriba para tenernos controlados.

Crisis

La crisis económica es algo que sin duda ha repercutido en todos los ámbitos, tanto a nivel nacional como internacional. En la literatura no iba a ser menos y las ventas han descendido desde hace un par de años. Pero al margen de la literatura, lo que me preocupa de todo este "pesimismo general" que estamos viviendo no es la crisis en sí misma, sino saber quién está interesado en tenernos pendientes de que suba o baje la Bolsa para desviar nuestra atención de los problemas reales de nuestra sociedad, y de esa manera tenernos hipnotizados. Nos marean con cifras y términos económicos que a la postre lo único que consiguen es desorientarnos y que perdamos toda referencia con la realidad. Los medios de comunicación se convierten en trileros que nos bombardean con noticias contradictorias las cuales terminan por anular cualquier criterio razonable.

 Antiguamente al pueblo llano se le tenía atemorizado con la religión y sus mensajes apocalípticos. En el siglo XXI los gobernantes nos meten miedo con la crisis, que al fin y al cabo no son más que números y estadísticas que basculan. Lo cierto es que nos subyugan creando un ambiente general de situación límite, cuando la realidad es que nunca hemos tenido más comodidades que ahora. Crisis fue la que vivieron nuestros abuelos en la posguerra comiendo mondas de patatas y pasando verdaderas necesidades. Ahora dicen que estamos en plena crisis, pero no conozco a nadie que haya renunciado a su teléfono móvil, ni a instalar su tdt para poder ver un montón de canales en la televisión.

Para mí la verdadera crisis es la medioambiental. Cuando empiecen a deshelarse los casquetes polares de manera irreversible, como de hecho ya está sucediendo, todas esas cifras económicas dejarán de tener sentido… Por desgracia el ser humano es así: capaz de lo mejor y de lo peor.

Oscar ha dirigido como locutor y guionista un programa de radio: El Bosque Encantado. Háblanos de tu experiencia en las ondas; ¿qué es lo que más te aporta para tu profesión de escritor?

Quizás el hecho de dar más relieve a tus escritos mediante una lectura oral de los textos, descubriendo que una misma frase puede ser leída con matices distintos.
La Radio te proporciona el tono y la intensidad de la que carece la lectura mental, pues a veces las palabras se quedan algo mudas si no las expresamos mediante los labios.
La Radio también te aporta ese punto de improvisación que a menudo libera a los textos de las páginas y los hace volar más libres.

Sabemos que te gusta la fotografía artística, ¿no has pensado utilizar en las portadas de tus libros alguna de tus fotografías?

Sí, de hecho las portadas de tercer y del cuarto libro llevarán fotos hechas por mí. No ha surgido antes porque no veía una imagen que pudiera encajar con el ambiente de la novela.

Háblanos de tu "Crónica Sobre la Historia del Rock"... ¿Cuál es tu grupo de rock favorito?

De esa crónica surgió la idea de mi segunda novela Efluvios Metafísicos, que de alguna manera es un homenaje a la música contemporánea en sus distintos estilos: Blues, Jazz, Rock, Pop, Folk, New Age, etc.
Desde siempre he estado rodeado de músicos, cantantes o de gente melómana apasionada con grandes colecciones de discos, por lo cual no me ha sido difícil imbuirme de lleno en dicho terreno.
En cuanto al Rock, lo he disfrutado de manera apasionada desde la adolescencia, y, aunque no tuve la suerte de experimentarlo en su época dorada por cuestiones de edad, sí que he vivido la inercia de ese movimiento unos años más tarde.

La lista de grupos de Rock que me han influido sería interminable... Básicamente corresponden a bandas formadas en las décadas de los 60 y los 70, que sin duda son los años más creativos la historia del Rock. Creo que los grupos que más me han marcado son Pink Floyd y Led Zeppelin. Cada cual en su estilo, me parecen las dos bandas más carismáticas que ha habido nunca. Pero no puedo dejar de nombrar a los Beatles, que supusieron una auténtica revolución. Incluso hoy en día, casi 50 años después, sus canciones no han perdido ni un ápice de frescura y vitalidad. El fenómeno beatle fue algo único e irrepetible que marcó a muchas generaciones.
Por desgracia, ya casi no surgen grupos y artistas con la personalidad de
Santana, Jethro Tull, The Kinks, Rolling Stones, The Who, The Doors, Grateful Dead, Don Mc Lean, Crosby, Stills, Nash& Young, Bob Dylan, Carole King, Donovan, Cat Stevens, Ten Years After, Cream, Allman Brothers, Creedence Clearwater Revival, Deep Purple, Black Sabbath, Jimi Hendrix, Frank Zappa, Fleetwood Mac, Lou Reed, David Bowie, T. Rex, Bob Marley, Queen, Genesis, King Crimson, Yes, Camel, Supertramp, Mike Oldfield, The Police, Dire Straits, U2...


Duendes es uno de esos escritos fantásticos que nos adentran en las peculiaridades de estos pequeños seres, concretamente, los que habitan en nuestra Sierra del Guadarrama. Quisiera saber ¿con qué duende te identificas más: campestre, montaraz o albino?

Supongo que tengo algo de cada uno. Quizá me identifico un poco más con los albinos, por aquello de que son una "rara avis" como yo...

Tras la “carrera de fondo” que supone escribir una novela, vemos que últimamente te has decantado por la “media distancia”. A la hora de crear narraciones más cortas, ¿utilizas otro método distinto al de la novela para desarrollar la trama o el enfoque es similar? Coméntanos algo sobre tus relatos.

A pesar del reto intelectual y el esfuerzo que supone enfrentarte a una composición extensa, al principio de mi carrera como escritor me dediqué de lleno a escribir novelas, quizás porque me parecía más atractivo el hecho de tener atrapado al lector durante varios días con el ambiente y los personajes creados, cosa que en el ámbito del relato resulta imposible por cuestiones de extensión. Un relato viene a ser un aperitivo comparado con el guiso caliente que es una novela de doscientas páginas. Sin embargo, después concluir mi tercera novela sentí la necesidad de experimentar con otro ritmo literario. Sin duda el relato me ofrecía un terreno idóneo para plasmar las situaciones de una forma más directa. En los relatos las descripciones se prestan a mostrarse de manera concisa, mientras que en la novela tienes que ir tejiendo poco a poco el perfil de los protagonistas. Son creaciones distintas en cuanto a extensión, pero el ámbito en el que se mueven es básicamente el mismo; de hecho muchas novelas surgen de historias cortas.
En todos mis relatos siento el impulso vital de traspasar las barreras de lo políticamente correcto. No me interesa la escritura placentera sin más. Siempre intento mostrar las cosas sin pelos en la lengua pegando donde más duele. Esto a menudo puede crearte problemas, pero en mis escritos me interesa más la polémica que la complacencia. Me gusta meter el dedo en la llaga yendo a contracorriente. Creo que en general todos mis relatos tienen una vuelta de tuerca y son críticos con esta sociedad hipócrita en la que vivimos.

Bueno, creo que va llegando el momento de centrarnos un poco en tu novela Retazos de un Bastardo... ¿Cuánto tiempo te llevó escribirla? y ¿en qué te inspiraste?

Resulta difícil contabilizar en tiempo real, desde el momento en que surge el chispazo de una historia hasta el último capítulo. Las ideas son como peces que divagan por tu cabeza y que vas plasmando en tus escritos, unas antes o después sin saber por qué, pero no necesariamente de forma lineal. Por otro lado, desde que surge algo sólido hasta que germina, puede que transcurran varios meses, pues ni tú mismo sabes si esa idea va a fructificar. Luego viene la etapa de ordenar el rompecabezas para que todo ocupe su lugar exacto evitando que haya fisuras, y ése es otro proceso imposible de medir con un calendario, pues a veces recurres a apuntes que llevaban guardados en un cajón mucho tiempo.

Lo que sí te puedo asegurar, es que desde que terminé la novela hasta que se publicó pasaron varios años de llamar a puertas de editoriales y de enviarla a concursos. Por cierto, hoy en día estoy totalmente en contra de los concursos. Creo que no se debe escribir para competir con nadie.
Respecto a la inspiración de la novela, todo surge por una amalgama de sensaciones que van bullendo dentro de ti, condimentadas por mil influencias: una experiencia vivida, un pasaje de otra novela, la escena de una película, la letra de una canción, un suceso real que ves en las noticias, el artículo de un periódico, un pasaje de la historia... Todo ello forma un cóctel que agitas a la par con tu imaginación hasta que surge algo coherente y con una estructura definida.

En tu novela Retazos de un Bastardo, defines la felicidad como "un dulce estado de ánimo pasajero". ¿Crees que sin desdicha no hay dicha?

Desde luego, todo tiene su lado opuesto. Para que haya luz y saber lo que significa, es necesario conocer la oscuridad. El caso es que las personas más baqueteadas suelen valorar mejor las cosas buenas de la vida. No se puede mantener de forma perenne un estado de dicha absoluta o de éxtasis… La vida es un camino de contrastes. Como dice Luis Eduardo  Aute, vivir es un ejercicio de gozo y dolor.

Reconozco que en esta pregunta tengo un interés personal, ya que hablamos de uno de mis cuadros favoritos... ¿Como se te ocurrió usar la imagen de “Saturno devorando a su hijo” en la portada de tu libro, sobre todo teniendo en cuenta que el protagonista es un pintor surrealista?

En un momento dado de la novela en el cual el pintor se haya atravesando un estado anímico tortuoso, decide plasmar en la pared de su buhardilla este cuadro de las Pinturas Negras de Goya. Saturno devorando a su hijo representa para él una alegoría freudiana de la humanidad devorando al hombre como individuo. Eso es lo que quiere expresar el pintor en su encierro tras sufrir una crisis existencial.
Lo que sí he comprobado con el paso del tiempo, es que la portada se ha convertido en una prueba de fuego para el lector de mi novela. Generalmente si te atrae la imagen, es que te va a gustar el contenido, y viceversa.

Recomienda tu novela a nuestros lectores...

Uf, recomendar mi propia novela es algo que me da bastante pudor... Puedo hablarte por boca de lectores que me han felicitado, diciendo cosas tan bonitas como que mi novela deja huella en el alma o que rebosa de sensibilidad e imaginación; que es una novela muy profunda y que te hace pensar sobre ti mismo; que en vez de páginas, las hojas parecen espejos que reflejan tus propios sentimientos.

En fin, qué más puedo deciros sobre Retazos de un Bastardo... Comentan por ahí que mi novela tiene afinidades con Kafka, Pessoa o Hermann Hesse. Al que le guste alguno de estos autores es probable que conecte con mi estilo; pero creo yo tengo mi propio sello, más cercano al tiempo que nos ha tocado vivir.

Una última pregunta... ¿Para cuándo tu próximo libro?

Me hallo inmerso en la redacción de once relatos que irán recopilados en un libro titulado Bajo la sombra del yinkgo biloba.

Estoy muy ilusionado con este proyecto y humildemente pienso que cada relato es un mundo en el que te sumerges de los pies a la cabeza. He puesto toda mi alma y mi corazón en ellos, así que espero no defraudar al lector…

Por nuestra parte, pediremos a los duendes y las hadas de la Sierra de Guadarrama que el deseo de Oscar se cumpla en breve y nosotros podamos verlo y contároslo desde aquí.


*******************







 Oscar Nóbregas tomando apuntes a mano



Oscar Nóbregas (izda). Tertulia en un bar de Lavapiés





Oscar Nóbregas. Kedada de Rock Progresivo











Oscar Nóbregas. Plaza de Santa Ana -  Estatua de Lorca

















FOTOS ARTÍSTICAS DE
OSCAR NÓBREGAS







Primer premio concurso Magnum:


La ira de Dios





Finalista concurso de fotografía Guadarrama:


























Títulos de las fotos por orden de aparición:

1. Prado en diciembre
2. Árbol desnudo
3. Río Guadarrama helado
4. Puente nevado
5. La torre en invierno





Paisajes que sugieren























































 
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Títulos de las fotos por orden de aparición:


1. Arco iris en Guadarrama
2. Vistas desde la abadía, Mont Saint-Michel
3. Sombras sobre la nieve al atardecer, Guadarrama
4. Ruinas de Recópolis al atardecer
5. Río Piedra abstracto
6. Reflejos sobre el agua, Río Piedra
7. Reflejos plateados, Salinas de Torrevieja
8. Reflejos impresionistas sobre el agua, Río Piedra
9. Reflejos en el río Dulce
10. Reflejos del sol, salinas de Torrevieja
11. Ramas sobre fondo rosado, Cala Macarela
12. Pueblo fantasma, ruinas de Belchite
13. Por encima de las nubes, sobre el Mediterráneo
14. Nenúfares sobre nubes en el río Lobos
15. Dibujos de luz sobre el agua, Menorca
16. Luna llena en el cementerio de Atienza
17. Isla Vedra bajo la bruma
18. Lago del amor, Brujas
19. Hojas de haya a contraluz
20. Gaviota volando sobre el mar, Cala Macarela
21. Cuadro abstracto de sal, salinas de Torrevieja
22. Castillo de Atienza en la noche estrellada
23. Cabo de Formentor al atardecer
24. Lluvia sobre el canal, Brujas
25. Arena tostada, Playa de Caballería
26. Arcos sobre la arena, Playa de las Catedrales
27. Arbusto sobre la nieve, Guadarrama
28. Arbusto sobre fondo marino
29. Árbol siniestro, Hayedo de Montejo
30. Árbol seco, Burgos
31. Abadía del Mont Saint-Michel


*COPYRIGHT FOTOS*
Oscar Nóbregas





 




COPYRIGHT  OSCAR NÓBREGAS




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EMAIL CONTACTO: oscarnobregas#yahoo.es












 






Citas literarias


“Leed libros alentadores de espíritu, que os inciten a ser cada día mejores”.
SWETT MARDEN




“Escribir es robar vida a la muerte.”
ALFREDO CONDE








“Un mal escritor puede llegar a ser un buen crítico, por la misma razón que un pésimo vino puede llegar a ser un buen vinagre.”
FRANCOIS MAURIAC









“El poder de la literatura es que es posible contar la vida.”
CHARLES BUKOVSKI





“Escribir: la única manera de conmover a otros sin ser incomodados por su rostro.”
JEAN ROSTAND








“Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.” 

CICERÓN 







“No es preciso tener muchos libros, sino tenerlos buenos.”
SÉNECA








“Un mismo texto admite infinito número de interpretaciones.”

FRIEDRICH NIETZSCHE 







“La lectura cura los dolores del alma.”
ANÓNIMO








“Un libro abierto es una mente que habla. Un libro cerrado es un amigo que espera.”

PROVERBIO HINDÚ 







“Un buen libro, es el mejor de los amigos.” 
RUBÉN DARÍO








“Leer mucho aviva el ingenio de los hombres.”

SCHILLER 







“Amar a la lectura es trocar horas de hastío por horas deliciosas."
JOHN F. KENNEDY








“Un libro es una voz viviente; una inteligencia que nos habla.” 
SAMUEL SMILES








“El destino de muchos hombres depende de haber tenido o no, biblioteca en su casa paterna.” 
EDMUNDO DE AMICIS








“Ningún hombre carece de amigos, mientras cuente con la compañía de buenos libros.”
SCHILLER









“Preferiría vivir pobre en un desván con muchos libros, que ser un rey a quien no le gustara leer.”
THOMAS MACAULAY





"La televisión es muy educativa: siempre que alguien la enciende, cojo un libro y me voy a mi cuarto a leer."
GROUCHO MARX



"Hay imágenes en los escondrijos de los libros, que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres."
FERNANDO PESSOA



 




Poesías y Canciones
OJALÁ

Ojalá que las hojas no te toquen
el cuerpo cuando caigan,
para que no las puedas convertir en cristal.
Ojalá que la lluvia deje de ser milagro
que baja por tu cuerpo,
ojalá que la luna pueda salir sin ti.
Ojalá que la tierra no te bese los pasos.

Ojalá se te acabé la mirada constante,
la palabra precisa, la sonrisa perfecta.
Ojalá pase algo que te borre de pronto:
una luz cegadora, un disparo de nieve,
ojalá por lo menos que me lleve la muerte,
para no verte tanto, para no verte siempre
en todos los segundos, en todas las visiones,
ojalá que no pueda tocarte ni en canciones.

Ojalá que la aurora no dé gritos
que caigan en mi espalda.
Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz.
Ojalá las paredes no retengan tu ruido
de camino cansado.
Ojalá que el deseo se vaya tras de ti,
a tu viejo gobierno de difuntos y flores.

Silvio Rodríguez


DE ALGUNA MANERA

De alguna manera tendré que olvidarte,
por mucho que quiera no es fácil, ya sabes,
me faltan las fuerzas, ha sido muy tarde
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las noches te acercan y enredas el aire,
mis labios se secan e intento besarte.
Qué fría es la cera de un beso de nadie
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Las horas de piedra parecen cansarse
y el tiempo se peina con gesto de amante.
De alguna manera tendré que olvidarte
y nada más, y nada más, apenas nada más.


Luis Eduardo Aute







TE ALEJAS

Te alejas bajo la oscuridad del parque
 con paso firme, inalcanzable.
Se diluye tu figura rojiza por calles estrechas
hasta que te traga la noche.

Aturdido, te busco entre luces y semáforos...
Nado sobre el asfalto y acabo hundido en la desolación.
Tu silueta tan sólo es un punto en el horizonte,
un punto lejano en el abismo de la ciudad.

Te alejas.
Mi corazón cansado no puede seguirte
y se amohína ahogado en soledad.

Me siento desnudo.
Tus brazos y tu pelo ya no me arropan,
no puedo sentir el calor de tu cuerpo
en mitad del otoño sombrío.

Estoy solo.
No encuentro tus ojos azules ni tus besos,
las hadas de tus labios se desdibujan
en mi fría almohada.

Te alejas.
La llama del amor se apaga.




Oscar Nóbregas 














POEMA 20

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."

El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.

La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca. 
Mi corazón la busca,
y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear
los mismos árboles.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta
la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.



Pablo Neruda




LIBRE TE QUIERO

Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña,
pero no mía.

Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera, pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena,
pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza,
pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra,
pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.



Agustín García Calvo



A UN OLMO SECO 

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

El olmo centenario en la colina,
un musgo amarillento
le lame la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas, olmo,
quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.



Antonio Machado

(Adapt. Juan Manuel Serrat)



PARA LA LIBERTAD


Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.

Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho
dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales,
y entro en los algodones
como en las azucenas.

Porque donde unas cuencas vacías amanezcan
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos
y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.

Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida. 



Miguel Hernández

(Adapt. Juan Manuel Serrat) 












PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO

Madre, yo al oro me humillo;
él es mi amante y mi amado,
pues de puro enamorado,
de continuo anda amarillo;
que pues doblón o sencillo,
hace todo cuanto quiero,
poderoso caballero es don dinero.

Nace en las Indias honrado,
donde el mundo le acompaña,
viene a morir en España
y es en Génova enterrado;
y pues quien le trae al lado es hermoso,
aunque sea fiero,
poderoso caballero es don dinero.

Por importar en los tratos
y dar tan buenos consejos
en las casas de los viejos
gatos le guardan de gatos;
y, pues rompe él recatos
y ablanda al juez más severo,
poderoso caballero es don dinero.

Nunca vi damas ingratas
a su gusto y afición,
que a las caras de un doblón
hacen sus caras baratas;
y, pues hace las bravatas
desde su bolsa de cuero,
poderoso caballero es don dinero.



Francisco de Quevedo

(Adapt. Paco Ibáñez)





DESMAYARSE

Desmayarse, atreverse, estar furioso,

áspero, tierno, liberal, esquivo,

alentado, mortal, difunto, vivo,


leal, traidor, cobarde y animoso;


no hallar fuera del bien centro y reposo,


mostrarse alegre, triste, humilde,


altivo, enojado, valiente, fugitivo,


satisfecho, ofendido, receloso;


huir el rostro al claro desengaño,


beber veneno por licor suave,


olvidar el provecho, amar el daño;


creer que el cielo en un infierno cabe;


dar la vida y el alma a un desengaño,


esto es amor, quien lo probó lo sabe.




Lope de Vega





LA MALA REPUTACIÓN

En mi pueblo, sin pretensión,

tengo mala reputación,
haga lo que haga es igual
todo lo consideran mal.

Yo no pienso, pues, hacer ningún daño
queriendo vivir fuera del rebaño.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos, todos me miran mal,
salvo los ciegos, es natural.

En la fiesta nacional
yo me quedo en la cama igual,
que la música militar
nunca me supo levantar,
en el mundo, pues,
no hay mayor pecado
que el de no seguir
al abanderado.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
Todos me muestran con el dedo,
salvo los mancos, quiero y no puedo.

Si en la calle corre un ladrón
y a la zaga va un ricachón
zancadilla pongo al señor
y aplastado el perseguidor.
Esto sí que sí, que será una lata
siempre tengo yo que meter la pata.

No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.
No, a la gente no le gusta
que uno tenga su propia fe.

Todos tras de mí a correr,
salvo a los cojos, es de creer.


Georges Brassens

(Adapt. Paco Ibáñez)




PALABRAS PARA JULIA 

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable, interminable.
Te sentirás acorralada,
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

Un hombre solo, una mujer así tomados,
de uno en uno son como polvo,
no son nada, no son nada.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso:

Nunca te entregues
ni te apartes junto al camino,
nunca digas no puedo más
y aquí me quedo, aquí me quedo.

La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor, tendrás amigos.

No sé decirte nada más
pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino, en el camino.

Pero tú siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti
como ahora pienso.


José Agustín Goytisolo

(Adapt. Paco Ibáñez)





ME QUEDA LA PALABRA

Si he perdido la vida, el tiempo,

todo lo tiré como un anillo al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre,
todo lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los ojos para ver el rostro puro
y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Blas de Otero












Palabras que marcan
Libros 

LA ODISEA, CANTO I
HOMERO 
 
Háblame oh, Musa, de las desdichas de aquel ingenioso y astuto varón, que anduvo tiempo errante por el mundo, tras haber destruido los sagrados muros de Ilion, que visitó muchas ciudades y conoció el modo de ser de numerosas personas; que, en el mar, supo de tantos padecimientos para lograr su propia salvación y el retorno de sus compañeros; mas no pudo salvarlos, a pesar de todos sus esfuerzos, ya que perecieron a causa de sus propios errores. ¡Insensatos! Comieron los rebaños del Sol, hijo de Hiperión, el cual no permitió que regresaran a sus lares. Cuéntanos, diosa, hija de Zeus, algunas de tales aventuras.

PRÓLOGO DEMIAN
HERMANN HESSE
Pocos saben hoy qué es el hombre. Muchos lo presienten y por ello mueren más tranquilos, como yo moriré cuando haya de escribir esta historia.
No puedo adjudicarme el título de sabio. He sido un hombre que busca y aún lo sigo haciendo; pero ya no busco en las estrellas y en los libros, sino que comienzo a escuchar las enseñanzas que me comunica mi sangre. 

Mi historia no es agradable, no es dulce y armoniosa como las historias inventadas. Tiene un sabor a disparate y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que ya no quieren seguir engañándose. 

La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero. Ningún hombre ha llegado a ser él mismo por completo; sin embargo, cada cual aspira a llegar, los unos a ciegas, los otros con más luz, cada cual como puede. Todos llevan consigo, hasta el fin, los restos de su nacimiento, viscosidades y cáscaras de un mundo primario.



RAYUELA, CAPÍTULO 7
JULIO CORTÁZAR




Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. 

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.



 LOS ASESINATOS DE LA CALLE MORGUE
EDGAR ALLAN POE
Una rareza de mi amigo era que adoraba la noche por la noche misma, y me entregué a esta rareza suya, como a casi todas las otras que demostró. Con las primeras luces del alba, cerrábamos todas las persianas del antiguo edificio y encendíamos un par de velas que lanzaban débiles y mortecinos rayos. Con la ayuda de estas velas nos dedicábamos a soñar, leer, escribir o conversar, hasta que el reloj nos anunciaba la llegada de la verdadera Oscuridad. Entonces salíamos a la calle vagando por ahí hasta muy tarde.



 CRIMEN Y CASTIGO
FIODOR DOSTOYEVSKI


Por lo pequeña que era, recibió el golpe en la misma cima del cráneo. Exhaló un grito, pero muy débil. Raskolnikov le asestó un segundo golpe y enseguida un tercero, con el lado romo de la hoja y también en lo alto del cráneo. Saltó la sangre como de un vaso volcado y el cuerpo se desplomó de espaldas. Él retrocedió un paso cuando la vio caer y al momento se agachó para ver la cara. La vieja estaba muerta. Los ojos parecían saltársele de las órbitas y la frente y todo el rostro los tenía convulsamente contraídos. Puso el hacha en el suelo junto a la muerta y le registró uno de los bolsillos, procurando no mancharse de sangre.
Raskolnikov estaba en pleno dominio de sus facultades, pero aún le temblaban las manos.










MOMO
MICHAEL ENDE





Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Muy pocas personas saben escuchar de verdad y la manera en que lo hacía ella era única. 
Momo sabía escuchar de tal forma que a la gente se le ocurrían de pronto ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y simpatía. Mientras tanto miraba con sus grandes ojos negros, y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él.


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A Beppo le gustaban esas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario. Cuando barría las calles, lo hacía despacio pero con constancia. Mientras se iba moviendo, con la calle sucia ante sí, se le ocurrían pensamientos. Eran pensamientos sin palabras; pensamientos tan difíciles de comunicar, como un olor o como un color que se ha soñado. Después del trabajo, se sentaba con Momo y charlaban:

—A veces tienes ante ti una calle larguísima —le decía—. Te parece tan terriblemente larga que crees que nunca podrás acabarla; y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cuando levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Te esfuerzas más todavía y al final está sin aliento... Así no se debe hacer.
Reflexionó durante un rato, y después siguió hablando:
—Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que concentrarse en el paso siguiente, en la siguiente barrida; nunca nada más que en la siguiente. Entonces es divertido, y, eso es importante, porque así se hace bien la tarea.









MEMNÓN O LA SABIDURÍA HUMANA
VOLTAIRE





Memnón concibió un día la extravagante idea de ser completamente cuerdo; locura que pocos hombres han dejado de sufrir. Memnón discurría así:
—Para ser muy cuerdo, y, en consecuencia muy feliz, basta con no dejarse arrastrar de las pasiones, cosa fácil como nadie ignora. Lo primero, nunca he de amar a ninguna mujer. Cuando contemple a una mujer hermosa, me diré a mí mismo: "Llegará un día en que esa cara se llene de arrugas; esos bellos ojos perderán su brillo; ese busto firme y turgente se volverá fofo y caído; esa abundancia de pelo se trocará en calvicie." Me bastará figurarme entonces cómo será esa linda cabeza, para que no me haga perder la mía. 

Lo segundo, siempre seré sobrio, por más que me tiente la gula, los vinos exquisitos y el placer de las fiestas. Tendré muy en cuenta las consecuencias de los excesos de la mesa: el estómago estropeado, la cabeza pesada, la incapacidad para el trabajo. Comeré con sobriedad y, con el goce de la salud, mis ideas serán claras y felices. Luego no descuidaré mi hacienda. Soy hombre moderado; tengo un capital que me produce buena renta. Con ello puedo vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna.

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—¡Ay! —replicó Memnón— ¿Y por qué no viniste anoche para evitar que hiciera tanto disparate?
—Tu suerte cambiará —dijo el genio protector—. Verdad es que ya en toda tu vida no dejarás de ser tuerto; pero aparte de eso, serás feliz a condición de que no cometas nunca la locura de pretender ser cuerdo del todo. 
—¿Es que eso no es posible? —preguntó Memnón reprimiendo un sollozo. 
—No —contestó el genio—. Como tampoco es posible ser del todo sano o feliz.









EL VIAJE DE NILS HOLGERSSON
SELMA LAGERLÖF




Tenía hambre. Como no había comido en toda la jornada, cayó en la cuenta de que era preciso hacerlo, pero, ¿dónde encontrar algo? En el mes de marzo ni la tierra ni los árboles ofrecen nada que comer... ¿Quién le daría albergue? ¿Quién le prepararía el lecho? ¿Quién le calentaría en su refugio? ¿Quién le protegería contra las bestias salvajes?
El sol se había extinguido en la lejanía. El lago esparcía un frío terrible. Las tinieblas caían del cielo sobre la tierra; la noche iban dejando al pasar sus huellas espantables y en el bosque se percibían ruidos y susurros que ponían espanto en el alma.

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Al día siguiente, prosiguiendo su viaje, los patos remontaron el valle azul. Era en aquella región el primer día hermoso de primavera. Hasta entonces la primavera había avanzado entre lluvias y tempestades. Debido a este esplendido tiempo repentino, la nostalgia del verano y de las verdes florestas se apodera de los hombres y les hace muy penoso el trabajo cotidiano. 

Cuando los patos silvestres pasaban altos, muy altos por encima de la tierra, no había ningún campesino que no interrumpiera su tarea para seguirlos con la visión puesta en la lejanía.

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Nadie debe vanagloriarse de ser más que el otro y sólo debéis alegraros de poder cruzar serenamente vuestra mirada y que al trataros haya en vuestro ánimo esa palidez que es el contento de la vida.


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Los patos silvestres pasaron sobre el Bohuslän, y cuando hubieron doblado las rocosidades de la costa aún les fue posible ver nuevamente el sol enorme y encendido, encima de las olas donde iba a abismarse. Al ver el mar libre e infinito y el sol de la tarde, purpúreo, de un resplandor tan suave que no podía fijar en él la mirada; Nils sintió que entraban en su alma una gran paz y una gran seguridad. Es una bella cosa ser libre y tener el espacio abierto ante sí.












EL SATIRICÓN 
PETRONIO

¿No es acaso un nuevo arrebato de las furias el que agita a los declamadores cuando gritan: "Estas heridas que veis las recibí por la libertad del pueblo y este ojo lo perdí por vosotros?

¿Por qué no me dais un guía que me conduzca a mis hijos? Mis rodillas truncadas no me aguantan el peso del cuerpo."

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¿Pueden hacer algo las leyes allí donde el único señor es el dinero?

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Era tal el encanto de su voz, tan dulce el sonido que acariciaba el aire, que me parecía estar oyendo un coro de sirenas entre las brisas.








LA METAMORFOSIS
FRANZ KAFKA








Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto.Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuyas prominencias apenas sí podía aguantar la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

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A Gregorio no se le había ocurrido en absoluto querer asustar a nadie, ni mucho menos a su hermana. Lo único que había hecho era empezar a dar la vuelta para volver a su habitación, y esto, fue, sin duda, lo que sobrecogió a los demás, pues, a causa de su estado doliente, tenía, para realizar aquel difícil movimiento, que ayudarse con la cabeza, levantándola y volviendo a apoyarla sobre el suelo varias veces. 
Se detuvo y miró en torno suyo. Parecía haber sido adivinada su buena intención: aquello sólo había sido un susto momentáneo. Ahora todos le contemplaban tristes y pensativos.








MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL
FRIEDRICH NIETZSCHE






El hombre de élite se busca instintivamente su torre de marfil; un reducto en el que se vea libre de la masa, del vulgo, de la muchedumbre, donde pueda olvidar "el hombre", la regla a la cual constituye la excepción.

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La independencia es cosa de una reducida minoría; es el privilegio de los fuertes. El independiente se aísla y se deja desgarrar jirón a jirón por algún minotauro oculto en las cavernas de su conciencia.








EL EXTRANJERO
ALBERT CAMUS
El capellán me miró con cierta tristeza. Su presencia me pesaba y me molestaba. Iba a decirle que se marchara, cuando gritó volviéndose hacia mi: "¡No, no puedo creerle! ¡Estoy seguro de que ha deseado usted otra vida!" Le contesté que naturalmente era así, aunque no tenía la mayor importancia. Quería seguir hablándome de Dios, pero me adelanté y traté de explicarle por última vez que me quedaba poco tiempo antes de la ejecución. No quería perderlo con Dios. Me preguntó por qué le llamaba señor y no padre. Esto me irritó y le contesté que no era mi padre.
— Tiene el corazón ciego, rogaré por usted —dijo el cura. Entonces algo se rompió dentro de mí. Le insulté y le dije que no rogara y que más le valía desaparecer. Le tomé por el cuello de la sotana; vaciaba sobre él todo el fondo de mi corazón con impulsos donde se mezclaban el gozo y la cólera. El sacerdote parecía estar muy seguro de sus convicciones. Sin embargo, ninguna de sus certezas valía lo que un solo cabello de mujer.







EL SOBRINO DE RAMEAU
DENIS DIDEROT


Haga buen o mal tiempo, tengo la costumbre de pasear, hacia las cinco de la tarde, por el Palais Royal. 
Yo soy aquel que medita, siempre solo, en el banco de Argenson. Converso conmigo mismo de política, de amor, de arte o de filosofía. Abandono mi espíritu a un libertinaje completo. Le permito que siga la primera idea que se presente, sea sabia o necia...


Mis ideas: ésas son mis amantes.








PENAS DEL JOVEN WERTHER
GOETHE

No, no me engaño; leo en sus ojos negros el verdadero interés que le inspiran mi persona y mi suerte. Sé que me ama. 
No conozco hombre alguno capaz de robarme el corazón de Carlota y, a pesar de ello, cuando habla de su futuro esposo con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo como el desgraciado al que despojan de todos sus títulos y honores, y le obligan a entregar su espada.
¡Qué sensación tan grata inunda todas mis venas, cuando por casualidad mis dedos tocan los suyos, o nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los aparto como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de nuevo a pesar mío... El vértigo se apodera de todos mis sentidos, y su inocencia, su alma cándida, no le permiten siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esas insignificantes familiaridades. Si pone su mano sobre la mía cuando hablamos, y si en el calor de la conversación se aproxima tanto a mí que su aliento se confunde con el mío, creo morir como herido por el rayo.








SIDDARTHA
HERMANN HESSE

A la sombra de la casa y bajo el sol, a la orilla del río y junto a las barcas, a la sombra del bosque de sauces y el huerto de higueras creció Siddhartha, el hermoso hijo del brahmán.


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Siddhartha se inclinó, levantó una piedra del suelo y la sopesó en su mano.
—Esto —dijo jugueteando— es una piedra, y dentro de un tiempo determinado quizá sea tierra, y esa tierra se convierta en planta animal o ser humano. Sí, puedo amar una piedra, Govinda; así como a un árbol y hasta a un pedazo de corteza.

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Siddhartha vio negociar a muchos mercaderes, vio príncipes que iban de cacería, gente enlutada que lloraba a sus muertos, prostitutas que se ofrecían, médicos que curaban, sacerdotes que fijaban el día de la siembra, amantes que se amaban... Todo mentía, todo era hediondo, todo rezumaba engaño y simulaba tener sentido.

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Silencioso, Siddhartha solía permanecer bajo el calor vertical del sol, ardiendo de sed y de dolor, hasta que ya no sentía dolor ni sed.
Reflexionaba hondamente como sumergiéndose en aguas muy profundas hasta tocar fondo, en el lugar donde reposan las causas últimas. Desentrañar esas causas era, según él, la verdadera forma de pensar. Sólo así las sensaciones se convierten en conocimientos y, en vez de diluirse, adquieren contenido y empiezan a irradiar lo que hay en ellas.

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Al tomar conciencia de su soledad, sintió que algo semejante a un pájaro o una liebre se le helaba en el pecho.
Y en ese mismo instante en que el mundo que lo rodeaba pareció desvanecerse y él se quedó solo como una estrella en el firmamento, en aquel momento de frialdad y desánimo se irguió un Siddhartha más sólido y fuerte, más posesionado que nunca de su propio Yo.



LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN
CARLOS CASTANEDA


Don Juan usó por separado y en distintas ocasiones, tres plantas alucinógenas: peyote, toloache y un hongo mexicano. Desde antes de su contacto con europeos, los indios americanos conocían las propiedades alucinógenas de estas tres plantas. A causa de sus propiedades, han sido muy usadas por placer, para curar, en la brujería y para alcanzar un estado de éxtasis. La importancia de las plantas consistía para don Juan, en su capacidad de producir etapas de percepción peculiar en el ser humano. Los llamaba estados de realidad no ordinaria, en el sentido de realidad inusitada contrapuesta a la realidad ordinaria de la vida cotidiana.


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En nuestras conversaciones don Juan usaba a menudo la palabra hombre de conocimiento.
—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender —decía.
—¿Puede cualquiera ser un hombre de conocimiento?—No, no cualquiera. Uno se hace un hombre de conocimiento por un instante muy corto.
—¿Qué tengo que hacer para llegar a ese punto, don Juan?
—Tienes que ser un hombre fuerte, y tu vida tiene que ser verdadera.
—¿Qué es una vida verdadera?
—Una vida que se vive con la certeza nítida de estar viviéndola.









SOBRE EL AMOR Y LA SOLEDAD
KRISHNAMURTI


Nadie puede vivir sin relación. Uno podrá retirarse a las montañas, convertirse en monje, marcharse completamente solo al desierto; pero está relacionado. No puede escapar de ese hecho en absoluto. No puede existir en aislamiento.

Su mente podrá pensar que existe en el aislamiento pero, aun en ese aislamiento, uno está relacionado. La vida es relación. No podemos sobrevivir si hemos construido un muro alrededor de nosotros.

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La comparación nos impide mirar plenamente. Yo te miro a ti, que eres una persona agradable, pero digo: "conozco a una persona mucho mejor" o "conozco a una persona más estúpida."


Cuando hago esto no te estoy mirando a ti. Para mirarte de verdad no debo compararte con otra persona.

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Digamos que poseo a alguien como esposa o como marido. ¿Comprenden lo que significa poseer? Uno posee su abrigo. Si alguien nos lo sustrajera, nos sentiríamos enojados, porque considera su abrigo como de su propiedad. Posee eso y se siente enriquecido gracias a la posesión.


La posesión crea una barrera respecto al amor. Si yo me siento dueño de alguien, si lo poseo, ¿es eso amor? Poseo a una persona como poseo un automóvil, porque en la posesión me siento rico. Este adueñarse de alguien, este depender, es lo que llamamos amor. Pero si lo examinan verán que, tras de ello, la mente se siente satisfecha en el hecho de la posesión.

Cuando poseo a una persona, cuando considero a esa persona como "mía", ¿hay amor? Obviamente no. Tan pronto mi mente crea un cerco alrededor de esa persona no hay amor. Cuando hay abnegación, olvido de nosotros mismos, entonces es posible el amor.








EL MUNDO DE SOFÍA
JOSTEIN GAARDER
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la había hecho en compañía de Jorunn. Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un sofisticado ordenador. Sofía no estaba de acuerdo. Un ser humano tenía que ser algo más que una máquina.

Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una urbanización y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de su jardín no existía ninguna casa más. 

Allí comenzaba el espeso bosque. 

Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para hacer los deberes. Esa tarde sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía. "Sofía Amundsen", ponía en el pequeño sobre. "Camino del trébol nº 3". Eso era todo; no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.

En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita ponía: ¿Quién eres?

No ponía nada más. No traía saludos ni remitente; sólo esas dos palabras escritas a mano con dos grandes interrogaciones. Volvió a mirar el sobre. Sí la carta era 
para ella. ¿Pero quién la había dejado en el buzón?


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Sofía dio por sentado que la persona que había escrito las cartas anónimas volvería a 
ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a nadie sobre este asunto.

En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Por qué no hablaba de lo que es el ser humano, o de lo que es el mundo y de cuál fue su origen? Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes la gente se interesaba sólo por cosas superficiales. Para ella había unas cuestiones mucho más grandes, cuyo estudio era mucho más importante que las asignaturas corrientes del colegio.

¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le parecía más interesante pensar en
ellas, que estudiarse de memoria los verbos irregulares.


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Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de
 dos mil años, pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser humano le parece tan extraño existir, que las preguntas filosóficas surgen por sí mismas. 

Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo puede haber ocurrido lo que hemos visto. Y entonces nos preguntamos justamente eso: ¿cómo ha podido convertir el prestidigitador un pañuelo blanco en un conejo vivo? A muchas personas el mundo les parece tan inconcebible como cuando el prestidigitador saca un conejo de ese sombrero de copa que hace un momento estaba completamente vacío. En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos. Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando parte de él. En realidad, somos el conejo blanco que se saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco, es simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de magia. Nosotros somos distintos. Pensamos que participamos en algo misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.

En cuanto al conejo blanco, quizás convenga compararlo con el universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que estamos muy dentro de la piel del conejo. Pero los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos finos pelillos para mirar a los ojos del prestidigitador. 

Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es tener la capacidad de asombro.







EL MONO DESNUDO
DESMOND MORRIS













En una jaula de cierto parque zoológico hay un rótulo en el que dice: "Este animal es nuevo para la ciencia". Dentro de la jaula se encuentra una pequeña ardilla. Tiene los pies negros y procede de África. Ninguna ardilla había sido hallada anteriormente en aquel continente. ¿Qué hay en su modo de vida que ha hecho de ella un ejemplar único? ¿En qué se diferencia de las otras 366 especies de ardillas ya conocidas y estudiadas? En algún punto de la evolución de la familia de las ardillas, los antepasados de este animal debieron de separarse del resto y establecerse como raza independiente.
Hay 193 especies de simios y monos. 192 de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo Sapiens. Esta rara y floreciente especie pasa una gran parte de su tiempo estudiando sus más altas motivaciones, y una cantidad de tiempo igual ignorando concienzudamente las fundamentales.

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El mono de los bosques, convertido sucesivamente en 
mono a ras de tierra, en mono cazador y en mono sedentario, se ha transformado en mono cultural. El progreso le condujo en sólo medio millón de años, desde el encendido de una fogata hasta la construcción de naves espaciales.

Es un historia emocionante, pero el mono desnudo corre el peligro de quedar deslumbrado por ella y olvidar que, debajo de su pulida superficie, sigue teniendo mucho de primate... Incluso el mono espacial tiene que orinar.






INTRODUCCIÓN AL PSICOANÁLISIS
SIGMUND FREUD
















Hemos investigado, en primer lugar, las condiciones en las cuales se produce la equivocación oral. Sin duda, el lapsus presenta un sentido propio. La equivocación oral está considerada como un acto psíquico completo, con su fin propio, y como una manifestación de contenido y significación peculiares. 
Cualquiera de nosotros que tenga ya tras de sí una experiencia larga de la vida, puede decir que sin duda se hubiera ahorrado muchas desilusiones y dolorosas sorpresas, si hubiera tenido el valor y la decisión de interpretar los pequeños actos fallidos que se producen en las relaciones entre los hombres, como signos premonitorios de intenciones que no le son reveladas. 
Pero la mayoría de las veces no nos atrevemos a llevar a cabo tal interpretación, pues tememos caer en la superstición pasando por encima de la ciencia.






EL LIBRO DEL DESASOSIEGO
FERNANDO PESSOA








He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios. Pertenezco a esa especie de hombres que están siempre al margen de lo que pertenecen. He considerado que Dios, siendo improbable, podría existir, pudiendo pues, ser adorado; pero que la humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando otra cosa que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. 
No sabiendo lo que es la vida religiosa porque no se tiene fe con la razón, nos queda como motivo de tener alma, la contemplación estética de la vida.


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Hay momentos en que todo cansa, hasta lo que nos descansaría. Lo que nos cansa porque nos cansa; lo que nos descansaría, porque la idea de obtenerlo nos cansa. Hay abatimientos del alma por debajo de toda la angustia y de todo el dolor.
Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido imperdonable de la inacción.


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Le he pedido tan poco a la vida, y ese mismo poco la vida me lo ha negado. Un haz de parte del sol, un poco de sosiego con un pizca de pan, no pesarme mucho el conocer que existo y no exigir nada de los demás, ni exigir ellos nada de mí.
Escribo, triste, en mi cuarto tranquilo; solo como siempre he estado, solo como siempre estaré.


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Ya lo he visto todo, hasta lo que nunca he visto, y lo que nunca veré. Y asomado al antepecho, sobre el volumen variado de la ciudad entera, sólo un pensamiento me llena el alma: el deseo íntimo de morir, de acabar, de no ver más luz sobre ninguna ciudad, de no pensar, de no sentir, de dejar atrás como un papel de envolver, el curso del sol y de los días; de quitarme, como un traje pesado al borde del lecho, el esfuerzo involuntario de ser.






SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR
MIGUEL DE UNAMUNO


"Venceréis, pero no convenceréis"











Yo empecé entonces a temer por mi pobre hermano. Desde que se nos murió don Manuel no cabía decir que viviese. Visitaba a diario su tumba y se pasaba las horas muertas contemplando el lago. Sentía morriña de la paz verdadera.
— No mires tanto el lago —le decía yo.
— No hermana, no temas. Es otro el lago que me llama; es otra la montaña. No puedo vivir sin él.
—¿Y el contento de vivir, Lázaro, el contento de vivir?
— Eso para otros pecadores, no para nosotros que le hemos visto la cara a Dios.
— ¿Qué, te preparas para ir a ver a don Manuel?
— No, hermana, no. Ahora aquí en casa, entre nosotros solos, toda la verdad, por amarga que sea, amarga como el mar a que van a parar las aguas de este dulce lago, toda la verdad para ti, que estás abroquelada contra ella...
— ¡No, Lázaro, ésa no es la verdad!
— La mía, sí.
— La tuya; pero y la de...
—También la de él.
—¡Ahora no, Lázaro, ahora no! Ahora cree otra vez, ahora cree...
— Mira, Ángela: una de las veces en que al decirme don Manuel que hay cosas que aunque se las diga uno a sí mismo debe callárselas a los demás, le repliqué que me decía eso por decírselas a él, esas mismas, así mismo, acabó confesándome que creía que más de uno de los más grandes santos, acaso el mayor, había muerto sin creer en la otra vida.
—¿Es posible?
—¡Y tan posible! Y ahora hermana, cuida que no sospechen siquiera aquí, en el pueblo, nuestro secreto...
—¿Sospecharlo? —le dije—. Si intentase, por locura, explicárselo, no lo entenderían.

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Quedé más que desolada, pero en mi pueblo y con mi pueblo. Y ahora, al haber perdido a mi san Manuel, al padre de mi alma, y a mi Lázaro, mi hermano aún más que carnal, espiritual, ahora me doy cuenta de que he envejecido. Pero ¿es que los he perdido?, ¿es que he envejecido?¡Hay que vivir! ¡Y él me enseñó a vivir, él nos enseñó a vivir, a sentir la vida, a sumergirnos en el alma de la montaña, en el alma del lago, en el alma de la aldea; a perdernos en ellas para quedar en ellas. Él me enseñó con su vida a perderme en la vida del pueblo de mi aldea, y no sentía yo más pasar las horas, y los días y los años, que no sentía pasar el agua del lago. Me parecía como si mi vida hubiese de ser siempre igual. No me sentía envejecer. No vivía yo ya en mí, sino que vivía en mi pueblo y mi pueblo vivía en mí.







LA COLMENA
CAMILO JOSÉ CELA











Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña Rosa el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un duro por nada de este mundo; ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas sin más ni más, por entre las mesas.









DON QUIJOTE DE LA MANCHA
MIGUEL DE CERVANTES









Media noche era por filo, poco más o menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían a pierna tendida, como suele decirse. Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo oscura, por hallar en su oscuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, maullaban gatos, cuyas voces, de diferente sonidos, se aumentaban con el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero; pero, con todo eso, dijo a Sancho:
—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea; quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo que guiar, cuerpo de sol, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún apartamiento de su alcázar, solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
—Señor —dijo Sancho—, ya que vuesa merced quiere, a pesar mío, que sea alcázar la casa de Dulcinea, ¿es hora ésta, por ventura, de hallar la puerta abierta? Y ¿será bien que demos aldabazos para que nos oigan y nos abran, metiendo en alboroto y rumos toda la gente? ¿Vamos por dicha a llamar a la casa de nuestras mancebas, como hacen los abarraganados, que llegan, y llaman, y entran a cualquier hora, por tarde que sea?
—Hallemos primero el alcázar —replicó don Quijote—; que entonces yo te diré lo que será bien que hagamos. Y advierte, Sancho, que yo veo poco, o que aquel bulto grande que desde aquí se descubre, debe ser el palacio de Dulcinea.
—Quizá sea así —respondió Sancho—, aunque yo lo veré con los ojos y lo tocaré con las manos, y así lo creeré yo como creer que ahora es de día... 
Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos topado, Sancho.
—Ya lo veo —respondió el escudero—. Y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura; que no es buena señal andar por los cementerios a tales horas.


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Así como don Quijote se emboscó en la floresta junto al Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad, y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver por su cautivo caballero, y se dignase a echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. 
Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba.
—Anda hijo —le animó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe de contenta en la almohada... Si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado. Finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos; porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacará yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca; que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes, las acciones y movimientos exteriores que muestran, cuando de sus amores se trata, son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en el interior del alma pasa.








HAMLET
SHAKESPEARE

















¡Ser, o no ser, ésa es la cuestión!
¿Qué debe más dignamente optar el alma noble: sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas y afrontándolo desaparecer con ellas? Morir, dormir, no despertar más nunca, poder decir todo acabó; en un sueño sepultar para siempre los dolores del corazón, los mil quebrantos que heredó nuestra carne.
¡Quién no ansiara concluir así!
Morir... quedar dormidos.... Dormir... ¡tal vez soñar!
¡Ay! Allí hay algo que nos detiene... Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la muerte! Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida.
¿Quién querría sufrir del tiempo el implacable azote, del fuerte la injusticia, del soberbio el áspero desdén, las amarguras del amor despreciado, las demoras de la ley, del empleado la insolencia, la hostilidad que los mezquinos juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una punta de acero? ¿Quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?...
Pero hay espanto ¡allá del otro lado de la tumba! La muerte, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento. Así también enérgicas empresas, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción murieron.









LA DIVINA COMEDIA
DANTE ALIGHIERI












Hallábame a la mitad de la carrera de nuestra vida, cuando me vi en medio de una oscura selva, fuera de todo camino recto. 
¡Ah! ¡Cuán penoso es referir lo horrible e intransitable de aquella cerrada selva, y recordar el pavor que puso en mi pensamiento! No es de seguro mucho más penoso el recuerdo de la muerte. Más para hablar del consuelo que allí encontré, diré las demás cosas que me acaecieron. No sé fijamente cómo entre en aquel sitio: tan trastornado me tenía el sueño cuando abandoné la senda que me guiaba. Mas viéndome después al pie de una colina en el punto donde terminaba el valle que tanta angustia había infundido en mi corazón, miré a lo alto y vi su cima dorada. 
Y como aquel que saliendo anhelante fuera del piélago al llegar a la playa, se vuelve hacia las olas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, azorado aún, retrocedió para ver aquel lugar de donde no salió jamás alma viviente.

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Ahuyentó el profundo sueño que embargaba mi mente, un fuerte trueno, con lo que desperté sobresaltado como hombre que vuelve por fuerza en sí; y levantándome, moviendo tranquilamente la vista en torno, miré con atención para reconocer el sitio en que me hallaba. No pude dudar que estaba a la orilla del doloroso valle del abismo, donde resuena el rumor de lamentos sempiternos. Tan lóbrego, profundo y sempiterno era, que por más que intenté penetrar en el fondo con la vista, no conseguí distinguir objeto alguno.
—Descendamos ahora allá abajo, al mundo de las tinieblas —empezó a decirme Virgilio, cuyo semblante estaba desencajado— yo iré delante: tú seguirás mis pasos.
Pero advirtiendo su palidez, le dije:
—Y ¿cómo he de ir, cuando tú mismo, que sueles infundirme aliento, está atemorizado?
—La angustia —me respondió— de los que yacen en ese abismo, es la que pinta en mi rostro una compasión que tú has atribuido a temor. Sigamos marchando, que el camino es largo, y hemos de darnos prisa. Y se introdujo, y me hizo entrar en el primer círculo que rodeaba la infernal mansión... Allí, según lo que podía yo percibir, no eran lamentos los que se oían, sino suspiros que conmovían aquellas eternas bóvedas, y que exhalaban en su pena, no en su tormento, una multitud de mujeres y varones.







MOBY DICK
HERMAN MELVILLE













Llamadme Ismael, si no os importa. Hace ya varios años, no sabría exactamente cuántos, en ocasión de hallarme con el bolsillo vacío y sin nada en tierra que consiguiera interesarme, tuve la ocurrencia de hacerme a la mar. Se me antojó como el mejor modo de combatir mi aburrimiento y de purificar en cierto modo mi alma. Ocurre en mí, que, de vez en cuando, me veo atacado por extraños ramalazos de melancolía. En tales casos, nada más bueno y saludable, a mi manera de ver, que tomar una resolución de tipo heroico. En lo que a mí se refiere, mi atracción por el agua salada viene de lejos, de siempre, es decir, por instinto; y por esa endiablada sed de aventuras que me ha impedido siempre arraigar en alguna parte. ¡Y cómo disfruto cuando me veo en lo alto de las jarcias, contemplando el rebullir de las olas bajo mis pies, o viendo perderse a lo lejos las masas de cemento de las ciudades agitadas! 
A pesar de todo no dejo de pensar por qué, después de haber oxigenado mis pulmones durante tantos años a través de todos los mares, se me coló en la cabeza la idea de hacerme de nuevo a la mar, tras la inquietante y peligrosa espuma de una gran ballena.









LA ISLA DEL TESORO
R.L. STEVENSON














Soy Jim, y el magistrado Trelawney, el doctor Livesey y algunos otros amigos míos, me han encargado que describa minuciosamente todo cuanto sucedió en la Isla del Tesoro, desde el principio hasta el fin, sin dejar en el tintero otra cosa que la situación geográfica de la isla, y esto porque todavía quedan riquezas que forman parte del botín rescatado. 
Comienzo pues, mi relato, remontándome a aquellos tiempos, ya lejanos, en que mi padre era dueño de la hostería de El Almirante Benbow, y un viejo lobo de mar, de rostro moreno y curtido por la intemperie, cruzado por la siniestra cicatriz que en él dejara un terrible sablazo, entró como huésped de nuestra casa. Como si fuese ayer, recuerdo perfectamente la llegada de aquel hombre, que se presentó en la hostería renqueando y seguido de una carretilla en la que transportaba un pesado cofre marinero. La embreada coleta caíale sobre la espalda, rozando su vieja casaca azul llena de manchas. Todavía me parece que le estoy viendo escudriñar la ensenada cercana silbando entre dientes. Y de pronto, mientras se acercaba a la posada, entonar aquella extraña y antigua canción marinera que más tarde le oiría tararear muchas veces:

Quince hombres van en El Cofre del Muerto.
¡Ja, ja, ja!
¡Y un gran frasco de ron!


Al llegar a la hostería, golpeó con fuerza la puerta valiéndose de un bastón largo y delgado como un espeche artillero; y cuando acudió mi padre le pidió, con tono destemplado, que le sirviera un vaso de ron.









VIAJE AL CENTRO DE LA TIERRA
JULIO VERNE














Durante algunos días, pendientes espantosamente verticales nos llevaron a gran profundidad, a través de las paredes de granito. Algunas jornadas ganábamos legua y media y hasta dos leguas hacia el centro. Había descensos peligrosos, siéndonos de gran utilidad la destreza de Hans y su sangre fría. El impasible islandés se sacrificaba con indiferencia, y gracias a él salvamos más de un mal paso, del cual no hubiéramos sabido salir nosotros solos. Su mutismo aumentaba cada día, y aun creo que nos lo inoculaba. Los objetos exteriores ejercen una acción real sobre el cerebro. Quien se encierra tras cuatro paredes, acaba por perder la facultad de asociar las ideas y las palabras. ¡Cuántos prisioneros se han vuelto locos por falta del ejercicio de las facultades mentales!


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Durante las dos semanas que sucedieron a nuestra última conversación, no se produjo ningún incidente digno de ser relatado. No encuentro en mi memoria más que un solo acontecimiento de gravedad suma, del que me sería difícil olvidar hasta lo más insignificante:
El 7 de agosto, nuestros sucesivos descensos nos habían llevado a 30 leguas de profundidad; es decir, que teníamos sobre nuestras cabezas 30 leguas de rocas, de océano, de continentes y de ciudades. Debíamos estar entonces a 300 leguas de Islandia. Aquella jornada el túnel seguía un plano poco inclinado. Yo iba delante, llevando uno de los aparatos de Ruhmkorff, y con él examinaba las capas de granito. De repente, volviéndome, advertí que estaba solo... Retrocedí, anduve por espacio de un cuarto de hora. Miré y no vi a nadie; llamé y no tuve respuesta... Mi voz se perdió entre los cavernosos ecos... Empecé a inquietarme. Un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.













ASÍ HABLÓ ZARATUSTRA
FRIEDRICH NIETZSCHE







Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos, no podría. Pero el viento, que nosotros no vemos, lo maltrata y lo dobla hacia donde quiere. 
Manos invisibles son las que peor nos doblan y maltratan.

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¡Ved pues, a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse. 
¡Ved pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas, y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, mucho dinero.
¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad. 
Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer que la felicidad se asienta en él. Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono, y también a menudo el trono se asienta en el fango.

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El placer de ser rebaño es más antiguo que el placer de ser un yo; y mientras la "buena conciencia" se llame rebaño, nos harán creer que la mala conciencia dice: yo.

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Dios es un pensamiento que vuelve torcido todo lo derecho, y que hace voltearse todo lo que está de pie.















LA NÁUSEA
JEAN-PAUL SARTRE












Los cafés eran hasta ahora mi último refugio porque están llenos de gente y bien iluminados. Ni siquiera me quedará este recurso. Cuando me vea acosado en mi cuarto, no sabré dónde ir.
Sentía la impresión de que un lento torbellino encendido me rodeaba, me llevaba. Un torbellino de bruma, de luces, en el humo, en los espejos, en las banquetas que brillaban en el fondo. Me había detenido en la puerta, no sabía ni entrar; y de repente se produjo un remolino, pasó una sombra por el techo y me sentí empujado hacia adelante. Flotaba, me aturdían las brumas luminosas que me penetraban por todas partes a la vez. Madeleine vino flotando a quitarme el abrigo, y observé que se había estirado el pelo y que llevaba pendientes: no la reconocí. Madeleine sonreía.
—¿Qué toma usted, señor Antoine? Entonces me dio la Náusea: me dejé caer en el asiento. Ni siquiera sabía dónde estaba; veía girar los colores lentamente a mi alrededor; tenía ganas de vomitar. Desde ese instante la Náusea no me ha abandonado, me posee.

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Cuando tenía veinte años, me emborrachaba y enseguida explicaba que yo era un tipo del género de Descartes. Sabía muy bien que me hinchaba de heroísmo, pero me dejaba llevar, eso me gustaba. Al día siguiente sentía tanto asco como si me hubiera despertado en una cama vomitada. No vomito cuando estoy borracho, pero sería preferible. Ayer ni siquiera tenía la excusa de la embriaguez. Me exalté como un imbécil. Necesito limpiarme con pensamientos abstractos, transparentes como el agua.
Decididamente ese sentimiento de aventura no procede de los acontecimientos: ya tenemos la prueba. Más bien es la manera de encadenarse los instantes. Creo que esto es lo que pasa: de pronto uno siente que el tiempo transcurre, que cada instante conduce a otro, éste a otro y así sucesivamente; que cada instante se aniquila, que no vale la pena retenerlo. Y entonces atribuimos esta propiedad a los acontecimientos que se presentan en los instantes; lo que pertenece a la forma, lo referimos al contenido. En suma, se habla mucho del famoso transcurso del tiempo, pero nadie lo ve. Vemos una mujer, pensamos que será vieja, pero no la vemos envejecer. 















LA PESTE
ALBERT CAMUS







La mañana del 16 de abril el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera. En el primer momento no hizo más que apartar hacia un lado el animal y bajar sin preocuparse. Pero cuando llegó a la calle, se le ocurrió la idea de que aquella rata no debía quedar allí y volvió sobre sus pasos para advertir al portero. 
Aquella misma tarde Bernard Rieux estaba en el pasillo del inmueble buscando las llaves antes de subir al piso, cuando vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelaje mojado, que andaba torpemente. El animal se detuvo, pareció buscar el equilibrio, echó a correr hacia el doctor, se detuvo otra vez, dio una vuelta sobre sí mismo lanzando un pequeño grito y cayó al fin, echando sangre por el hocico entreabierto.


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Un montón de enfermos dispersos acababa de morir inesperadamente de la peste.
El doctor Rieux procuraba reunir en su memoria todo lo que sabía sobre esta enfermedad. Ciertas cifras flotaban en su recuerdo y se decía que la treintena de grandes pestes que la historia ha conocido, había causado cerca de cien millones de muertos. Pero, ¿qué son cien millones de muertos? Cuando se ha hecho la guerra, apenas sabe ya nadie lo que es un muerto; y además un hombre muerto solamente tiene peso cuando lo ha visto uno muerto. Cien millones de cadáveres sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación.















EL LOBO ESTEPARIO
HERMANN HESSE









Contiene este libro las anotaciones que nos quedan de aquel hombre, al que, con una expresión que él mismo usaba muchas veces, llamábamos el lobo estepario. No es gran cosa lo que sé de él; me han quedado desconocidos su pasado y su origen. El lobo estepario era un hombre de unos cincuenta años, que hace algunos fue a casa de mi tía buscando una habitación. Volvió a los pocos días con dos baúles y un cajón grande de libros, y habitó nuestra casa nueve o diez meses. Vivía tranquilamente y para sí. Era muy insociable, en una medida no observada por mí en nadie hasta entonces. Reconocía él mismo este aislamiento como su propia predestinación. 

Ya he consignado algunos detalles del aspecto exterior del lobo estepario. A primera vista, daba, desde luego, la impresión de un hombre superior, nada vulgar y de extraordinario talento. Su rostro, lleno de espiritualidad, reflejaban una vida excesivamente agitada, enormemente delicada y sensible. Poseía en asuntos del espíritu aquella serena objetividad, aquella segura reflexividad y sabiduría que sólo tienen las personas verdaderamente espirituales, a las que falta toda ambición y nunca desean brillar ni convencer a los demás, ni siquiera tener razón.














1984
GEORGE ORWELL












Su pluma se había deslizado voluptuosamente sobre el suave papel, imprimiendo en claras y grandes mayúsculas lo siguiente:

ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO
ABAJO EL GRAN HERMANO

Una vez y otra, hasta llenar media página. No pudo evitar un escalofrío de pánico. Por un instante estuvo tentado de romper las páginas ya escritas y abandonar su propósito. Sin embargo no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribirlo o no, era completamente igual. La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido el crimental (crimen mental) como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto durante años enteros, pero antes o después te descubrían. 
Las detenciones ocurrían invariablemente por la noche. Te despertabas sobresaltado, porque una mano te sacudía el hombro, una linterna te enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho. En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestión se esfumaba de los registros; se borraba de todas partes cualquier referencia a lo que hubiera hecho, y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.

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—Los proles no son seres humanos —dijo Syme—. Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda literatura del pasado quedará destruida: Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... serán transformados en algo muy diferente y convertidos en lo contrario de lo que eran. Incluso la literatura del Partido cambiará; hasta los slogans serán otros. ¿Cómo vas a tener un slogan así: "la libertad es la esclavitud" cuando el concepto de libertad no exista? Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significará no pensar, no necesitar el pensamiento. 
De pronto Winston tuvo la profunda convicción de que uno de aquellos días vaporizarían a Syme. Es demasiado inteligente. Lo ve todo con demasiada claridad. A la Policía del Pensamiento no le gusta la gente así.

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En el pasillo sonaron las pesadas botas. La puerta de acero se abrió con estrépito. O´Brien entró en la celda. Detrás de él venían el oficial con cara de cera y los guardias de negros uniformes.
—Levántate —dijo O´Brien—. Ven aquí. Winston se acercó a él. O´Brien lo cogió por los hombros con sus enormes manazas y lo miró fijamente:
—Has pensado engañarme —le dijo—. Ha sido una tontería por tu parte. Ponte más derecho y mírame a la cara. Después de unos minutos de silencio, prosiguió en tono más suave:
—Estás mejorando. Intelectualmente estás ya casi bien del todo. Sólo fallas en lo emocional. Dime, Winston, y recuerda que no puedes mentirme; sabes muy bien que descubro todas las mentiras. Dime: ¿cuáles son los verdaderos sentimientos que te inspira el Gran Hermano?
— Lo odio.
—¿Lo odias? Bien. Entonces ha llegado el momento de aplicarte el último medio. Tienes que amar al Gran Hermano. No basta con que le obedezcas; tienes que amarlo. Empujó delicadamente a Winston hacia los guardias.
— Habitación 101 —dijo. 
En cada etapa de su encarcelamiento había sabido Winston, dónde se hallaba, aproximadamente, en el gran edificio de ventanas. Las celdas donde los guardias lo habían golpeado estaban bajo el nivel del suelo. La habitación donde O´Brien lo había interrogado estaba cerca del techo. Este lugar de ahora estaba a muchos metros bajo tierra.
Era mayor que casi todas las celdas donde había estado. Winston había sido atado una silla tan fuerte, que no se podía mover en absoluto; ni siquiera podía mover la cabeza que le tenía sujeta por detrás de una especie de almohadilla que le obligaba a mirar de frente. Se quedó solo un momento. Luego se abrió la ventana y entró O´Brien.
—Me preguntaste una vez qué había en la habitación 101. Todos lo saben... La habitación 101 es lo peor del mundo.







CIEN AÑOS DE SOLEDAD
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ










Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.
El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó de ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado, y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. 
"Las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—, todo es cuestión de despertarles el ánima." José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que el ingenio de la naturaleza, y aún más allá del milagro y la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: "Para eso no sirve." 
Pero José Arcadio Buendía no creía en aquel tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados. Úrsula Iguarán, su mujer, que contaba con aquellos animales para ensanchar el desmedrado patrimonio doméstico, no consiguió disuadirlo. "Muy pronto ha de sobrarnos oro para empedrar la casa", replicó su marido. 
Durante varios meses se empeñó en demostrar el acierto de sus conjeturas. Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando los dos lingotes de hierro y recitando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido, cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabozo lleno de piedras. Cuando José Arcadio Buendía y los cuatro hombres de su expedición lograron desarticular la armadura, encontraron dentro un esqueleto calcificado que llevaba colgado en el cuello un relicario de cobre con un rizo de mujer. 

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Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. 
Entonces dio otro salto para adelantarse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final, ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabase de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.










EL NOMBRE DE LA ROSA
UMBERTO ECO














Era una hermosa mañana de finales de noviembre. Durante la noche había nevado un poco, pero la fresca capa que cubría el suelo no superaba los tres dedos de espesor. A oscuras, enseguida después de laudes, habíamos oído misa en una aldea del valle. Luego, al despuntar el sol, nos habíamos puesto en camino hacia las montañas.
Mientras trepábamos por la abrupta vereda que serpenteaba alrededor del monte, vi la abadía. No me impresionó la muralla que la rodeaba, similar a otras que había visto en el mundo cristiano; sino la mole de lo que después supe que era el edificio. En algunas partes, mirando desde abajo, la roca parecía prolongarse hacia el cielo, y capaz de infundir temor al viajero que se fuese acercando poco a poco. Por suerte era una diáfana mañana de invierno y no vi la construcción con el aspecto que presenta en los días de tormenta. Sin embargo, me sentí amedrentado y presa de una vaga inquietud. Dios sabe que no eran fantasmas de mi ánimo inexperto, y que interpreté correctamente inequívocos presagios inscritos en la piedra, el día en que los gigantes la modelaran, antes de que la ilusa voluntad de los monjes se atreviese a consagrarla a la custodia de la palabra divina. 
Mientras nuestros mulos subían trabajosamente por los últimos repliegues de la montaña, allí donde el camino principal se ramificaba, mi maestro se detuvo un momento y miró hacia un lado y otro del camino.
—Rica abadía —dijo. 
Al abad le gusta tener buen aspecto en las ocasiones públicas. Acostumbrado a oírle decir las cosas más extrañas, nada le pregunté. También, porque, poco después, escuchamos ruidos y, en un recodo, surgió un grupo agitado de monjes. Al vernos, uno de ellos vino a nuestro encuentro diciendo con gran cortesía:
—Bienvenido, señor. No os asombréis si imagino quién sois, porque nos han avisado de vuestra visita. Yo soy Remigio da Varagine, el cillerero del monasterio. Si sois, como creo, Fray Guillermo de Baskerville, habrá que avisar al abad.
—Os lo agradezco, señor cillerero —respondió cordialmente mi maestro—, y aprecio aún más vuestra cortesía porque para saludarme habéis interrumpido la persecución. Pero no temáis, el caballo ha pasado por aquí y ha tomado el sendero de la derecha.
—¿Cuándo lo habéis visto? —preguntó el cillerero.— ¿Verlo? No lo hemos visto, ¿verdad, Adso? Pero si buscáis a Brunello, el animal sólo puede estar donde yo os he dicho.
—¿Brunello? ¿Cómo sabéis...?
—Es evidente que estáis buscando a Brunello —dijo Guillermo—, el caballo preferido del Abad, el mejor corcel de vuestra cuadra: pelo negro, cinco pies de alzada, cola elegante, cascos pequeños y redondos pero de galope bastante regular... Se ha ido por la derecha, os digo, y, en cualquier caso, apresuraros.
Yo ya había descubierto hace mucho que mi maestro, hombre de elevada virtud en todo y para todo, se concedía el vicio de la vanidad cuando se trataba de demostrar su agudeza.
—Y ahora decidme —pregunté sin poderme contener—. ¿Cómo habéis podido saberlo?
—Mi querido Adso —dijo el maestro—, durante todo el viaje he estado enseñándote a reconocer las huellas por las que el mundo nos habla, como por medio de un gran libro. 
Así era mi maestro. No sólo sabía leer en el gran libro de la naturaleza, sino también en el modo en que los monjes leían los libros de la escritura, y pensaban a través de ellos; dotes éstas que, como veremos, habrían de serle bastante útiles en los días que siguieron. 

















EL HOBBIT
J.R.R. TOLKIEN










En un agujero en el suelo, vivía un hobbit. No un agujero húmedo, sucio, repugnante con restos de gusanos y olor a fango; ni tampoco un agujero seco, desnudo y arenoso, sin nada en que sentarse o que comer. Era un agujero-hobbit, y eso significa comodidad.
Tenía una puerta redonda, perfecta como un ojo de buey, pintada de verde, con una manilla de bronce dorada y brillante justo en el medio. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico como un túnel; un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas y suelos enlosados y alfombrados, provistos de sillas barnizadas, y montones de perchas para sombreros y abrigos; el hobbit era aficionado a las visitas. 
Por alguna curiosa coincidencia, una mañana de hace un tiempo en la quietud del mundo, cuando había menos ruido y más verdor, y los hobbits eran todavía numerosos y prósperos, Bilbo Bolsón estaba de pie en la puerta del agujero, después del desayuno, fumando una enorme y larga pipa de madera que casi le llegaba a los dedos lanudos de los pies, Gandalf apareció de pronto. ¡Gandalf! Si sólo hubieseis oído un cuarto de lo que yo he oído de él, estaríais preparados para cualquier cuento notable. Aventuras brotaban por dondequiera que pasaba, de la forma más extraordinaria.






DEMIAN
HERMANN HESSE








Vi a mi amigo sentado muy derecho y correcto, como siempre. Sin embargo, tenía un aspecto totalmente diferente al acostumbrado; algo que yo desconocía irradiaba de él y le rodeaba.
Creí que tenía los ojos cerrados, pero luego vi que los mantenía abiertos; estaban fijos, no miraban, no veían. Estaban dirigidos hacia adentro, hacia una remota lejanía. Demian estaba completamente inmóvil y parecía que no respiraba; su rostro, de una palidez uniforme, era como de piedra, y sólo su pelo castaño tenía vida. Sus manos descansaban delante de él, sobre el pupitre, inertes y quietas como objetos, como piedras o frutas; pero no blandamente, sino como firme y segura protección de una intensa y oculta vida.

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Cuando me comparaba con los demás, me sentía unas veces orgulloso y satisfecho de mí mismo pero otras deprimido y humillado. Unas veces me consideraba un genio, otras un loco. No conseguía compartir las alegrías ni la vida de mis compañeros.









RETAZOS DE UN BASTARDO
OSCAR NÓBREGAS


































Cristian decidió salir de la buhardilla. No soportaba por más tiempo el aire espeso que respiraba. Se le ocurrió continuar la lectura de aquellas hojas otro día; pero algo en su conciencia le dictaba que debía llegar al final sin más dilación, aunque en esos momentos estaba atenazado por la angustia y comenzaba a sentir miedo. Sentía miedo de la lechuza disecada, de las figuras de vudú, de los espectros goyescos pintados sobre la pared, del cuadro blanco con manchas rojas que le observaba desde el caballete. Incluso comenzó a tener miedo del propio Víctor. Los presentimientos acerca de una extraña muerte empezaron a hacerse cada vez más palpables. 
De pronto se incorporó bruscamente de la cama, agachó la cabeza y observó el hueco umbrío que había debajo de ella. Por unos instantes sintió pánico al pensar que el cadáver de Víctor pudiese estar allí... Se quedó quieto, con la vista fija en una de las patas de la cama. El miedo se apoderó de su mente con ideas calenturientas. Se imaginó cómo reaccionaria si de allí saliese una mano y le cogiese por el tobillo... De repente sintió crujir algo bajo el somier. Pegó un salto hacia un lado y cayó de espaldas sobre la alfombra persa. Se armó de valor, y con el mechero iluminó la oscuridad que reinaba bajo la cama...... Nada que temer. Allí debajo sólo había un montón de lienzos cubiertos de polvo.
Cristian se dio cuenta de que todas aquellas lecturas estaban consiguiendo provocarle brotes paranoicos. Se levantó de un salto, corrió hasta el lavabo y volvió a lavarse la cara con agua fría. Esta vez le pareció insuficiente. Abrió el grifo a tope y metió la cabeza para mojarse el pelo. Mientras el agua le chorreaba por la nariz y la barbilla se miró al espejo. Acercó el rostro y observó que sus ojeras se habían remarcado desde que estaba dentro de la buhardilla. Empezó a ver en sí mismo rasgos de Víctor; su propia mirada le pareció la de él... Cristian apagó la música melancólica de Albinoni y decidió centrarse en el cometido que le había llevado hasta allí. Le vino la imagen de Eva pidiéndole ayuda mientras se abrazaban y eso le hizo sacar fuerzas de flaqueza. Se sentó en la silla, hincó los codos sobre la mesa y continuó leyendo aquellas hojas que para él ya se habían convertido en una especie de maldición.

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Esa misma noche, tumbados sobre la playa de Frouxeira, observábamos el firmamento estrellado. Cayendo del cielo, empezaron a surgir las eternas preguntas sobre la enigmática existencia del universo. Eran las mismas preguntas que todos nos hemos planteado alguna vez a lo largo de nuestras vidas, aunque las respuestas siempre escapan al entendimiento limitado de la inteligencia humana: antes de la materia, del espacio y del tiempo, ¿qué había?...... ¿Cómo empezó todo?...... ¿Por qué motivo empezó?...... ¿Cuál es el origen?......
Todas estas cuestiones me producían una sensación de vértigo infinito. Pero lo que más me impresionaba no era el hecho de pensar que el universo hubiera surgido por una convulsión fortuita, sino saber que un ente llamado Homo Sapiens, el cual comenzó siendo polvo de estrellas, era capaz de preguntarse el porqué de aquella explosión, cuando sus propias partículas formaron parte de ella.
Intentando contestar estas preguntas, me sentía desbordado por la inmensidad del universo. La magnitud de estos misterios hacía que los conceptos humanos me pareciesen vanos. A menudo cerraba los ojos y veía la Tierra flotando entre galaxias perdida en la infinidad del espacio, diminuta y vulnerable como una mota de polvo... Entonces me preguntaba cómo era posible que en una porción de masa tan insignificante pudiese haber tantos problemas... Lo más desalentador era ser consciente de que en el fondo todo da igual. De la misma forma que una vez surgió vida en la Tierra, en algún momento se desvanecerá para siempre.

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Cristian decidió hacer otra pausa en la lectura y se dirigió a la estantería donde estaban colocadas las cintas de música. Eligió el Réquiem de Mozart y se dispuso a ponerlo en el cassette. De repente escuchó pisadas en la escalera de madera. Detuvo la cinta. Los pasos se acercaban cada vez más a la buhardilla. Sintió que alguien se paraba frente a la puerta. Su corazón se aceleró. Tres golpes secos rompieron el silencio. Cristian permaneció estático sin atreverse a respirar. Le vino a la mente el retazo de Víctor donde escribió que alguien había golpeado tres veces en la puerta de la buhardilla. Por un momento creyó revivir la escena como si él mismo fuera Víctor. Pero esa extraña reencarnación se desvaneció, cuando la persona que estaba allí afuera metió la llave en la cerradura. Quienquiera que fuese iba a encontrarle allí metido, rodeado de aquel lúgubre ambiente.
Forcejearon un buen rato pero no lograban abrir. El corazón se le salía del pecho. Tuvo el presentimiento de que era Víctor el que estaba al otro lado de la puerta. Probablemente no podía entrar porque la cerradura estaba viciada. Cristian pensó que sería un desatino dejarle marcharse. Después de tantas horas allí metido era una necedad permitir que su amigo se diera la vuelta y se fuese sin más. Sin embargo no movió ni un solo dedo. Mientras seguían forcejeando, imaginó la puerta abriéndose y tras ella a Víctor. Se vio fundiéndose con él en un abrazo desbordados por la emoción.
De pronto cesaron de forcejear. Tras unos segundos silenciosos se oyó el ruido de un papel deslizándose bajo el resquicio de la puerta. De nuevo se oyeron pasos. Esta vez bajaban la escalera. Cristian se acercó tembloroso hasta la entrada y comprobó que había un sobre negro en el suelo. Rápidamente lo abrió. Su interior contenía una hoja negra de papel de arroz. Desdobló expectante la hoja y pudo contemplar unos signos dibujados de color rojo intenso. Cristian giró el cuello en dirección al techo: eran exactamente los mismos símbolos cabalísticos que Víctor había pintado... Tragó saliva. No sabía qué hacer con aquel dibujo. Por fin se dirigió hacia el estante y cogió el Libro de Esoterismo, dispuesto a guardar allí aquel tétrico sobre negro. Sentado sobre la cama, Cristian abrió el libro al azar. Se quedó paralizado. Notaba que se le helaba la sangre. Había abierto las hojas por uno de los capítulos que hacían referencia a las cábalas. Allí estaban dibujados los mismos símbolos que se hallaban en el sobre... Creyó enloquecer. Por unos instantes pensó en bajar a toda prisa las escaleras para ver quién había dejado aquel misterioso dibujo, pero una fuerza invisible le impidió salir de la buhardilla... Permaneció tumbado sobre la cama, incapaz de moverse durante unos minutos. Después se levantó con una extraña sensación. A pesar de hallarse excitado, notaba que sus pulsaciones eran lentas... Volvió a dejar el Libro de Esoterismo en el estante. Cristian suspiró hondo, puso la cinta de música en marcha, fue a la cocina, rebuscó entre las infusiones y se preparó una tila bien cargada. Tras una pausa de media hora se encendió el último cigarro y reanudó la lectura.




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